miércoles, 29 de diciembre de 2010

Y volver a empezar


Al sur del sur (O al norte, según se mire). Casi sin tiempo de reacción, como suelen ocurrirme a mí las cosas.
De una punta a otra. Recién llegada a la África española en la búsqueda de mi alma de periodista.
Estoy expectante y emocionada. Por un lado, mi primer contrato laboral como periodista después de una buena retahíla de prácticas, becas y colaboraciones. Por otro lado, un lugar peculiar, Ceuta, que me mal vendieron como un rincón feo y desamparado y que en los tres días que llevo me está sorprendiendo con su multiculturalismo y sus diversas perspectivas.

Cuando hoy, tercer día de trabajo, llegué a la redacción a las diez y media de la mañana, los pocos que andaban por allí me miraron con cara de espanto. ¿Qué haces aquí? Vete a buscar noticias. Y yo me acordé de aquella charla que nos dio en el máster David Beriain en la que nos hablaba de un periodismo que yo pensé que ya no existía. 
Pero aquí estoy. En un periódico en el que los redactores no tenemos acceso a los teletipos ni a las agencias y las noticias deben cazarse en la calle. Eso conlleva, claro, a la posibilidad de caer en la tentación de que todo pueda ser noticiable. Pero ahí está el olfato, el ojo periodístico, que sepa separar la paja del grano.
Sin renunciar a la calidad. Tengo muy claro de cara a esta nueva etapa que da lo mismo que el lector sea internacional, nacional o local. No dejaré de mirar atrás para no olvidar nunca todo lo que hemos aprendido. La calidad que me exigían con tachones de bolígrafos rojos o con e-mails despedazadores.

Me hacía falta volver. Echarme a los leones, dejarme explotar con horarios abusivos. Espabilarme. Necesito recordar por qué un día decidí que vendería mi alma al diablo del periodismo pero no por ello renunciaría a mis principios. Eso nunca. 
Necesito demostrarme que estoy a la altura de la pasión que irradian los periodistas que admiro, la que compartí con algunos profesores, con la que vi pelear a algunos compañeros.
Recién legada a El pueblo de Ceuta y dispuesta a darlo todo, a absórbelo todo, a aprender y a amar.

De Clark Kent a Mary Poppins 24: The End


Casi sin tiempo de despedidas. Bueno, según se mire. Porque la última semana no hicimos otra cosa que despedirnos. De todos, de cada uno.
Después, un vuelo rápido. Bueno, también más o menos… Según se mire.
El viaje programado a Belfast se convirtió en un “atrapados en la nieve”. Tendremos que dejarlo para la próxima, para cuando dentro de diez años volvamos a Kinsale a ver a nuestros niños convertidos en adolescentes.
Gia no sabía que me marchaba. Al día siguiente, me buscaría por la habitación de la au pair gritando Sha Sha; según ella, mi nombre. Harry sí sabía que era mi último día y no me soltaba, me dio un abrazo eterno de esos que solo saben dar los niños.

La despedida fue blanca, como la blanca Navidad. El jeep, nuestro jeep, nos regaló un último pasaje a través de la nieve. Después, tren de Cork a Dublín, cortesía de Morgan. Y avión a Faro. Esa noche, Cristina y yo estábamos cenando en su casa, como tantas otras. Y es que sin ella, nada aquí hubiese sido lo mismo. Me costó despedirnos. Irlanda nos esperó y ahora es nuestra. De las dos. Compartida como un par de calcetines desparejados que supieron encontrarse.

The End. Tres meses en los que acabé convertida en Cenicienta, pero en los que disfruté mucho.
Después de ésta, o mi instinto maternal quedaba castrado o me entraban unas ganas inmensas de ser madre. Y me da que es lo segundo. Claro que mi instinto maternal siempre estuvo muy marcado.
Y el inglés, ese constante enemigo. Que le diría a Moli. No hay que olvidar que en tres meses no se le pueden sacar peras al olmo… Pero teniendo eso en cuenta, estoy contenta con los resultados. Y hacer mis primeras entrevistas en inglés no tiene precio. (Reportaje pendiente, por cierto). Que una estaba disfrazada de Mary Poppins pero cuando hacía falta podía enfundarse el traje de Clark Kent.
See you soon...

viernes, 17 de diciembre de 2010

De Clark Kent a Mary Poppins 23: The last day.


