sábado, 23 de noviembre de 2013

Conducir


Tumbada en el sofá, llorando como una magdalena mientras esperaba a mis compañeras de piso (y amigas). Y lloraba porque había suspendido el teórico del carné de conducir del que me había examinado apresuradamente entre clases y trabajo. En el 'Telepizza' trabajaba aquellos días mientras distribuía mi tiempo como podía circulando como loca en bicicleta por unas calles de Sevilla que aún no estaban adaptadas (ahora sí) para ciclistas. Aprobé a la segunda aquel test y fuera como fuera tenía que aprobar a la primera el práctico porque el dinero reunido no me llegaba para más... El profesor no quería que me presentara, pero yo era tan cabezota como hoy. Había dado todas las clases con lluvias y un tráfico horrible y el día del examen lució el sol y la capital hispalense estaba desierta. Me acuerdo que tuve que pedir permiso para salir antes de clase (estudiaba Arte Dramático por aquellas) porque tenía que ir al examen. Y, milagros porque preparada no estaba, aprobé. Aprobar el carné de conducir es como quitarte un peso tremendo de encima. Al menos esa fue mi sensación, la de una liberación. 

Y el tiempo pasó. Yo que era aquella niña que a los 14 escribía en su diario que quería tener ya 25 años para ser una mujer segura con la vida centrada... No imaginaba, supongo, que diez años después de aquella tarde de sofá estaría de nuevo circulando como loca con la bicicleta, volviendo a frecuentar las clases y midiendo los euros para con el mismo esfuerzo que me costó lograr el dinero del carné -del que mi madre me pagó una parte pero la gran parte yo-, para con esa misma agonía y precariedad, pagar el dinero de la renovación. 

Cuando esta mañana en el centro de conductores me hacían la foto de carné intentaba pensar en cómo será mi mirada cuando, en la frontera de los 40, tenga que volver a renovarme el carné y mire esta foto que me hacían hoy. Supongo que aunque lo piense poco tendrá que ver con la mirada de esta casi treintañera obsesiva y cambiante. 
Aquellas amigas a las que esperaba en medio de la llorera siguen siendo mis amigas, aquella actividad frenética, la insaciable curiosidad, los malabarismos para repartir el tiempo... Cosas que no han cambiado. Por lo demás, no alcancé la seguridad que esperaba, pero sí otra... Y mucho menos llegué a las certezas que ansiaba. Tengo menos claro quién soy pero mucho más claro qué no quiero en mi vida. Renuevo el carné de conducir y los kilómetros recorridos, que han sido muchísimos, han quedado muy marcados en la carretera... (Raro es el amigo que no acaba contando alguna anécdota donde yo y el volante jugamos un papel importante) Pero el camino, supongo, es largo aún.