lunes, 28 de diciembre de 2009

El tiempo, por Manuel Vicent


El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada. Después de Reyes, un día notarás que la luz dorada de la tarde se demora en la pared de enfrente y apenas te des cuenta será primavera. Ajenos a ti en algunos valles florecerán los cerezos y en la ciudad habrá otros maniquíes en los escaparates. 
Una mañana radiante, camino del trabajo, puede que sientas una pulsión en la sangre cuando te cruces en la acera con un cuerpo juvenil que estalla por las costuras, y un atardecer con olor a paja quemada oirás que canta el cuclillo y a las fruterías habrán llegado las cerezas, las fresas y los melocotones y sin saber por qué ya será verano. 
De pronto te sorprenderás a ti mismo rodeado de niños cargando la sombrilla, el flotador y las sillas plegables en el coche para cumplir con el rito de olvidarte del jefe y de los compañeros de la oficina, pero el gran atasco de regreso a la ciudad será la señal de que las vacaciones han terminado y de la playa te llevarás el recuerdo de un sol que no podrás distinguir del sol del año pasado. El bronceado permanecerá un mes en tu piel y una tarde descubrirás que la pared de enfrente oscurece antes de hora. 
Enseguida volverán los anuncios de turrones, sonará el primer villancico y será otra vez Navidad. La monotonía hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella. Los inviernos de la niñez, los veranos de la adolescencia eran largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo. En forma de miedo o de aventura estrenabas el mundo cada mañana al levantarte de la cama. No existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria. 
Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Las horas



"Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido todo lo que alguien puede ser para otro. Sé que estoy destrozando tu vida. (…) Ni siquiera me expreso debidamente. Lo que quiero decirte es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has tenido una paciencia infinita. (…) No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que hemos sido nosotros."
Fdo.: Virginia Wolff


El reloj de arena, con los bordes de plástico rojo, esperaba escondido debajo de la escalera. Y justo en el momento de partir, cuando el tiempo se había terminado, apareció. Había llegado la hora. Y el tiempo no se detuvo.
Durante unos segundos, el reloj de arena deja pasar el tiempo, como si concediera la libertad, pero, al final, la arena se deposita entera al otro lado, el tiempo se ha esfumado. Durante ese instante, casi imperceptible, ha pasado la vida. 

Un ronroneo. Un verso cogido al vuelo en una canción durante aquel concierto. La última mirada, la de verdad. El bombón deshaciéndose en la boca. El primer salto del baile. El último latido del corazón. Y debajo de las sábanas ganarle la batalla al frío. 

Y en esos mismos segundos, en los que pasa de un lado al otro la arena, la otra cara de la misma vida. La palabra áspera en una llamada ingenua. La huída. La pregunta hiriente. La lluvia que moja los pies. La despedida. El segundo de olvido con consecuencias eternas.

Cuando Virginia se suicidó en el río, Laura decidió optar por el lado inseguro de la vida. Mientras, Clarissa besó al pasado y se olvidó de ser consecuente. El tiempo, ese instante eterno, estaba cambiándoles su mundo.
La lucha contra el tiempo a fin de encontrarle un sentido a la vida. Y hallarlo tan sólo en la muerte, en la elección. La muerte perseguida, temida e intransigente poniendo a la vida en su lugar perecedero.

Virginia Woolf (Nicole Kidman), recluida en el campo para sanarse de una depresión, está escribiendo Mrs. Dalloway. Laura Brown (Julianne Moore), ama de casa en los años 50, está leyéndolo mientras hace y rehace una tarta de cumpleaños. Clarissa Vaughain (Meryl Streep), editora en Nueva York, engendra a la Mrs. Dalloway contemporánea mientras sobrevive a su amor eterno, un poeta gay que está muriéndose de sida. La vida compartida. La fragilidad refugiada, aparentemente, bajo una capa de polvo y de frialdad.

