viernes, 15 de agosto de 2014

Sin fotografías. Cambio de ciclo.



Este curso, 2013/14, ha estado marcado por la fotografía. Mi vida, en general, siempre ha estado muy relacionada con las imágenes. Me recuerdo haciendo fotos con mis cámaras compactas, con la que me regaló mi abuela después, ya de adolescente. Con las más potentes los últimos años... Gastándome las pagas a medias entre las cintas de vídeo, las revistas en las que salía Lydia y los carretes de fotos. Miles de fotos de los scouts, de Benji, de los amigos, de la familia...

Dicen que a los 28 se derrumba todo para empezar de cero de nuevo solucionando conflictos. Claramente los últimos tiempos han sido periodo de transición, de resurgimiento, de cambios y aceptaciones, de maduración.

El 19 de octubre de 2007, hace siete años, abrí este blog materializando una necesidad de escribir, de probar. La escritura siempre ha sido, y sigue siendo, mi mejor aliada y consejera, mi liberación, mi punto de equilibrio. La primera entrada se la dedicaba a la canción que daba nombre al blog, Vagabundear, de Joan Manuel Serrat. Por mi espíritu libre, como el de mi madre. Con margaritas, como explicaba también después, hacía referencia a ese verso hermoso que recuerda que aunque nos corten todas las flores, jamás lograrán detener la primavera. Y en ello estamos, buscando flores.. Este blog ha sido mi canto a la esperanza, al resurgir, al transformarse, a vivir, evolucionar y emocionarse.

El periodismo, los viajes, las emociones -a veces con demasiada desnudez- han sido los temas que han marcado el ritmo de este blog en estos siete años. Siete años en los que ha dado tiempo a que pasen muchas cosas. Siete años es buen número para volverse a reinventar. Como decía, el periodismo ha sido alma de este blog, el paso de la facultad a las redacciones, porque a medida que lo he ido escribiendo me he ido adentrándo en este oficio. Pero también ha habido muchas otras cosas: Italia, Irlanda, Galicia, en entregas (mis seriales) por ejemplo. Literatura, sueños, entrevistas, confesiones a medias, amor. Temporadas más fructíferas y otras menos, como la vida. Entradas de despedidas, y entradas protesta, reinvindicaciones, críticas. Homenajes. Mucho teatro y también canciones y libros. Citas y listas, dos de mis debilidades. Festividades, fechas. Personas imprescindibles que después siguieron su camino, como yo el mío, y hasta recetas de cocina.

A la par que este blog (y al margen del que pretendía ser más "profesional"), a lo largo de estos años he abierto otros blogs, de duración determinada y con fines concretos: Italia al taglio, con anécdotas de uno de mis países favoritos; Utopía práctica, una aventura que atravesaba mis emociones literarias, y Masterizándonos, todo un diario de clases y de primeros contactos profesionales.  

En total, 421 entradas en conmargarias escritas con el alma. Siete años de blogs en esta cuenta, con 558 entradas totales y 122.090 páginas vistas. Pero todo tiene un fin. Y a veces uno se agarra a los finales con demasiado ímpetu por temor a lo desconocido. Pero yo soy una chica valiente, siempre lo he sido. Y a diez días de cumplir los 30 años sé ver el punto y final. Además, la señal es clara: hace unos días, todas las imágenes, las fotos añadidas con precisión y esmero a lo largo de estos siete años a cada una de mis entradas del blog, desaparecieron. Sí, en un segundo se esfumaron todas. He buscado en la red el modo de reencontrarlas, pero nada. Lo que se pierde es probable que nunca vuelva. Señal, esta de que me desaparezcan mis fotografías, demasiado evidente de que es hora de poner punto y final a mis queridas conmargaritas. Ha sido una terapia, un amor, un impulso para vivir. Gracias a todos los que en algún momento me habéis leído. La vida continúa ahí fuera. 


VAGABUNDEAR

Harto ya de estar harto, ya me cansé
de preguntarle al mundo por qué y por qué.
La Rosa de los Vientos me ha de ayudar
y desde ahora vais a verme vagabundear,
entre el cielo y el mar.
Vagabundear.

Como un cometa de caña y de papel,
me iré tras una nube, pa' serle fiel
a los montes, los ríos, el sol y el mar.
A ellos que me enseñaron el verbo amar.
Soy palomo torcaz,
dejadme en paz.

No me siento extranjero en ningún lugar,
donde haya lumbre y vino tengo mi hogar.
Y para no olvidarme de lo que fui
mi patria y mi guitarra las llevo en mí,
Una es fuerte y es fiel,
la otra un papel.

No llores porque no me voy a quedar,
me diste todo lo que tú sabes dar.
La sombra que en la tarde da una pared
y el vino que me ayuda a olvidar mi sed.
Qué más puede ofrecer
una mujer...