Ya lo dijo Mary Poppins:
You’re never too old to go fly a kite.

Mi última noche, mi último día...

Regalos de despedida y un abrazo infinito del renacuajo.
Mañana más. Mañana, the last day.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

De Clark Kent a Mary Poppins 22: Hasta siempre


Hace unos días, Carolyne tuvo que ir a un entierro.
A la vuelta, Cristina, esperando recibir una respuesta acorde a un funeral, le preguntó que qué tal había ido. Pero para su sorpresa, Carolyne le respondió: "Estupendamente, me lo he pasado muy bien". 
Ante la cara de asombro de Cristina, la mujer le explicó algo sobre la cultura irlandesa: ellos tienen un modo diferente de afrontar la muerte.
Cuando alguien fallece, la familia vela al cuerpo en casa y todos los amigos los visitan. Mientras se bebe y se brinda, van, entre todos, recordando y relatando anécdotas del fallecido. A más cervezas, más recuerdos florecen. Hay velatorios que duran hasta tres días, convirtiéndose en una gran fiesta en la que, normalmente, hay más risas que llantos. 
La muerte recibida de la forma más natural, al fin y al cabo, la muerte es la única certeza que tenemos en la vida. 

Esta noche soy yo la que, como los irlandeses, brinda recordándote. Cuando llegues, no te asustes del perro que está en las faldas de tu hermana. Es muy bueno. Y a ella, dale un beso muy grande de mi parte. Algún día, seguro, nos volveremos a encontrar.

lunes, 13 de diciembre de 2010

De Clark Kent a Mary Poppins 21: Spanish party


Si aquí en Irlanda, esto se estilaba o no, no lo sabíamos, pero qué mejor despedida que juntarlos a todos. A todos con los que, de un modo u otro, hemos convivido y compartido estos tres meses en Kinsale. 

Así que anteayer, nuestro último sábado en familia, Cristina y yo organizamos una "Spanish party". 

Carolyne (la madre de una de las dos familias de Cristina) ponía la casa y pagaba los ingredientes...
(Ay, que hubiese sido de nosotras estos tres meses sin Carolyne, sin su casa y sin su jeep). 
La cita era a la una del mediodía, y ésta la lista de invitados:


Niños: 
- Los de Carolyne: Momo, Cuby y Charli, de entre 5 años y 1. 
- Los de Jackie: Nuestra benjamina Kiki, de 9 meses, y su hermana Mai, de 3 años.
- Los de mi familia: Harry y Gia (al final los voy a echar de menos y todo...)
- Los de familias amigas: Holly y Alex, de un año ambos. 
Si no me he comido a ninguno, 9 niños. A los que hay que añadir dos adolescentes. Encantadores, por cierto.
En total, 11 niños.

Adultos:
Las tres familias, más las dos inquilinas de Jackie, más la familia italiana, más la madre de Holly, más la madre de los dos adolescentes, más nosotras... 
En total, 11 adultos. 

Vamos, 23 PERSONAS (no, Cris?)  

EL MENÚ: 
Salmorejo, huevos rellenos, tortilla... y el plato estrella: Paella.
De beber, ponche. 

Un lunch festivo que resultó todo un éxito. La gente se lo pasó muy bien y pasamos un día en familia muy, pero que muy agradable. 


miércoles, 8 de diciembre de 2010

De Clark Kent a Mary Poppins 20: Trenes infantiles


Anda dando saltitos. Es tan rubio como el trigo. Siempre digo que prefiero a la niña. Pero a veces él hace algo que te deja embobada. Relamiéndote en el sabor dulce pero ácido de los pasteles de manzana que cocinan aquí. Pensando en aquella frase que alguien colocó el otro día en un escaparate: "La Navidad y la infancia no son épocas, son un estado mental". La inocencia, la sinceridad, la ilusión, la espontaneidad.

