jueves, 27 de agosto de 2009

La noche de las palabras


Una de las ventajas que te ofrece A Coruña es la gran cantidad de rincones marineros y solitarios que tiene. Cerca de la torre de Hércules existen pequeñas calas e inmensas montañas donde la tierra y el mar se dan la mano. Son lugares maravillosos.
Sentada en esas piedras, bañada por el agua, arropada por la torre y con el azul horizonte vigilándome, voy terminándome La noche de las palabras, una novela escrita por el periodista Luís Pousa y vencedora del premio literario Fernando Arenas Quintela 2009.
El relato evoca la ciudad desde la que leo, y al placer de la lectura, le sumo el de recrearme con los mismos paisajes que evoca Miguel Andrade, el protagonista. Pero esto de evocar tiene siempre algo de personal e intransferible. Y por eso, tanto la A Coruña como la Barcelona recreadas, pertenecen tan sólo a Miguel, como a cada uno nos pertenecen en exclusiva, los diarios que nos escribimos.

"Uno coge la estilográfica, un lápiz, lo que sea, y se sienta a descifrar su niñez. Agarro un pedazo de papel, un sobre y un sello y me voy escribiendo estas en las que me explico o me invento con diez años". ¿No es acaso eso, inventarnos a nosotros mismos, lo que hacemos cada día?
Andrade es un pintor coruñés que triunfa en Barcelona, donde reside hace años. Un día decide volver a Galicia en busca de sus raíces. Pero paradójica como es la vida, en lugar de encontrar, pierde. Un accidente de tráfico en ese trayecto, le hace olvidar su pasado. El pintor despierta en un hospital inmerso en una potente amnesia. Comienza entonces la labor de reconstrucción de su propia vida. Para este trabajo, el de entender nuestro presente agarrándonos al pasado, Miguel ya no cuenta con su memoria, tan sólo dispone de las cosas que con él llevaba en el coche: un montón de cajas llenas de cosas absurdas en una carrera inexplicable por el coleccionismo, y un montón de palabras. No son exactamente diarios, sino que Andrade, desde niño, se escribe a sí mismo cartas y se las envía. Esas cartas escritas como si el destinatario fuese su amigo del alma (y que amigo más fiel que uno mismo) suponen el mejor amarre a su pasado.

La noche de las palabras es una novela corta, que se lee rápida y a suspiros, con la brevedad y la contención de pequeños capítulos de apenas dos páginas. La niñez se mezcla con la realidad del ahora, de las canas y el olvido, del alcohol que fija y acorta el tiempo. Pero no es una novela melancólica, ni tampoco dulce. Más bien, posee la violencia y la desfachatez de las tascas, la negrura y la belleza y bohemia de la noche.
Además de los paseos evocados, el autor hace un recorrido por las letras fijadas en la memoria de Andrade, los autores de libros imborrables siempre presentes más allá del silencio. Quizás, también por eso, algo en su lectura me recordó a esas canciones entrañables y golfas de tugurios, de adivinos, de sexo, de alcohol, de poetas, a esos relatos tan mágicos que no les queda otra que ser reales. A esos locos que escriben en servilletas aunque, como Andrade, sea tan sólo para tomarle un pulso al tiempo, para no olvidar ni siquiera desde el mar profundo de una amnesia.

Pensándolo bien, desde este mar gallego (porque es un libro de alguien criado entre mares, ese paso del océano Atlántico al mar Cantábrico y ese baño final por el Mediterráneo, se notan en el libro), tumbada en estas piedras, una termina el libro y comprende el por qué del título. La confusión de la noche, la confusión del olvido, la fugacidad de las palabras y lo eterno de las construcciones, y aún así, la vida siempre presente.
"Negra noche, no me trates así; negra noche, espero tanto de ti...", que diría Sabina. Noche y palabras, excelente mezcla...

1 comentario:

Luis Pousa dijo...

Muchas gracias, Patricia. Me alegro de que "La noche de las palabras" te haya acompañado durante tus paseos por A Coruña. ¡Nos leemos!