Es hermoso partir sin decir adiós,
serena la mirada, firme la voz.
Si de veras me buscas, me encontrarás,
es muy largo el camino para mirar atrás.
Qué más da, qué más da,
aquí o allá...

sábado, 19 de julio de 2014

Máster en la Escuela TAI: Dirección de fotografía (Parte II)


Esta entrada es breve, pero intensa, y tiene un fin: hacer justicia a un post previo incompleto: Máster en la Escuela TAI: Dirección de fotografía (Parte I). Un compañero me dijo hace un par de días que la valoración de TAI en las encuestas académicas no sería la misma si nos las pasarán después, en lugar de antes de los rodajes. Opino lo mismo. Ahora, recién terminado este mes y medio de rodajes diarios, nuestra estima ha aumentado.

Sigo pensando que la escuela es un desastre y que en temas de organización, tienen mucho que mejorar. También en muchos otros aspectos. Y pienso también que suministrar poco a poco los rodajes en lugar amontonarlos en 17 horas diarias en el último periodo hubiese sido mucho más productivo. Pero he de reconocer también que la experiencia de grabar 19 cortos y 6 anuncios publicitarios en mes y medio, y teniendo además la posibilidad de hacerlo con los mejores medios técnicos y de cooperar (eso ha sido maravilloso) unos departamentos con otros, es, como decía, una muy grata y productiva experiencia vital y profesional. Sin duda alguna, estos dos últimos meses han sido los más bonitos e interesantes de estudiar en TAI, y al haber sido el broche final, irremediablemente me deja un buen sabor de boca...

martes, 1 de julio de 2014

El periodismo de los 1 de julio

"Las redacciones han sido, desde que pisé la primera, en 1964, hogares alternativos para mí. Hogares de acogida, sustituyendo a aquel, postizo, de quitar y poner y nunca mío, que me vino dado por nacimiento. Siempre supe que la aventura estaba fuera y, cuando empecé a ejercer como periodista, comprendí que el nido más seguro desde el que podría lanzarme a buscarla era una redacción, que en ella siempre te acogían al regresar, mesas y papeles y máquinas de escribir y ordenadores y gritos impacientes y lugares en donde esconderse para ponerse al día".
(Maruja Torres, Diez veces siete. Una chica de barrio nunca se rinde.)


Hace siete veranos entré por primera vez, de lleno, en una redacción. Previamente había tanteado otras, había dado primeros y variopintos coletazos en frías tierras. Y aún antes, hace ya doce años, ganaba mi primer sueldo como periodista en una interesante aventura compartida que duró muy poco.
  
La noche del 30 de junio al 1 de julio la pasé, durante varios años, inquieta y entusiasmada pensando en la redacción que por primera vez pisaría al día siguiente. Atrás quedaban aquellos irrritantes test de actualidad. El verano pasado, quizá presintiendo el inminente final, me acordé de todos esos becarios que pisan este día las redacciones. Los tres últimos años viví esta jornada pensando más en cómo cubrir con letras los secos agostos y contando los días para cogerme vacaciones... 
Este verano, 2014, cumpliré 30 años. Por primera vez, desde hace unos cuantos, mañana, 1 de julio, no despertaré con aroma a redacción. 

Como Maruja Torres, Miguel Mora anunció ayer que dejaba El País. Han sido dos de los periodistas que más he leído y admirado de esa casa. Pero esas casas llamadas redacciones y que en algún momento llegamos a sentir como nuestra, en las que no nos importó echar horas y emociones, hace tiempo que dejaron de ser refugios y se convirtieron en campos de batallas liderados por corruptos, en espacios donde algunos intentan aún sobrevivir pese a los perros lamedores. No, las redacciones ya no son lo que eran. Lo que no significa que el periodismo no lo siga siendo. El periodismo es el mismo, los periodistas también. Aunque hay periodistas y periodistas...

Mañana, cuando camine hacia un trabajo "alimenticio" pensaré en la ilusión de esos becarios, pero también en todos esos periodistas que sirven cafés, limpian centros comerciales o dormitan en sus casas. Porque aunque las redacciones se hayan evaporado, ellos siguen siendo grandes periodistas, y a mí, y a otros, nos enseñaron mucho. 


martes, 27 de mayo de 2014

Amparo Larrañaga, Decíamos ayer y decimos hoy

Anoche, en la gala de los Premios Max de las Artes Escénicas, me quedé con ganas de cruzarme con Ana Diosdado. Mientras atendíamos a los periodistas y observábamos el paseo por la alfombra roja, le decía a mi compañero: "A ver si la veo, porque realmente me cambió la vida, me regaló el amor al teatro". Pero no la vi. Tampoco es que fuera realmente Ana Diosdado la que me enseñó ese amor, aunque tuvo mucho que ver: en mi trayectoria "artística" hay un momento clave: yo amo el teatro gracias y a consecuencia de haber visto a Amparo Larrañaga interpretando a Águeda en Decíamos ayer.

