domingo, 30 de diciembre de 2012

2012

El tren atraviesa el país desde este sur de la infancia al Madrid de las filias y las fobias, tan idealizado en la adolescencia, tan aborrecido años después y tan estimulante al mismo tiempo. El año 2012 va dando sus últimos coletazos... ¿por qué recordaré este año? Diré aquel año lo estrené haciendo un viaje a Alemania con mamá y con los amigos del alma, con los que no hacen falta palabras, con Ale y Cris. Hubo más viajes, Valencia con la familia, Ibiza con Àngela. Ella también viajó a verme, junto a Óscar, ambos compartiendo conmigo esta incertidumbre y pasión periodística que tanto nos condiciona, Marruecos siempre presente. Territorios para enseñar y otros para descubrir. Redescubrir es lo que hice también en Roma en un viaje con Tamara que fue muy especial y con el que se fue terminando el año. Los ùltimos días los pasaré en Madrid, previa pequeña escapada a San Fernando para celebrar las bodas de oro de mis abuelos. Pese a los disgustos previos fue un día muy bonito en el que creer en el amor. Lo malo, las ausencias ¿Qué más ha dejado 2012? Alguna pelea, fracasos, decepción... Hay personas con las que en un determinado momento de la vida compartes parte de ti, después esa vinculaciòn se rompe, ya sea por la distancia, por los conflictos o por la vida. Yo aprendí a querer mientras dura, sin rencores ni reproches. Algunos amigos se van quedando en el camino dejando atrás momentos compartidos que permanecerán en la memoria. Otros están más cerca y te acompañan y te arropan ante el frío de la vida. Con esos he podido compartir también horas de este 2012. Aunque supongo que puestos a recordar cuando piense con el paso del tiempo còmo era yo en aquel lejano 2012, Ceuta será lo primero que venga a mi mente, y como para entonces la memoria -siempre inteligente- ya me habrá hecho olvidar lo malo, me vendrán recuerdos de todo lo que aquel año aprendí cuando era esa periodista de local de El Pueblo de Ceuta y me vendrá a la cabeza la redacciòn, el mar, los cafés, la comida china, Chila, los amigos, la ternura. Aquel año yo vivía en Ceuta, diré... còmo pasa el tiempo...Así lo intuyo mientras el tren, como la vida, continúa avanzando... hasta reencontrarme con el enano y mamá y terminar así el año con la familia. Feliz 2013... y bienvenidas sus 365 nuevas oportunidades.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Los 80 son nuestros



Llegué a ‘Los 80 son nuestros’ emocionada con la idea de poder ver sobre el escenario a Lydia Bosch hace casi 25 años. Además, te cautivan desde la primera palabra Amparo Larrañaga y Luis Merlo que ya siendo unos veinteañeros con cara de niños apuntaban maneras de grandes. Pero si hay algo que me ha tocado es la obra en sí –por otro lado, como suele ocurrir con los textos de Ana Diosdado–, una historia que habla de la juventud, de los jóvenes de hace casi tres décadas pero sin perder apenas un ápice de actualidad, un texto dramático que visto con los ojos de hoy en día no puede dejarte indiferente. 
Ha cambiado el lenguaje –la jerga– y las drogas, probablemente, más tecnológicas en la actualidad, y ha cambiado el vestuario y la puesta en escena, pero la esencia, el discurso –como en cualquier historia de una escalera– sigue siendo la misma. La generación perdida a prueba de balas, la desesperanza ante la inactividad social.
Parásitos de la sociedad en los que nos hemos convertido, convencidos de que la realidad es inamovible, quejicas desencantados –y con razón– porque no nos han dado la oportunidad de la que nos hablaron. La contracultura. Una juventud agriada y cada vez más vieja. ¿Hasta que edad se es joven? El desencanto versus la necesidad de ser partícipes del cambio, del ansiado cambio en el que no sabemos ya si creemos. ‘Los 80 son nuestros’ me ha parecido una obra magistral.

-        Yo solo digo que somos privilegiados.
       ¿Privilegiados por qué? ¿Porque comemos caliente y nos enseñan trucos para escalar puestos? ¿Y si no nos gustan los puestos por los que nos hacen escalar? ¿ Y si no nos basta con comer caliente para tener ilusión por la vida? Para creer que esa mierda de vida merezca la pena. Y si cada mañana nos cuesta un trabajo espantoso levantarnos porque no sabemos a dónde nos llevan ni por qué nos llevan ni si vale la pena ir.

(Y ver a Lydia, por supuesto, es siempre un placer)