martes, 23 de junio de 2009

Viajar es el más terrible de todos los placeres

La última tarde que pasé en Madrid, allá por el que me resulta ya un lejanísimo septiembre, la pasé escuchando los latidos del corazón. La Erasmus me ha demostrado que, en muchas ocasiones, nuestros miedos sí son justificados. Marcharte es renunciar a cosas, tanto voluntaria como involuntariamente. Lo que vas perdiendo por el camino es muy difícil que puedas recuperarlo, pero, a pesar de saberlo, es necesario seguir adelante en tu camino. Vivimos en una balanza constante de pérdidas y ganancias.

La despedida

Con mi característica inestabilidad, he pasado por todo tipo de estados emocionales en los últimos meses. Dicen que en una experiencia como ésta las cosas se viven con otra intensidad. Pensé que era un mito, o al menos, que a mí, que llevaba años fuera de casa y que tan “vivida” me creía, no me pasaría. Ingenuidades. Si hago balance de los últimos meses, tengo la certeza de que han sido absolutamente decisivos. Tantos viajes, tantas dudas, tantos miedos, tantos descubrimientos, tantas palabras, tantos suspiros, tantas alegrías, tantos llantos, tantas fotos, tantos besos, tanto cariño, tantas emociones. Todo ha sido intenso. El amor y el aprendizaje han sido protagonistas. Tanto la apatía, como la fuerza y las ganas, han sido vividas al filo.

No puedo arrepentirme de nada, sé que he aprovechado estos meses. A medida que iba descomponiendo mi cuarto, haciendo las maletas de vuelta y despegando fotos, comprendía todo esto. La habitación se ha ido construyendo a la vez que mi beca Erasmus. Y cuando sola en el cuarto pensaba en ello, las imágenes me acompañaban.

¿No te da pena irte?

Esa es la pregunta que me hacía todo el mundo estos últimos días. Terminar exámenes, pasarme por la oficina Erasmus a firmar los papeles de vuelta, quedar con el casero para devolverle las llaves, cerrar asuntos, y coger otro avión…

A eso he dedicado los últimos días… Y, especialmente, a despedirme: de los lugares, de las personas. Pero no, no estoy triste, echaré en falta mi vida italiana, pero, para ser sinceros, lo que prevalece es la sensación de estar orgullosa de haberme reconciliado conmigo misma. En eso pensaba mientras comía una de mis últimas pizzas Lasagna y mientras mirando un presente que estaba convirtiéndose en pasado comprendía que había llegado la hora de seguir adelante.

“Viajar es el más terrible de todos los placeres”, escribía el periodista y viajero Julio Camba. Es terrible porque aprender y comprender, a veces, duele, duele mucho. Pero al mismo tiempo, viajar es el más maravilloso de todos los placeres, y por ello, después de este curso Erasmus viviendo en la italiana Perugia, sólo puedo estar feliz y agradecida.

jueves, 18 de junio de 2009

El dentista y un biberón

Si alguien me ha visto crecer, mandíbula y cuerpo, ha sido mi dentista, la segunda persona a la que más he odiado en toda mi vida. Y a la que más he temido. No es que mi médico, al que a lo largo de todos estos años no he visto cambiar en nada ni envejecer, sea odioso, pero es dentista -mi dentista- y eso ya le da todas las de perder. Es la peor profesión, y la peor pesadilla, de pequeña y de grande.
Ayer, después de dos años, volví a entrar en esa consulta en la que he pasado tantas horas. Lo primero que llamó mi atención es que en la sala de espera han colocado ordenadores con conexión a Internet para hacer más amena la dura espera. Algo impensable en aquellos años en los que mi odiosa dentadura necesitaba una sesión semanal de dentista.
Justificar a ambos lados
Tumbada en la camilla esperando a que llegue mi médico no importa que tenga ya casi 25 años, me siento como la misma niña pequeña a la que el médico le va a decir "te tienes que lavar mejor los dientes"... Tenía pesadillas con esa frase. Sintiéndome como si tuviese 7 años, antes de entrar en la consulta he vuelto a lavarme concienzudamente los dientes, sabiendo de más, que la regañina será irremediable.
Una radiografía y una limpieza dental, la revisión de un aparato en los dientes inferiores que si me lo quitasen después de tantos años lo echaría en falta, y una funda nocturna que me amarga.