Enero de 1998. Una noche lluviosa en Huelva y yo, una niña de 13 años a la que su padre llevaba al teatro. Había visto un par de funciones antes -Jesuscristo Superestar, Un marido ideal y alguna obra de teatro de las que nos llevaban en el cole-, sin que me calaran en absoluto. Hasta que llegué a Decíamos ayer. Fue ver a Amparo Larrañaga interpretando como interpretaba desde aquella especie de ruinas y quedarme tan fascinada que el embobamiento me dura hasta hoy. Me enloquece el teatro como ninguna otra cosa, incomparable al cine, la TV o cualquier otro arte; el teatro me aporta mucho más, es con lo único que logro abstraerme e involucrarme sin restricción alguna. Adoro el teatro y quien me conoce lo sabe.




Y admiro a los productores, distribuidores y a la gente del teatro en general que hipoteca sus casas para poner en pie una función; y amo a los actores de teatro: desde Concha Velasco o Nuria Espert (me maravilla esa mujer, de "aire y fuego", desde la primera vez que la vi) hasta todos esos actores y actrices prácticamente desconocidos que se suben cada día, excepto los lunes, a las tablas de los escenarios de todo el país, que se arman de valor, que se enfrentan con el público y lo dejan sin aliento. Porque solo en el teatro he sido capaz de contener la respiración, de pasar miedo, de llorar y de reír con una intensidad que supera cualquier pasión. Así que me declaro admiradora incondicional de la gente del teatro, de los que rehuyen de la tontería y la vanidad de otras artes y se remangan los pantalones y la camisa y pelean y trabajan por llevar una vida al escenario. Y no solo los actores, esos iluminadores que son capaces de colorear los escenarios y envolver el espacio de sueños; los de sonido, los tramoyistas, los dramaturgos y hasta los acomodadores, porque la gente de teatro está hecha de otra pasta, respira una pasión que sale del alma en lugar del bolsillo o la cabeza.

Puede que si no hubiera sido Decíamos ayer, la vida me hubiera puesto delante otra función maravillosa. Pero también puede que no, que si yo no hubiera salido emocionadísima de aquel Gran Teatro hace más de 15 años, mi relación con este mundo no hubiera sido lo estrecha que es hoy. Por eso me gusta seguirle la pista teatral a Amparo Larrañaga. Porque con los años he descubierto que el que ella esté en una función es garantía de calidad. Quizá por eso es la actriz a la que he visto más veces en directo sobre un escenario: Decíamos ayer (1998); Cómo aprendí a conducir (2002); Ser o no (2009); Hermanas (2013), y El nombre (2014). Por esa calidad, ese amor al teatro y, sobre todo, porque aunque ella no lo sepa, me siento muy agradecida y le debo uno de mis mayores amores: el del teatro

viernes, 23 de mayo de 2014

Máster en la Escuela TAI: Dirección de fotografía



Mi hermano dice que una mala decisión suya marcó mi destino. Al menos el inmediato, el que me hizo llegar a la Escuela TAI para estudiar un máster de dirección de fotografía y cámara para cine. Hoy ha sido la última clase.

Lo empecé en octubre de 2013. Pasé más tiempo (¡más de dos años!) decidiendo si hacer este máster que no era para mí (o quizá sí) que lo que ha durado el año lectivo. En principio no recomendaría estudiar en esta escuela. Una compañera de TAI me decía esta tarde que no tiene la sensación de haber hecho un máster, sino "un curso caro con niños". Es cierto. 
Este es mi segundo máster y si los comparo (aún siendo campos muy diferentes) me doy cuenta de que si en mi primer máster aprendí más que en toda la carrera, en este la sensación es bien distinta. Creo que la relación calidad/precio no ha sido proporcional, pues la formación que se recibe queda lejos de ser la de un posgrado. Pero bueno, hecho está y aprender he aprendido. De qué no se aprende... Puede que incluso más de lo que ahora soy consciente. 

Apenas han ido alumnos a la última clase. No por la de hoy en concreto sino porque ha habido demasiadas clases en las que perder el tiempo (al estilo de la facultad), y porque tenemos una carga de trabajo excesiva. Deberían de aprender, creo yo, que quizá es más productivo que hiciéramos menos y bien, que mucho apresurado, sin medios ni organización. 