Las flores, la muerte, la homosexualidad, el festejo, el silencio y el llanto desorientado… nexos comunes. El alto precio de la libertad y de la coherencia. La ambigüedad. Los desayunos de reproches con té. La confusión. La limitación auto impuesta. El abandono.
Mirar la vida a la cara y conocerla por lo que es. La mañana más corriente en la vida de cualquiera.
El instante en el que decidir, antes de que el reloj de arena con los bordes de plástico rojo marque la hora, si las ganas son de morir o de vivir.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Domingo de mudanza



Las habitaciones vacías son una mentira. Parece que nada hubo cuando siempre hay algo. Las paredes desconchadas quedan al descubierto sin poder ya refugiarse en las fotos y los pósters. Manchones de los roces de la vida. Pequeños agujeros, casi invisibles, reflejo último de los sueños que sujetaron. Una tanda innumerable de maletas y bultos amontonados en el pasillo y un coche a punto. Atrás, un armario donde pone “Estoy condenado”, y la añoranza presentida de las conversaciones telefónicas debajo del, aunque fuese verano, edredón. Y así llegaremos al 2010, o eso se presupone, estrenando casa, entre otras cosas. Recuperado pasado y perdiendo eternidad.

Una papelera roja, una cafetera. Un paraguas, un albornoz azul. Una lámpara negra, una mochila verde aullando por la paz. Unos altavoces, una bandeja de madera que se cae a cachos. Un edredón de soles y de estrellas, muchas chinchetas.

La Navidad ausente, dejándome adoptar. Brindar con los amigos, tal vez, con mistela. Intriga. Animales. Propósitos de año viejo. Deseos de romper promesas. Ojalá. Bombardeos. Belenes vivientes y turrón de chocolate. Y, a pesar de todo, sonreír. Y echar ganas. Y volver a partir.

Y termino la mudanza. Y dejo mis cosas en esa habitación desconocida hasta después de Reyes. Cuando llegue a casa, dormiré en la habitación de las paredes naranjas, entre el vacío, por última vez. Y mañana, conduciré hasta Huelva. Pero eso será mañana. Hoy, después de cenar con mis primas en su pueblo-ciudad, acabo mi  domingo de mudanza dándo vueltas entre las rotondas de alfarería, buscando la A5 dirección Madrid. Y aunque me sepa el camino... y aunque lo haya hecho tantas otras veces... igualmente perdida.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Vagabundo


"Me convertí en un vagabundo por la cantidad de vida que había denro de mí, por la pasión de viajar que palpitaba en mi sangre y que no me dejaba tranquilo. Emprendí camino porque no pude evitarlo, porque no llevaba en los bolsillos de mis vaqueros suficiente dinero para un billete de tren, porque no poseía el mismo caracter que aquellos que trabajan toda su vida en un único empleo de largas jornadas laborales. Y en fin, porque es simplemente más fácil irse que quedarse"

Jack London, The Road, 1907

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Tienes una historia que contar

"Tienes una historia que contar" es un concurso de periodismo intergeracional, que nace como proyecto comunicativo con el objetivo de fomentar el diálogo entre dos generaciones, los mayores y los jóvenes.
Es un proyecto de la Obra Social de Caixa Catalunya, dirigido y gestionado por la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España, e ideado y desarrollado por Esto es Vida.
Los finalistas, que se han dado a conocer estos días, son:

1º premio: "El secreto de la Marquesa" (Daniel Blanco). Ángeles de los Santos, 74 años. Sevilla.
2º Premio: "Cartas a mi madrina de guerra" (Jorge Rábanos). Cándido Moyano Martínez, 90 años. Logroño.
3º Premio: "Recordando los detalles" (Ferrán Martínez). Frederic Ninot Piqué, 86 años. Barcelona.
4º Premio: "La historia de una maestra con mucho que aprender" (Francisco Javier García). María Berruezo Castillo, 71 años. Murcia
5º premio: "Juegos de guerra". (Marta Miquel Baldellou). Pepita Labrador Ribes, 82 años. Lleida.
6º premio: "Réquiem por un aviador". (Rubén Pulido). Luisa Paniagua Zazo, 100 años. Madrid.

A continuación, la historia de Juan Pascual Pascual de 84 años, al que entrevisté en Villaverde.


