martes, 27 de octubre de 2009

El desaliento


El desaliento. Los cortes en las manos que no dejan de sangrar.

Manchas de tinta, borrones y la hoguera de las vanidades como única salvación.

Las sombras van aumentando, proyectándose en los túneles cada vez a mayor tamaño.

Pisadas, empujones y proyectos de polvo.

Canciones que habitan en la melancolía. El olvido que no existe, el fracaso, la traición traicionera.

La absurda y gris paciencia. La cuerda locura del deseo.

La incomprensión constante que lo abarca todo, que ahoga, que provoca de todo menos esa indiferencia.

Los pensamientos de negras vías acompañados de aullidos agudos de gatos abandonados.

Un nuevo intento, una nueva ilusión y un verso. Como si acaso, quedarse a dormir con la esperanza, no fuese una mentira.


"Me levanto temprano, moribundo. Perezoso resucito, bienvenido al mundo. Con noticias asesinas me tomo el desayuno. Camino del trabajo, en el metro, aburrido vigilo las caras de los viajeros, compañeros en la rutina y en los bostezos".

lunes, 19 de octubre de 2009

Kafka y la muñeca viajera

“Algún día, cuando deje de escribirte –continuó Franz Kafka– las dos sabremos que la una sin la otra no habríamos llegado nunca tan lejos”.


Era 1923, una fría tarde alemana. Franz Kafka acostumbraba, como cada día, a pasear por el parque Steglitz en Berlín. De pronto, algo le llamó la atención. Una niña, de unos siete años, lloraba desconsolada. Nadie parecía atender a su desesperación.

El escritor se acercó y le preguntó el motivo de su llanto. La niña, tímida pero, al mismo tiempo, confiada como todos los niños, le contó su drama: había perdido a su muñeca.

Ante la impotencia, Kafka utilizó su fantasía y le dijo a la niña que su muñeca no estaba perdida, sino que se había marchado de viaje, y que, de hecho, él era el cartero de muñecas y la suya le había dejado una carta.

La niña, que como a veces pasa, necesitaba creer, creyó.

Al día siguiente, Kafka le llevó a la niña la carta de su muñeca, en ella le contaba dónde se encontraba y qué maravillas vivía. Londres, París, América, la sábana africana... El mundo es ancho, pensaron Kafka y la niña. Y durante tres semanas, la niña recibió diariamente misiva de su muñeca.


Esta historia salió a la luz relatada por Nora Diamant, la compañera del escritor en aquella época, que explicó como Kafka para escribir aquellas cartas entraba “en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal". La ansiedad de escribir…

Durante años, el estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó a la niña, ya convertida en una abuela, que fuese la única destinataria de aquella obra epistolar. Nunca logró encontrarla, ni a la pequeña ni a aquellas cartas.

Tiempo después, el periodista César Aira trató el asunto en el Babelia de El País.

El escritor catalán Jordi Sierra i Fabra leyó aquel día el suplemento y, a raíz de aquello, llevó a la práctica su particular visión. Así nació el libro Kafka y la muñeca viajera, editado por Siruela. Fabra crea su propio Kafka, con la ternura y la innovación que acostumbra a usar en sus libros juveniles.

“El mayor absurdo depende de la sinceridad con que se cuenta”, dice el libro en un momento dado. A veces, sobre todo cuando nos vamos haciendo más mayores, es imprescindible leer con la misma intensidad que leímos los libros juveniles, conservar la exacta capacidad de asombro que tuvimos cuando fuimos niños... creer, sin prejuicios ni dudas, en las cartas de muñecas.