Hay pasiones que solo pueden vivirse con la intensidad con la que la comprenden los niños. Y la de Harry es los trenes. Quizás porque nunca se ha montado en uno. Y el todo por descubrir, aupado por la imaginación, es más potente que cualquier realidad. Su madre me había dicho: "A este niño le encantan los trenes".
Pero una no puede imaginarse hasta qué punto. No puede hasta que un día se lo lleva a ver una exposición de maquetas y el niño corre y corre, no con una sonrisa, sino con una risa nerviosa y juguetona que le impide concentrarse en lo que ve... "Look, look, look". Es lo único que alcanza a decir. Corre, vuelve, persigue los pequeños trenes en miniatura que se reparten por una ciudad también en miniatura. Y me mira. Y me dice lo lovely que es ese lugar.
Esa misma risa frágil y emocionada se apoderó de él ayer. Mi madre me había enviado un power point con fotos de trenes para que se lo enseñara al niño. Sus cinco años se le salían del cuerpo al ver las fotos. Y saltaba, no a pequeños saltitos como cuando anda, sino a grandes saltos de emoción. Pena que cuando somos adultos nos olvidemos de saltar al celebrar las emociones.
Hoy, en una ociosa mañana sin colegio, se ha puesto dibujar. "¿Qué dibujas?", le he preguntado. "Un tren -me ha contestado- para tu madre".

viernes, 3 de diciembre de 2010

De Clark Kent a Mary Poppins 19: Y después de la nieve... Llega el hielo


Qué semana más, más, más larga. 
Que sí, que la nieve es muy bonita y la blanca Navidad, muy blanca... mensajera de paz y de puro amor. 
El lunes uno se despierta y ve todo Sandycove white, white y le hace ilusión. Menos cuando eso significa que al cole de Harry es imposible llegar y que tienes que entretener al niño toda la mañana. Pero bueno, que si haces un muñeco de nieve, que si una guerra de bolas... Te congelas, pero la mañana pasa y te has echado unas risas.
Cuando el martes vuelve a amanecer nevado y tienes al niño, otra vez, todo el día en casa, te desesperas un poco pero lo sobrellevas: que si haces una tarta (total, más de lo que has engordado ya no puedes engordar.. o sí?), que si le pones la peli Cars por décima vez, que si le propones algún juego del que se cansará a los cinco minutos... En fin. 
El miércoles ya estás que te subes por las paredes. Llevas tres días sin salir de casa y la nieve te sale por las orejas. Qué hartura. Y qué frío, que se están alcanzando temperaturas inferiores a los menos 10 grados y las noticias dicen que viajes a cualquier lugar, excepto a Irlanda (Muy listos, claro, ¿pero qué haces si ya estás aquí?). Pues nada. No te queda otra que contar las horas...
Llega el jueves y dices: ¡Paso de la nieve! Si no puedo coger el coche, me planto las botas y salgo de este campo aunque sea en trineo. 
Y así lo haces. O lo intentas. No lo del trineo, sino lo de las botas. Coges el coche capota de la niña, la enfundas en los sacos mas abrigados que tenga y la metes dentro. Vistes al niño, le plantas los pantalones de esquiar, los guantes, el gorro, la bufanda, el abrigo y las botas. Y te atavías a ti misma de igual modo. Aquí no va a pasar frío nadie. Y además, la nieve parece que se está derritiendo. Eso será buena señal, no? 
Y sí, derretida está. Ahora el campo que rodea tu casa es una pista de patinaje que me río yo de la que montaban en el centro comercial de al lado de mi casa. No has andado ni tres metros y el niño ya se te ha resbalado 25 veces con sus respectivos 25 llantos. Y el carrito coge más velocidad que el coche de Fernando Alonso. De estas nos caemos al océano en la curva sin necesidad de estrellarnos con el coche. 
Nada, que no hay forma. De vuelta al convento. 
El viernes ya ni miras por la ventana. Total, ya sabes de qué color está todo ahí fuera. Y los patines te los dejaste en España. 

AVISO: Este fin de semana salgo de esta casa, aunque sea en helicóptero.