Juan dice que no tiene sueños. “Ya soy demasiado mayor”, suspira con resignación. Pero tras sus ojos brillantes, incluso más allá de la sabiduría, resplandecen los sueños ocultos. Es entonces cuando, con la inocencia propia de un niño que se sabe importante por tener un secreto escondido, se acerca y dice: “Yo creo que a veces le he dicho a la gente que mi sueño es viajar a Roma, pero -añade bajando la voz- la verdad es que lo que me encantaría es que me pusieran una habitación con instrumentos donde poder tocar”. Y entonces, cambia de tema como quien tiene algo de lo que avergonzarse.
Juan Pascual Pascual tiene 84 años y la vitalidad propia de un joven de 20, “o hasta más que algunos”, matiza. “Mi secreto es querer siempre aprender”, asegura con firmeza. Hace unos meses decidió que le gustaría tocar un instrumento y, poniéndose el “nunca es tarde” por bandera, comenzó a dar clases para aprender a tocar el órgano en el centro de la tercera edad La Platanera de Villaverde, en Madrid, en el que pasa la mayor parte de su tiempo. “Mi mujer y yo vivimos solos, así que nos venimos aquí a pasar el día, comemos aquí, jugamos a las cartas y podemos apuntarnos a cursos”, explica Juan...

martes, 15 de diciembre de 2009

Lágrimas de Eros


“Según Hesíodo, el dios Cronos cortó con una gran hoz el miembro viril de su padre, Urano, y lo arrojó al mar. Del semen de Urano, confundido con la espuma de las olas, nació Afrodita (Venus en la mitología latina).”
 Así empieza la exposición Lágrimas de Eros, que estará en el Museo Thyssen hasta el próximo 31 de enero. El título de la exposición procede del último libro publicado en vida por Georges Bataille, Les Larmes d’Éros (1961), en el que continuando sus estudios sobre el erotismo, se adentra en la íntima relación entre Eros y Tánatos, entre la pulsión sexual y el instinto de muerte.

A un ritmo creciente, la exposición, muy variada, va abordando diversos aspectos del erotismo limitándolo en varias temáticas. Personajes, mitos, lugares… Espacios comunes de deseo, como el cabello, emblema erótico, o el mar, furia pasional.
El orgasmo como excitación final, como culminación del deseo y como posterior e irremediable muerte. El deseo que termina al llegar a su extremo. La vinculación precisa entre placer y muerte, como el hielo que quema. Fugacidad. Placer y dolor como espina dorsal de la muestra.
Eva y la serpiente, como la tentación. Es uno de los primeros apartados que se muestran. Las sirenas de Ulises engatusando con su canto, y con su sensualidad. El no dominio de la voluntad en pro de los instintos más primarios: “Porque ocurre que hay días en que el hombre quiere engañar y que le engañen” (León Felipe, Las sirenas).


Figuras masculinas también, como San Sebastián, icono gay por excelencia. Y su martirio vuelve a poner en primer plano la relación entre dolor y placer, como el Goliat muerto y perseguido, quizás, porque se enamoró de David. Cuando el amor mata. O más que el amor, la pasión, la desmesura. O las tentaciones de San Antonio, mujeres y monstruos, curiosa comparación.

La cotidianidad de la vida sacada de contexto para medir la (no) visible pulsión que irradian. Desde el beso, primer contacto, con cuadros de Magritte o de Andy Warhol, hasta el sueño. Y el futbolista David Beckham, como icono actual, el nuevo David de Miguel Ángel, mostrado mientras duerme en la proyección de un vídeo. El papel de vouyeur, el nuestro, sin complejos.
La posesión, otro aspecto de la muestra. Vinculada siempre a las emociones obsesivas. Representado en mujeres que quisieron como trofeo la cabeza de sus objetos de deseo. Salomé y la cabeza de San Juan Bautista.
Otros personajes convertidos en mito, como Cleopatra. Crueldad, extravagancia, desenfreno. O como Magdalena, la redención. Recluirse en Marsella huyendo del recuerdo de Jesucristo, su Dios, sólo suyo.