lunes, 12 de octubre de 2009

Llegando

Llegando. Y empieza con gerundio como un mal artículo. Si no fuera porque soy consciente de que estoy inmersa en una buena oportunidad profesional, cerraría los ojos y los abriría sólo cuando estuviera cerca del mar, de algún mar.
Esta ciudad llena de anhelos con la que no termino de llevarme bien. Gente por todas partes queriendo huir y, al mismo tiempo, con los pies pegados al suelo, atrapados. Intento pensar en positivo: infinitas actividades, amigos, oportunidades y bonitos cielos... pero se me esfuman los pensamientos: distancias largas, precios desorbitados y amigos que cuando les da la brisa madrileña se olvidan de lo sencillo y de que ayer nos quisimos.
Busco concienciarme, cambiar la pereza del inicio por la emoción de la novedad. Pero me sé este cuento y mis prejuicios y yo nunca nos sentimos demasiado cómodos atravesando la M30.
Me concentro en darnos una oportunidad pero cuesta tanto...
Madrid y yo podemos amarnos por un momento pero, como toda pasión, pasado el efecto de éxtasis, sólo queda la sangre que dejan las heridas hechas con los cristales rotos del fracaso. Y a los muy buenos momentos vividos en sus calles los tapa el ruido del metro y los gritos de todos los que nos sentimos fuera de lugar en la ciudad que se dice de sí misma ser la suma de todos.
Pero yo no sé qué número soy en esta cuenta de locos.
Vuelvo a Madrid. Vengo por un año.
Pensamiento positivo, fuerza y mucha paciencia, me repito mientras mi autobús va entrando en la estación sur. He llegado a Madrid.

viernes, 9 de octubre de 2009

Galicia

"Para que nada nos amarre
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana"
(Neruda)


O Cebreiro, Fragas do Eume, Betanzos, Costa da Morte, Pontevedra, Lugo, San Andrés de Teixido, O Grove, Cedeira, Santiago de Compostela, Playa de las Catedrales, Mondoñedo, Vilanova de Arousa, Sil, Monforte, Islas Cíes, Arteixo, A Coruña y más.
Cerca de 6.500 kilómetros. Tres meses. Galicia.

jueves, 1 de octubre de 2009

De prácticas (X): El cierre

El ciudades, un brindis con licor café. El vacío con-sentido. Un 3%, las explicaciones. Lo no dicho, por miedo, por vergüenza. Lo repetido. Lo congelado y lo derretido.

Un cuento, un goteo. Un abrazo. Dar las gracias, de corazón.

Debería estar, a estas horas, en Huelva. Y estoy, sin embargo, mirando al mismo mar de todo el verano. No sé si ha sido un fallo en la dirección asistida de un coche en préstamo o el subconsciente lo que me ata a este lugar. Se ralentiza la despedida.

La última firma y un café con una tarta de almendras. El olvido. El recuerdo. Las empanadas que sustituyeron a las croquetas del primer día. Las comidas con discusión incluida en el menú.

Bajar al contenedor de reciclaje cerca de tres bolsas llenas de periódicos. Esa es la señal del ineludible final.

Pero hay más: La actualidad, la vocación, los consejos susurrados (o a gritos), la emoción.

No hubo ruedas de prensa, no hubo demasiada calle, vale. Pero hubo mucho más. Me sentí arropada. Me sentí integrada. Me sentí periodista.

Cafés de máquina en rondas de sección. Páginas enviadas. Páginas recibidas: Textos. Fotos, ecuadres, apuntes.

Titular, antetítulo, subtítulo, entradilla, sumario, filete, ladillo, paquete, columna, robapágina. ¿Un "stig" 20?

Entre llamadas de teléfono y testimonios vas apartando la vanidad en forma de aprendizaje, de observación constante.

Leer entre líneas una mirada. Sentarse en la mesa y reír. Cotillear, pasearse. Pelearse y estresarse. Ahogarse en un vaso de agua. Mojarse bajo un chaparrón. El infinito y los porcentajes extraídos de un boletín oficial. Presentir y callar. Editar páginas.

Galicia, sección y país. Imaginar...

Una lista que habla de entrevistas, de tiempos muertos, de entrecomillados, de ideas ambiguas, de colores. Cambios de mesa, escritos desordenados, ilusiones.

Un mapa que ya no necesito porque ya sí sé donde queda cada lugar. Un autopista con parada cerca del corazón y, por supuesto, de peaje. Un diccionario y un libro de estilo. Recortes.

El azar, los ciclos, la oportunidad.

El cierre, el último cierre.

El PERIODISMO, así, en mayúsculas.

Y una única voz, La Voz en la que me he sentido tan a gusto.