No ha cambiado mucho en los últimos años. Al menos eso gano, no hay desagradables sorpresas. Antes sí, cuando era pequeña y en el dentista pasaba más tiempo que en mi casa, tuve que ponerme en los dientes todos los aparatos imaginables. Todos, en algún momento de mi vida, los he llevado puestos. Fui preadolescente de braques y niña obsesionada con los chicles que nunca podía tomar. Ahora me paso el día comiendo chicles, por todos aquellos que no pude mascar cuando iba al colegio y al instituto. Me llevé tantos años con aparato que viví el nacimiento y la muerte de los primeros chicles de melocotón sin que me diese tiempo a probarlos.
El peor aparato fue, sin duda, uno al que diariamente mi madre tenía que darle vueltas, era como meterse de mecánica en mi boca, qué horror.

Cuando la enfermera vino ayer con mi ficha tenía apuntada una de aquellas visitas. Diez años. 155 cm. 45 kg. Han pasado casi 15 años y aumentado bastantes centímetros y kilos, además de crecer, como me hizo ver mi dentista en unas fotografías, mi mandíbula.
Sola en "mi celda", escucho a los pacientes de las otras celdas. El médico está echándole una bronca a una preadolescente bajo la atenta mirada de la madre. Hay cosas que no han cambiado. Probablemente, en unos años, esa chica en la que me he sentido reflejada vivirá como un importante acontecimiento el día en que esa madre que ahora la mira atenta, decidirá que ya es hora de que vaya a las revisiones del dentista sola. El primer día que tu madre no te acompaña al dentista se mezclan la sensación de que estás hecha ya una adulta con un miedo al dentista aún más amplificado.
Otras cosas, sin embargo, sí cambian. La enfermera me pide el e-mail para enviarme mi radiografía. Con el dinero de arreglarle los dientes a todos los niños de Huelva, mi dentista ha vivido en los últimos años ampliaciones de local y profundas modernizaciones.
Además, esta vez, no hubo bronca, ni regañina ni me regaló un sólo cepillo de dientes. A pesar de mi temor infantil al dentista, ambos nos hemos dado cuenta de que hace años que dejé de ser una niña.

Y así, con una cita programada para las Navidades del 2010, salgo del dentista y me voy caminando al barrio. He quedado con una de la que fuese de mis primeras amigas, con la que compartí todos los años de colegio. La tarde la pasaré dándole el biberón a su hijo, que a punto está de cumplir cinco meses.

lunes, 15 de junio de 2009

Hoy

Hoy me he cortado el pelo. Y he dudado, un montón, y no precisamente en si cortármelo o no.
Hoy he encontrado prácticas, o me han encontrado ellas a mí. Y eso me pone feliz. Dubitativa pero contenta.
Hoy he hablado por teléfono.
Hoy he intentado contestar preguntas, y he intentado ocultar respuestas.
Hoy he aprendido algunas palabras, en español.
Hoy se ha ido de casa la familia.
Hoy he entendido que algunas cosas son irrecuperables.
Hoy ha habido un montón de cosas que no he entendido.
Hoy he hecho la ensalada de pepino que me enseñó a hacer la polaca.
Lo peor de hacerte adulta es: 1. Tener que tomar decisiones. 2. Tener que aceptar realidades. Pero ninguna de esas dos cosas las he aprendido hoy.
Hoy no he ido a la playa, pero he quedado con mis amigos dentro de 40 minutos.
Hoy he leído poco, pero mucho más de lo que otros leen en un mes.
Hoy me he mordido la lengua, y no me he envenenado.
Hoy he recuperado mi vieja bicicleta.
Hoy he comido un huevo frito, que hacía meses que no lo comía, y que no me gustan demasiado pero tampoco me disgustan.
Hoy sé que las historias implican más de lo que aparentan.
Hoy me he quedado dormida con el gato de almohada.
Hoy he reunido en una caja todas las palabras. O al menos, muchas palabras.

viernes, 12 de junio de 2009

Y la vida siguió...

Han tenido que pasar algunos años para entender aquella frase de Si deseas algo con mucha fuerza, déjalo en libertad. Si vuelve a ti, será tuyo para siempre. Si no regresa, no te pertenecía desde el principio. Nunca le encontré el sentido. Nunca, hasta hoy. Y cuánto sentido tiene...

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No es que no vuelva porque me he olvidado.
Es imposible olvidarse.

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Aunque nos sepamos influenciados, uno no puede dejar de ser uno mismo, de ser dueño.
No sé aún diferenciar cuando los caminos son de ida o son de vuelta. Pero sé ver claramente, -que no reconocer ni aceptar-, cuando ha llegado el final, cuando las señales y el instinto se convierten en contundentes realidades.