La exposición puede verse en dos espacios: la Sala de Exposiciones Temporales del Museo Thyssen-Bornemisza (a 8-5 euros la entrada) y en la Fundación Caja Madrid (gratis). Y merece la pena.
Otra perspectiva de ver la sensualidad. Instinto, muerte, placer, deseo, excitación, fugacidad, dolor, tentación, arrepentimiento, amor, obsesión, posesión, descontrol, curiosidad... erotismo.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Sábado por la noche


Rojo y negro. A cuadros. Y destellos blancos. Fotos de revista de moda. Gris metalizado en las escaleras y en las columnas. Dos plantas de estrépito. Tres centímetros de base de maquillaje, sombras de ojos muy oscuras y labios de color bermellón. Bocas medio abiertas y ojos medio cerrados. Seguir, o eso se supone, un ritmo. Por otro lado, atronador.
Una cola inmensamente larga en la puerta. A 15 euros la entrada. Aunque ni espero cola ni pago, estoy en la lista de un tal Mike, al que ni siquiera conozco.
Chicos con polos de marca y botones abrochados hasta el cuello. Chicos también con camisetas de tirante negra ajustadas y pantalones marcando. Chicas con tacones de aguja, minifaldas, medias de rejilla y collares largos bañados en oro. Collares que brillan cuando las luces los enfocan.
Alguien dice: "lo único malo de este lugar es que, con tan poco luz, cuando te enrollas con uno, luego sales de aquí y descubres que es mucho más feo de lo que parecía".
Yo, que diría Sabina, "como un pato en el Manzanares". Igual debería haber optado por un modelito más apropiado y haber cambiado el vestido azul, los leotardos de colores y las botas planas que llevo por algo más "cool". O, al menos, haberme echado un poco de rímel. Aunque entonces, sí que sería como un "suicida sin vocación", siguiendo con la canción de Sabina.
Una bolas gigantes como de árbol de Navidad en el techo. Y yo pensando que se nos van a caer encima.
La música, un Chun, Chun, que, ojala, me permitiera no musitar. Pero no, la cabeza la he dejado fuera. En esta ciudad perfecta y bella... si viviera en una casa en Lavapiés con gatos y perros como únicos compañeros de piso. Si no tuviera que echar horas en el metro. Si tuviera dinero para ir a ver todas las obras de teatro que anuncia la Guía del ocio y comprar todos los libros de la Cuesta de Moyano y de la Fnac. Si la ciudad no lograse cambiarnos (a mal). Y yo controlase mis cambios de humor.
Pero, al menos, la música imposibilita las conversaciones, que serían aún peores que el ruido. Pienso en la pereza de tener que hacer por cuarta vez, en menos de tres meses, mudanza. Como si cambiar de habitación y piso me reconciliaran con Madrid.
Gogos bailan en una tarima. La gente parece estar mimetizada con el ambiente y yo me pregunto si estarán a gusto. Quizás también ellos piensen que yo me lo estoy pasando bien. Me entran ganas de escribir y de irme de acampada. Y odio la inoportunidad del pensamiento.  
Es sábado por la noche. Y a las cuatro de la madrugada digo que me voy. "¿Ya?", me gritan para que les oiga bajo esa música infernal. El humo en los ojos y la cabeza en las nubes. "Ya, sí", respondo rotunda, y, antes de que nadie reaccione, he huido del lugar. Camino deprisa y sola hacia mi, por poco tiempo ya,  casa. ¡Qué frío hace esta noche!