Porque eso es lo peor de TAI: son un desastre. Profesores que no llegan porque se les va la pinza (eso no lo permitiría LP); clases que nunca sabes cuándo van a tocar (¿iluminación en exteriores?); otros que se disculpan  por el caos de la escuela... Curiosamente, la mala calidad parte de una gran cantidad de profesores que (probablemente) sepan mucho de la materia que imparten pero que de docencia no tienen ni idea... No saben cómo enseñar ni les interesa. 

Mientras que con alguno bueno que ha habido (haberlos, haylos) nos han limitado a que nos den pequeños seminarios de pocas semanas. Fruto, una vez más, del descontrol reinante. A ver si las encuestas de calidad que nos han hecho rellenar sirven de algo...

Pero como decía, aprender siempre se aprende, y más si como era en mi caso partía de cero, o menos. Pero sin duda más que de las clases he aprendido de mis compañeros. Con ninguno de ellos he hecho lazos fuertes, hemos tenido una relación puramente académica, y sin embargo, sin ser amigos (que siempre con los amigos esa actitud sí se espera) se han volcado todos en dar lo que sabían, en compartir sus conocimientos y en que la actitud fuera colaborativa. Creo que casi lo único que realmente me ha quedado claro de este máster es que el equipo de cámara (los boinas verdes) siempre están unidos, son realmente un equipo. Siempre he tenido a alguien al lado que me ha ayudado si me ha hecho falta y eso, en un máster con niveles de partida tan distintos, ha sido realmente importante. 

Pese a ese medio aprobado que le doy a las clases, cuando ya pensaba que esto no iba a ningún lado, llegaron los primeros rodajes: la primera tanda de anuncios publicitarios. Y ahí todo cambio. Quizá el máster sea un desastre porque donde se aprende es en plató. En una semana de grabación me empapé de más que en todos los meses que llevaba de clases. Y una vez más fue no gracias a TAI, sino a unos compañeros generosos. Dicho lo peor, eso es lo mejor de la escuela: la escuela (valga la redundancia) de los rodajes (pese a que no sé si saldremos vivos de ellos). 




El próximo lunes comienza la segunda y última parte de grabaciones: 6 'spots' y 19 cortometrajes en mes y medio. Tenía tantas ganas de acabar las clases como ganas tengo de meterme de lleno en los rodajes. Confío en que, al igual que pasó en marzo en una semana, aprenda en ellos mucho más de lo que he aprendido en todo el curso. 


El destino, las malas decisiones de mi hermano, las que finalmente tomé yo... o quién sabe qué me llevaron a Madrid y a TAI. No sé qué supondrá en mi vida haber pasado por aquí, pero sé que todos nuestros actos tienen consecuencias. Y que si he llegado aquí ha sido por algo. 

Dudo mucho que me dedique a la dirección de fotografía, sobre todo porque amo el periodismo mucho más, pero espero que los conocimientos adquiridos, incluso los que aún están en mi subconsciente, me sirvan para aplicarlos a mi profesión y a mi vida. En cualquier caso, las experiencias se adhieren a la piel y Madrid me ha traído no solo grandes momentos sino la recuperación vital que necesitaba, la salida del negro (que nunca es negro del todo) a un montón de filtros de colores. Así que, terminadas las clases, que continúe el espectáculo... Silencio. Todos a primera... Cámara. Grabando. ¡¡Acción!!



 


domingo, 4 de mayo de 2014

Fracaso de Tánger: Alfonso Armada hace 30 años


Es probable que, como decían ayer, de Tánger quede más la evocación amparada en pasos y letras que el espíritu real de una ciudad preciosa pero que se cae a pedazos entre rencillas y hurtos. Pero no importa si el Tánger por el que transitó el periodista Alfonso Armada hace ¿treinta años? nada tiene ya que ver con ese Tánger que a mí me ha emocionado recorrer estos tres últimos años. (Así lo buscaba yo, ilusa, en 2011, recién llegada a Ceuta, mucho antes de adentrarme realmente en esa ciudad: En busca de las leyendas de Tánger). 

Pero no importa esa disincronía; en primer lugar porque es cierto que la imaginación es poderosa y que si uno quiere ver a Juanita Narboni y a Paul Bowles en Tánger, aunque de ellos ya no quede nada, puede verlos. Y dos, porque el amor (el amor no consumado), del que nacen estos poemas, es suficiente para soñar una ciudad en ruinas y hacerla levantarse de su propio polvo... Igual que aquella pensión tangerina en la que García Lorca y Margarita Xirgú vivieron jornadas de esplendor y en la que ahora sólo queda saltarte una tapia y soñar con que sus almas deambulan por las ruinas de un edificio anclado en cimientos y basura. Pero esa es otra historia…

Así, con esa imagen que se ramifica (pretendiéndolo) entre la de niño bueno, con gafas redondas y pinta de estudioso, y la de niño malo, picante, provocativo y divertido, con ese impulso de tímido que exagera, no es difícil imaginarse a un Alfonso Armada veinteañero, melancólico pero apasionado, eufórico tras aprobar (a la cuarta) el acceso a la Resad, combinado con la idea romántica del amor que quizá (o no) solo se tenga antes de cumplir los treinta. No es difícil imaginárselo anclado a una cabina de teléfonos, de esas que ya no existen, comunicándole a una amada apática que Tánger les espera como lugar de celebración y gozo. No es difícil imaginárselo (no) aún aunque esos hechos, contados ayer por él mismo, fueran pura invención suya.

