miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mi Italia... Y la de Miguel Mora


Que se lo digan a A., que encontró a su gran amor en Roma; o a V., que no se enamoró de uno sino de todos los italianos que le enseñaban las playas de Salerno. O a A. y a L. con las que compartí mis primeras croquetas peruginas pero también mis más secretas confesiones. Que le pregunten a S., otra de las que se quedó prendada de un italiano, F., que nos cocinó las mejores pastas, mientras su prima, los mejores risotti. Aunque de V. me quedo con los helados compartidos. O, por supuesto, a C. Qué decir. 

Son iniciales de algunos de los nombres a los que me sabe Italia. En este caso, la segunda parte de mi Italia. Debe ser extraño vivir en ese país, aunque sólo sean unos meses, y no quedarse prendado y atrapado. Por eso uno deja algo de sí mismo enredado entre las personas con las que compartió experiencias, con la esperanza de poder volver a recuperar sus piezas algún día. 

Viví tres meses en Venecia y, dos años después, nueve en Perugia. Doce en total, que no voy a ponerme ahora a relatar porque para eso sólo hay que dar marcha atrás en este mismo blog o en tantas otras páginas que dejé desperdigadas en aquel momento. Sólo puedo decir que el tiempo allí lo aproveché, que fueron muchas horas recorriendo en 'Trenitalia' el país de arriba a abajo. Muchas experiencias adheridas a la piel y que nos une en eterna complicidad a los que las compartimos en aquellos momentos. Abundante comida y emocionantes descubrimientos. 

Si todo esto me viene a la mente ahora es porque ayer me enteré -con un poco de retraso, cierto es- de que Miguel Mora deja su corresponsalía en Roma para marcharse a París. Mi Italia también sabe a los artículos leídos con devoción y envidia -¿qué periodista no envidia su puesto de corresponsal en la ciudad eterna?-, antes, durante y después de aquellos meses italianos. Su despedida, en el blog de El País, me puso los pelos de punta. 

Ahora, en su nueva aventura, en la Francia en la que ya está inmerso, sólo puedo decirle: 'In boca al lupo'
Y sé, sin conocerlo, lo que Miguel Mora me respondería...

Arrivederci Roma!
"Señoras, señores, se acabó lo que se daba. Il Capo ha decidido que hay que irse a París, y allá que vamos, y a toda lait que la cosa está que arde. Sarkó, Carlà, el nasciturus, sus biberones, DSK recién resucitado de sus (evanescentes) acusaciones, calentones y fluidos, y si hay suerte la victoria de Madame Le Pen y la hecatombe del euro... No parece mal plan de curro, aunque he de reconocerlo: la despedida es durísima. Duele mucho dejar Roma, Italia, e incluso Vaticalia. Y no quiero ni contarles el sofocón que llevan mis pobres hijas desde que se enteraron de la noticia. Vaya usted y explíqueles ahora que eso que les dicen los trasteverinos de mio unico e grande amore es solo retórica. Sí ja."

Lee aquí la despedida completa de Miguel Mora. 

Como la Sirenita


La primera clase de aquafitness, esta mañana, no hacía otra cosa que anunciar un día acuático. “Como la Sirenita, o como el astronauta que pisó la luna, sin brusquedad, suave”, me indicaba Erika mientras, cogiéndome de la mano, me hacía sumergirme en el mar. Al fin el prometido bautismo de buceo en el Diving Center, a escasos días de que el verano toque a su fin. 
   El miedo, metido en el cuerpo por mi madre y por Cristina, y reforzado por el trágico ahogamiento de dos hombres hace pocos días, se disiparon con el tono cantarín de la argentina Erika, que me proporcionó seguridad. Ya en el mar, como en la radio, los gestos con las manos daban paso a la escena. Como en una película, el mar me abrazaba. 
   Me dolía la mandíbula de apretar tan fuerte el respirador. ¿Y si en mitad del mar se me salía de la boca?, era mi temor. El entaponamiento de oídos se iba pasando si ponía en práctica los ejercicios que me habían explicado: taparte la nariz y respirar.


Apenas tres o cuatro metros de profundidad. Suficientes para mi primer contacto marino. Peces 
pequeñitos y grandes, corales y erizos. Un nada uniforme suelo marino. Increíble. Lo más complicado era controlar el peso, no hundirte tanto que la barriga tocara la tierra, pero tampoco flotar sin lograr descender. Nueve kilos de plomo compitiendo contra un chaleco lleno de aire. Y mi mala coordinación puesta en juego. Dice mi primo, que ha bajado hasta 42 metros, que llegas a tal desconexión de la superficie, que ya no sabes si arriba es arriba o a la derecha... Parte de esa abstracción la he experimentado hoy.

De vuelta a casa y para finalizar un entretenido y apasionante día de descanso -lo empecé con una ácida y maravillosa película, Los limoneros-, he terminado el libro que estaba leyendo –de periodistas metidas a detectives– y que he devorado de manera apasionada en unos días, pero esa es otra historia. De momento, mañana (en unas horas realmente) habrá que volver a la redacción.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Dubitativo septiembre


Volver -ya ni me acuerdo- de vacaciones se me hizo cuesta arriba. El horizonte de páginas en blanco me pareció negro. Pero al final no lo fue tanto. Pensé que agosto no terminaría nunca y, sin embargo, sin darme cuenta se esfumó (y con él mis 26...). Ahora empezamos septiembre y este mes -ahora sí- sé que se me va a hacer cuesta arriba. Porque hay cosas que no cambian y me conozco, sé que como en otras ocasiones, septiembre es siempre un mes de toma de decisiones, algo que en este nuevo inicio se repite. Y una -para la que la decisión no es precisamente su gran virtud-, no lleva bien esos momentos, por muy bien que sí lleve los cambios. A esto se le suma ausencias que no me deberían afectar pero lo hacen, me desmotivan; y conocimientos/presentimientos que, a su vez, fomentan el ocaso, las contradicciones. Además, cambia el clima y el espíritu se enturbia. Ganesh es el Dios hindú de los buenos comienzos. Igual me agarro a él, a ver si me inspira.