martes, 8 de diciembre de 2009

Reciclaje

"Tanto reciclaje y más te valdría reciclarte entera a ti misma", me dicen, y me sueltan después un rapapolvo inmenso, aupado por la sinceridad y la supuesta intrascendencia que otorga traspasar con creces la madrugada. Y me hablan de periodismo y de verdad, de principios e ideales vendidos, de egoísmo, de inercia, del amor y la mentira, de la familia, del engaño, del vacío, de los amigos, de la falsedad, de la maldad que vive no en quien actúa mal sino en quien se sabe malo.
Y sin conocerme, me juzgan y me sentencian, y me critican, y me descolocan en una charla desordenada y distorsionada pero con apuntes de verdad, los que nacen de quien no te debe nada ni te pide nada ni espera nada de ti.
Y todo se inicia con un detalle, con mi primera traición, con mi primera venta no al mejor postor sino al primero, del modo más cómodo. La bronca nace de una anécdota, de un detalle que parece no tener importancia pero que sí la tiene. En resumen la historia fue: Envío al periódico mi primer artículo. Antes de publicarlo, lo editan: cortan, copian y pegan sin concordancia, se comen palabras e introducen acentos erróneos. Cuando yo lo veo impreso, me mosqueo. Sentimientos encontronados: me alegro de publicar, pero me enfado por el modo en que se ha publicado. Al día siguiente, ya en el periódico, me propongo a ir a hablar con el responsable. Voy decidida a pedir explicaciones, a quejarme. Llego frente al jefe. Él me echa flores, felicita mi trabajo. A mí, en ese momento, me puede el ego. Doy las gracias, sonrío y, sin decir nada más, me marcho.
Luego, ante mí misma, me justifico  diciéndome que bueno, que no era para tanto, que mejor así, que tampoco va a ir una quejándose al primer traspiés, y más si quiero pedir esa sección, que mucho que han confiado en mí, que he de conformarme con haber publicado... Me repito esas cosas, sin querer darme cuenta de lo que mi silencio está significando: me ha podido el ego, la vanidad, la falta de principios... que me vendo a la primera de cambio.
El periodista ha de ceñirse a la verdad y ni siquiera soy capaz de definir y defender mi verdad. Así ha ocurrido y quien me sermonea lo toma como punto de partida para echar por tierra todas mis creencias, mis acciones, para tirar mis muros, para dejar al descubierto un modo de vida falso, asentado sobre cimientos de humo, lleno de miedo, de irresponsabilidad, de banalidad.
"¿Pero tú eres periodista como si fueses fontanera o lo eres por vocación?", me pregunta. Y a poco que me conozca, sabe qué es para mí el periodismo y sabe que está lanzando los dardos donde más duele. Y si no soy capaz de defender el periodismo, entonces tampoco soy capaz de defenderme a mí misma. Es igual que cuando no soy capaz de mirar a los ojos. Y podré encontrar razones y justificar mi mundo con mil argumentaciones, pero sabiendo también, que si en lugar de palabras utilizase verdades, el resultado sería muy diferente, porque nada existiría, porque no habría respuestas, porque nada entonces sería lo que parece.
"Y cómo vas a informar de cuánto pasa a tu alrededor si ni siquiera eres capaz de salir de tu mundo y ver lo que te rodea", continúa el discurso. Y yo vuelvo a intentar hallar refugio en mi invención y odiar el mundo, odiar con toda mi alma a toda esa gente, a todas esas personas con las que, hace unas horas, por el centro de Madrid, me batía a codazos por un trazo de calle. La misma multitud borrega que define mis pasos, que marca mi modo de vida, que me pone los límites y preceptos que yo, obediente, acepto y sigo. 
Y podría esconderme y ponerme corazas y llevar al extremo, aún más, mi ya de por sí patente egoísmo y no tener que justificar nada ni ante mi familia, ni ante mis amigos, ni ante las relaciones que, tanto si las hemos sabido defender como si no, nos importan, ni tampoco ante aquellas muertas y vacías que tenemos con la gran parte de las personas.
Pero entonces, la conversación, más bien, el soliloquio escuchado, me provoca insomnio. Y todo podría cambiarse pero nada cambio. Y me digo que he de buscar el modo de enfrentarme a mis problemas, de saber defender hasta el final mi verdad, de amar (sin recelos, ni dependencias, ni orgullos, ni rencores, ni obsesiones, ni falsos apegos, ni exigencias) a mi familia, a mis amigos, al mundo. Y me repito que he de desprenderme del hermetismo, dejar el vacío que todo lo envuelve y llenarlo, me repito que habrá seguro un modo de recuperar lo perdido o, si no, de seguir adelante asumiendo los errores, y me intento convencer de que sigo creyendo en el periodismo, no en el genérico, sino en el mío, y que existen los valores justos, y que es posible y necesario sincerarse, ser consecuente en pensamiento y obra. Pero me vuelvo a perder, a ahogarme, y tan sólo escribo, escribo, escribo... me muestro en exceso pero de nada sirve, porque no quiero preguntas, quiero respuestas... pero no las encuentro.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Lo irreal