Dice que al poemario le llamó Fracaso de Tánger (Valparaíso Ediciones) porque ese Tánger soñado, culmen de amores imaginados, se convirtió en el emblema de un "plantón", de un abandono de quien nunca le tuvo, de un adiós que llegó antes del hola. Tampoco es difícil imaginárselo con treinta años menos recorriendo pensiones, baños, camas norteafricanas y mirándose a un espejo (el propio libro, en su diseño, es un original espejo homenaje a la escritura árabe y a sus recuerdos de infancia en carboncillo) de remates bohemios falsos en el que no se encontraba. Es cierto y algunos de sus poemas (que treinta años después no ha editado, ha conservado vírgenes, si no perdería sentido) no superan bien el paso del tiempo y chirrían un poco como cuando uno ve una serie de los Ochenta y piensa “con lo buena que fue en su momento…”. Pero otros, la mayoría, son sin embargo magistrales y te llevan desde la primera línea al cafetín del zoco chico, a las calles de intercambios culturales, a los cañones que dan a la mar (que no siempre es el morir). 

Me pregunto si a la sevillana que le inspiró los poemas, Alfonso Armada le habrá hecho llegar un ejemplar del libro publicado tantos años después, y qué pensara ella al leerlos... Él, como no mordió sus hombros, los describió. Afirma, también él, que los libros son "el reflejo de la vida" y que lo mejor de los amores imposibles es que no te comprometen. También, quizá, que te permiten jugar con lo que nunca sucedió… La realidad no siempre supera la ficción de las personas con alas. Estos poemas merecen la pena porque te llevan a otro lugar –y no sólo físico–; viajar, decía anoche el autor, es “un alegato contra la comodidad”. La lectura, a cambio, te permite ese viaje sin desprenderse de esas facilidades. África, agregó, le curó de muchas tonterías. Todo el mundo que conoce a Alfonso, aunque sea un poco, sabe cuán importante es el continente negro en sus entrañas. Es curioso que sea Tánger, y que sea el amor, la primera puerta que se le abrió de esa África que con los años le marcaría tanto, aunque entonces ni siquiera él pudiera imaginárselo. Leer Fracaso de Tánger es un emocionante flashback a ritmo de bailes que nunca, enamorado o no, pasaron de moda. Y bailar no es más que jugar. Como viajar, como leer. 

jueves, 1 de mayo de 2014

Margaritas


Margaritas. Ya lo he contado más veces: este blog se llama así por reclamar un aliento de esperanzas, porque aunque corten todas las flores, la primavera siempre sigue su curso, siempre llega. Y porque de entre todas las flores, las margaritas, esas que aún se asocian a los locos, están entre mis preferidas. Y hay quienes lo saben. 

Escribo aprovechando la conexión que perderé en un rato, el último uso de una casa que me vio llegar derrotada hace seis meses y medio y que ahora me ve marchar habiendo aprendido lo que me enseñaron en diciembre: el sol siempre sale

Ahora que en la frontera de las treinta ya hay cosas que me pasaron hace veinte y aún así las recuerdo con nitidez, y que voy a obras de teatro de esperanzas y derrotas y me siento identificada, una de las cosas que más me gusta es comprobar que mientras demasiada gente ha ido perdiendo cómplices, yo sigo teniendo a mi lado, en gran parte, a los mismos amigos que a los 15 años. También he hecho otros, por etapas, algunos han marcado un tiempo de mi vida y luego hemos seguido nuestros caminos de manera distante, y otros se subieron al tren de la vida compartida en algún momento clave y se hicieron compañeros para siempre. 

No sé por qué me han venido a la cabeza ahora los amigos, supongo que porque son una parte importante de mi camino. También he aprendido a dejarme querer y a dar, a enfocar, a buscar la felicidad enfrentándome a los miedos que me impedían alcanzarla, a abrir más los ojos, a respirar más y a quejarme menos. A buscar la primavera, las flores, las margaritas. 


viernes, 25 de abril de 2014

Imprescindibles: Gervasio Sánchez


"Todos somos potencialmente unos asesinos. He conocido a muy poca gente en la guerra que muriera por no matar". Con frases como esta, con la intención de dejar en el aire, para quien quisiera cogerle el guante, una reflexión, terminaba ayer su speak Gervasio Sánchez. El fotoperiodista presentó en el Matadero de Madrid el documental que La 2 de RTVE, dentro de su programa Imprescindibles, le ha dedicado, y que aunque se emite hoy, a las 21 horas, se estrenaba anoche en pantalla grande. 