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No me olvido del olor a cocina, ni del tacto.
De lejos dicen que se ve más claro que no es igual quien anda y quien camina.
Por eso es importante mirar bien a quien camina a tu lado. Dure lo que dure ese trayecto. Porque cuando lo dejes marchar, no se sabe si regresará a ti.

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Yo supe de que color tiene los ojos el amor...
que cuatro palos tiene la baraja (también las que predicen el futuro),
que nunca vuelve aquello que se pierde,
y la marea sube, y luego baja.
Por eso hay que aprovechar los momentos de marea alta, porque en los naufragios no sé sabe nunca a qué puerto se llega.
Por eso hay que amar, aunque duela, para aprender a diferenciar los colores de los ojos, y los del arcoiris.

Supe que lo sencillo no es lo necio,
que no hay que confundir valor y precio,
que un manjar puede ser cualquier bocado,
que el horizonte es luz,
y el mundo un beso.

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Por eso puedo sentirme orgullosa.
Y aprender que se puede estar triste y feliz al mismo tiempo.
Aunque no lo entiendas, aunque no te entiendan.

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Y la vida siguió,
como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...

jueves, 4 de junio de 2009

Aves de paso


Tengo un poco de frío. El cielo anda algo nublado. Mis pies juegan con las piedras. El mar canta. Unos críos extranjeros juegan en la orilla. También yo soy extranjera en esta playa italiana en la que acabo de darme el primer baño del verano. El lugar es impresionantemente bonito. Antes de sacarle una foto, intento retener en mí su sonido y su olor.

El frío intensifica mis sensaciones. Y después, el momento se pasa.

Como tantas otras cosas, tampoco puedo controlar la fugacidad. Por más que me esfuerzo en detener el tiempo, al final, él siempre gana la última batalla.

A veces, intento confiar en mi capacidad para hacer eternas las cosas que quiero, pero nunca lo consigo. Me gustaría creer que soy capaz de fijar mis pies en la tierra y mi mirada al mar. Y me gustaría sentir que soy capaz de rodearme de gente para siempre, creer en las promesas, en los amores, en los besos, en los amigos, en los abrazos. Y me gustaría saber que hay ciudades sin fecha de caducidad, que hay lugares de los que no necesitaré jamás marchar.
Pero soy incapaz de creer en la eternidad; lo intento, pero la realidad me resulta siempre efímera, me traiciona, me desestabiliza.

No puedo apartar de mí la palpitación de que todo, irremediablemente, es pasajero.
"Somos aves de paso que volamos por instinto", escuché en algún lugar...

miércoles, 3 de junio de 2009

Miércoles


Perdido en su laberinto
sin este ni oeste
con su bisturí
diseccionandose entero
da vueltas y vueltas
sin poder salir.
Algun viajero de paso
le trae la noticia
ya viaja en la luz
y nunca pisa la tierra
parece preñada
de un perro andaluz.
El sigue mordiéndose las uñas
como cuando estabas tú.
Siempre vigilado por un gato
que ya está triste y azul.
Entre la angustia y la asfixia
le dijo muy serio
no te puedo seguir.
Parame el mundo y me bajo
no quiero migajas
yo he sido feliz.
Ella mirando su ombligo
soñó que eso era
la rosca sin fin.
No hay vida más excitante
que vivir fumando
sobre un polvorín.
El fue despidiéndose de todos
sin decir que se iba a ir.
Toda la tristeza de sus ojos
anunciaba el porvenir.

No me encuentro
los latidos
donde estuvo el corazón.
No es seguro que este vivo
ni que esté saliendo
el sol.
Tengo todos los sentidos
y no se si soy quien soy.

No hay dos medidas iguales
el azul del cielo
no se puede medir.
No hay dos castigos iguales.
Cualquiera se rompe
donde otro es feliz.
Cada uno carga sus penas
que a veces son buenas
como agua en abril.
No hay mas dolor
que el que duele
y no se permite
poder elegir.
Sé que no hay retorno del lugar
a donde yo me voy a ir.
No he de conformarme con migajas
yo que he sido tan feliz.
Sé que no hay retorno del lugar
a donde yo me voy a ir.
No he de conformarme con migajas
yo que he sido tan feliz.
Sé que no hay retorno del lugar
a donde yo me voy a ir.
Canción: Yo que he sido tan feliz,
Autor: Víctor Manuel.