Gervsaio Sánchez arremetió, en su línea, contra unos y otros, con las mismas obsesiones que lo caracterizan desde hace años, aunque ni por ser eso, obsesiones, logran un resultado. Quizá por ello: por tener asumida la derrota. Es el caso del tráfico de armas, que lleva años denunciando. Es posible que su protesta no haya servido de nada y no haya disminuido ni en un ápice la exportación armamentística, pero también es cierto que trabajos como el de niños soldados o el de 'Vidas minadas' están desde hace mucho tiempo en la memoria y en la conciencia colectiva.

De Gervasio Sánchez, como pasa con muchos otros, se dice, y ayer se volvió a repetir, la frase de que o se lo odia o se le ama pero no deja indiferente. Gervasio Sánchez, además, puede provocar las dos contrapuestas reacciones al mismo tiempo. 

Es probable que antes de cuarto de carrera me llegase algún hilo de este fotoperiodista, pero no lo recuerdo. Mi primer recuerdo consciente de su trabajo me llegó, como casi toda en aquella época, de la mano de mi profesora de Historia del Periodismo. Fue ella la que me habló de él, la que me enseñó sus fotos y la que me instó a entrevistarlo. Acudí a una conferencia suya en la que se generó una polémica y una chica extranjera del público comenzó a arremeter contra él, quien se defendió hilvanando una teoría, a mi parecer confusa, sobre conspiraciones hacia él. No me resultó demasiado fiable aquella escena y lo puse en cuarentena. 

Aquella entrevista que le hice me llevo años después a la misma conclusión que en la noche de ayer y que es lo que menos me gusta de él: repite una y otra vez el mismo discurso. Dos años después de mi cuarto carrera, vino a dar una clase magistral al máster de ABC y repitió lo mismo que tiempo atrás. No me cayó demasiado bien entonces. Ayer, cuando volvió a incidir en los mismos temas, lo vi sin embargo con diferentes ojos. Hay temas que es necesario repetir y una otra vez hasta hacer mella. Probablemente yo no tenía entonces la experiencia necesaria para entender de qué hablaba y ayer sí, y lo que entendí entonces como repetitivo y pesado, ahora lo veo como coherencia en su discurso. 

Por ejemplo, en cuanto al periodismo local. En el año 2008 (él se licenció el año que yo nací), en aquella entrevista, me dijo: "Sabemos las trampas permanentes que existen, la influencia que ejercen poderes extraños a la comunicación sobre la comunicación: empresas, políticos, publicidad… Hay muchas presiones y a nadie se le va a ocurrir enfrentarse a grandes empresas que tienen mucha influencia. Cuando hay intereses que entran en contradicción con los intereses del grupo mediático, automáticamente se acaba aparcando el periodismo a un lado, y se permite que ocurran cosas que, desde mi punto de vista, me parecen inaceptables". Hablaba de periodismo local, del que ayer volvió a decir que si él lo hubiera ejercido en lugar de dedicarse al periodismo internacional, haría años que le hubieran "cortado la cabeza". Es muy probable. 

El Imprescindibles que emite este noche La 2 es un trabajo muy interesante y recomendable. Desde la música hasta las localizaciones (y pese a esos movimientos de cámara un poco apresurados de vez en cuando). Pero sobre todo es un recorrido por un fotoperiodismo del que ya poco se hace, no porque no haya buenos fotoperiodistas, que los hay y muy buenos, sino porque la censura y la precariedad se han aliado para hundir esta maravillosa y apasionante profesión. 

Frente a lo que menos me gusta de él, lo que más me gusta es que no abandone nunca sus objetivos, que recorra junto a sus fotografías la historia que tienen, que nos cuente los después, el niño comido por la metralla convertido en papá que sirve de punto de partida al documental; la vida de los derrotados, de los alcanzados por una mina, que tanto me impresionaron en cuarto de carrera. "Perdí hace muchos años la idea de cambiar el mundo con el periodismo", apuntó anoche Gervasio. Así, con esta confesión ya presumible terminó ayer; con la apariencia de estar de vuelta de todo pese a la vitalidad y seguridad con la que dijo que dentro de diez años, sabía que seguiría haciendo lo mismo: recorriendo el mundo y denunciando con sus fotos las guerras y sus largas consecuencias. Quizá ese pesimismo aparente era solo una pose. O quizá es que aún me llame la atención porque como me lleva 25 años, yo sigo pensando aún que sí es posible aquella frase que tuve puesta algún tiempo en las paredes de mi cuarto y que decía algo así como que el primer impulso que me llevo al periodismo fue la idea de cambiar las cosas...

En cualquier caso, el documental es muy interesante, y recomiendo a todos que lo vean esta noche, o cualquier otra noche. Es de esos por lo que el tiempo, probablemente, no vaya a pasar. Y que te hablen, él y otros profesionales que salen el el vídeo, de periodismo y de fotografía es siempre un placer.  

miércoles, 5 de marzo de 2014

Él soñaba despierto


Él estaba en otro mundo: en el roce de su mano al sostenerle la puerta. Mientras firmaba uno tras otro los documentos que le pasaba su secretaria, él sólo soñaba, despierto, como se tienen los mejores sueños. Sabía que era como querer unir el norte y el sur, el agua con el aceite. Aunar el mar y la arena sin que saliera fango. No se lo podía creer, sentirse como tras aquel beso de los 12 años tantas décadas después. Igual de inocente, de inexperto, de asustado. Sólo que esta vez ni siquiera había habido beso. Eso que tontamente llamaban mariposas en el estómago era un punzante dolor de barriga, nervios que le cerraban el estómago y un único pensamiento que le ocupaba toda la cabeza. Él, que era famoso por saber hacer y controlar mil cosas a la vez. Pero ahora, indefendo, de lo único que se sentía capaz era de tenerla a ella en la cabeza. De soñarla. Soñar con lo imposible despierto porque sólo despierto los sueños pueden convertirse realidad. Su mano, rozarla otra vez.

viernes, 28 de febrero de 2014

Andalucía desde la distancia




¿Era Alberti quien preguntaba qué cantan los poetas andaluces?... 
Alberti, Lorca, Juan Ramón... Mi favorito, Cernuda. La poesía, la de aquellos primeros encuentros de la infancia, es andaluza y sabe a colegio, a versos de Machado recitados por Mari Carmen, la maestra; a actividades escolares... A aquellas mañanas de cada 27 de febrero (porque el 28 era fiesta) en las que tocábamos el himno con la flauta (odiaba tocar la flauta), en el patio del colegio, a aquellos mapas que hacíamos con flores blancas y verdes... 

Pero de aquello hace ya muchos años, y muchos años hace también que el día de Andalucía no me pilla en casa. Yo no soy muy patriótica, en ninguno de sus sentidos, ni tengo excesivo amor a las banderas, pero mientras nunca he tenido claro si soy más gaditana que choquera (o más de Huelva que de Cádiz), siempre me he sentido, aún en la distancia, muy cerca de Andalucía. 
Sé que también se sienten así muchos de mis amigos, aunque ahora estén en Alemania, en Inglaterra, en Portugal, en Bolivia, en Barcelona... o como es mi caso, en Madrid. Esta crisis, o estas realidades, que nos disgregan por el mundo... Y yo, que tengo alma viajera, reconozco también que muchas veces no es ese alma errante la que me aleja de Andalucía, sino que es más sencillo: en nuestra tierra no hay trabajo. Ya nos gustaría estar más cerca... 
En pocos sitios hay trabajo, pero allí menos. Por eso, tenemos que conformarnos -¿Conformarnos?- con que el 28 de febrero no sea festivo, con recordar y amar la tierra desde la distancia... 


Feliz día de Andalucía

miércoles, 19 de febrero de 2014

Silencio, por favor, y que empiece la función


Siempre que escucho toser en el teatro, o que a mí misma me entra tos, además de pasarlo fatal me acuerdo de Amparo Larrañaga, que en una entrevista decía algo así como que sentía y escuchaba todo lo que pasaba en el escenario y lo pasaba mal, y que por eso ella nunca iba al teatro cuando tenía siquiera un poco de tos. 

Teatro Infanta Isabel
Quizá no hace falta llegar a tales extremos, pero lo que sí es cierto es que el teatro requiere de una concentración y una entrega especial, no solo para los actores -por motivos obvios-, sino también para el público. 

Hace unos días, José Carlos Plaza y su equipo de Hécuba hablaban en un encuentro con el público de que el tiempo que dura una función de teatro saca al actor y al espectador del mundo real (con sus problemas y sus giros) y lo lleva a un espacio compartido. Se trata de eso, de abstraerse y emocionarse con una mentira que si los actores son buenos se convierte en la mayor de las verdades. 

El teatro es un momento único, es el grado máximo de compartir, son los actores y el público sumados al mismo aliento, unidos en la misma respiración, viviendo juntos un tiempo y una emoción que no volverá a sucederse. Por ello exige de esa entrega, de ese respeto, de esa concentración. 

Exigimos a los actores que están sobre el escenario que se den con su energía máxima, pero como público no sólo debemos responder al final con un aplauso que salga del corazón, sino que a lo largo de toda la función debemos entregarnos a ellos, dejarnos hacer, dejarnos cautivar. De este modo el teatro se convierte en la máxima y más bella comunión posible.

(Esta entrada de blog se la dedico a la pareja de los asientos 5 y 7, de la fila 7 del Patio de Butacas del Teatro Infanta Isabel, que hoy han acudido a ver la obra El cojo de Inishmaan. Decirles que aunque ellos no lo sepan, no es suficiente con silenciar los móviles; la constante vibración y los mensajes de whatsapp enviados durante toda la función también molestan y se oyen; decirles que los programas de mano y la revista de 'Smedia' es para leerla fuera de la función, no para arrugarla, doblarla, jugar con ella y hacer ruido incluso hasta soplándola como si se creyeran que son velas. Porque quizá era eso, que se pensaban que estaban en un cumpleaños y de ahí sus conversaciones en el mismo tono que si estuvieran en el bar. Le dedico la entrada a ellos y deseo no volvérmelos a cruzar en un teatro)       

lunes, 10 de febrero de 2014

Ese (despreciado) cine español

Durante muchos años, Sobreviviré fue mi película favorita
No es cosa de ahora. Siempre preferí ver una película española que una americana. Quizá por eso tengo grandes lagunas en el cine mundial (intento remediarlo piano piano), pero me he visto buena parte de la filmografía española desde décadas anteriores a mi nacimiento hasta los últimos premios Goya. Es cierto, siempre he tenido cierta debilidad por el cine patrio, por la ficción hecha en casa.

Durante años he tenido que escuchar las manidas frases de desprecio hacia el cine español, esa incansable retahíla de insultos hacia equipos artísticos y técnicos sin analizar el producto; críticas vacías, simplemente por el hecho de ser cine español. Porque lo mejor de todo es que esos que echaban sapos y culebras sobre el cine nacional no se habían acercado a ver una película española al cine. Frases que llevo escuchando desde aquellos años en los que me recuerdo viendo encantada Belle Époque hasta hace unos días, cuando después de ver 15 años y un día, la amiga con la que la había visto me dice que, como a mí, le ha gustado mucho la película, pero que claro, no había ido antes porque puestos a pagar por ir al cine, no va a pagar por una película española...

¿No va a pagar por una peli española? Tantos años y no hemos evolucionado. ¿Por qué? Obviamente el cine español hace malas películas. ¿Acaso no hacen malas películas los americanos? Pero también hacen películas exquisitas, sublimes, maravillosas. Tenemos menos medios, pero grandes dosis de imaginación y esfuerzo y entusiasmo y valentía... y actores y actrices fabulosos, y guionistas y directores y directores de foto y de arte, y técnicos y artistas grandes, muy grandes... aunque no se les valore. 

Porque el problema del cine español no es el cine español, es que no se le quiere, es que la política lo maltrata y el público lo desprecia. Pero si eso me ha llamado la atención desde hace años, cada vez que he salido a defender el cine que a mí me gusta, aún más me sorprende ahora... Ahora que por diversos motivos me veo a menudo rodeada de gente vinculada al cine. Gente que estudia para ser dire de foto, para producir cine español, para ser actores y actrices... y que pese a ello reniegan como el que más del cine que desean que les de de comer. No solo los alumnos, sino incluso los profesores, los que te mandan hacer un trabajo sobre un director de cine, pero no te aceptan la propuesta de hacerlo sobre Gracia Querejeta y te obligan a que lo hagas sobre cualquier otro... que no hable español. Un odio al cine español desde dentro, que como en las mejores familias, es el que más daño hace. 

miércoles, 8 de enero de 2014

Y pasó


Y pasó la Navidad. Y se acabó este año tan decisivo. Y volvemos a este punto sin retorno, al frío, al recelo, al miedo, a la fuerza, a la valentía, a la decisión, al contraste. 2013 se llevó las seguridades que amamanté de adolescente, la energía y hasta la confianza crédula e inocente. Pero me enseñó que la vida es más que un tránsito, que la vulnerabilidad y la sensibilidad no son un defecto, sino una virtud. Aprendí que los lazos no tienen por qué ser de sangre, que cuando llueve quienes lucían palmito junto a ti al sol corren a resguardarse sin importales nadie más. Pero el sol siempre sale, eso también lo aprendí, sólo que hay que mirar por la ventana y no siempre hay ventanas. Es mejor no esperar y dar trae más alegrías que pedir.