Hacer promesas de las que sabes que no podrás cumplir. Ni aunque te las prometas a ti misma.
La muerte pisando los talones, llamando cuando menos la esperas. Y huyendo, sin embargo, de quien la reclama.
La bicicleta en Atocha, inmóvil.
El corte de pelo, los rostros, las chaquetas nuevas... imágenes que, a todas horas, como fantasmas, aparecen entre los viajeros del metro... por la calle, camino a casa.
El hogar no aguardado. Las postales que se despegan de la pared, que se deslizan hacia la nada.
El desorden.
La pistola de Larra. Precisa.
La espera inútil. La mirada fija en el teléfono.
X en el calendario. De las que tachan el tiempo.
Lo que no se resuelve.
Los libros amontonados, la madrugada.
Y no entender por qué y estar cansada de hacer preguntas que no reciben respuestas.
Lo absurdo. Lo irreal.

jueves, 3 de diciembre de 2009

La forja de un rebelde



Una tarde de noviembre. 2009. Camino apresurada por la Gran Vía, como todos, ajena. Alzo la vista y veo el edificio de Telefónica. Lo he visto mil veces. Algo, sin embargo, me descoloca. He salido del metro aún con el libro en las manos. Estoy leyendo La llama, el último tomo de la trilogía escrita por Arturo Barea: La forja de un rebelde.

Algo, una sensación, me hace frenar en seco mirando fijamente el edificio de Telefónica. Me bloqueo. Los autobuses son ambulancias. Los adolescentes que portan el botellón son soldados. Los gritos son disparos. La euforia es drama. Nadie se percata y, sin embargo, lo que estoy viendo yo, allí, inmóvil, con el libro aún en la mano, no se corresponde con la realidad. En un estado de ansiedad, busco la escena que estoy viendo delante de mí en el libro, y la releo frente al edificio:
“Noviembre era frío y húmedo, lleno de nieblas, y la muerte era sucia. La granada que mató a la vendedora de periódicos e la esquina de la Telefónica lanzó una de sus piernas al centro de la calle, lejos del cuerpo.” 
Vuelvo a mirar la Telefónica, veo la pierna de la vendedora de periódicos. Sigo leyendo: 
“Comenzaba la hecatombe de cada noche; temblaba el edificio en sus raíces, tintineaban sus cristales, parpadeaban sus luces. Se sumergía y ahogaba en una cacofonía de silbidos y explosiones, de reflejos verdes, rojos y blanco-azul, de sombras gigantes retorcidas, de paredes rotas, de edificios desplomados”.
Madrid está anocheciendo. Hago anotaciones en mi libro, miro a mi alrededor, y me parece estar inmersa en la misma noche madrileña que describe Barea, en su guerra civil permaneciendo en el tiempo. Durante más de 20 minutos no logro moverme de allí, no soy capaz de reaccionar, de volver al mundo.


En La forja, el primer tomo de la trilogía, Arturo Barea narra su infancia y juventud en el Madrid de principios de siglo. Un mapa de lugares que ya no existen, que ya no podemos dibujar.  
“Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan”, así se inicia el libro. La figura de su madre, la señora Leonor, lavandera, tendiendo la ropa. El Madrid más castizo. El mismo desde el que ahora escribo. Los descampados de Embajadores. Atocha. Desde la Plaza de Cascorro hasta el Mundo Nuevo. La calle del Arenal. La Plaza de Oriente.

Barea, con la voz del niño que fue, cuenta esos años con la inocencia necesaria, con precisión, sin fantasía. Su familia, sus amigos, su colegio. Buscarse la vida. Sobrevivir. La pobreza. Los sueños que habitan en el pueblo del verano. Los abuelos. Navalcarnero. La antesala de Madrid. El recuerdo, la añoranza:
“¡Qué bien se está aquí! La cabeza entre las rodillas”, escribe. Y continúa: “Y yo le miro la cara de abajo arriba sin que ella me vea… Entierro la cabeza entre el delantal como los gatos. Quisiera ser gato. Saltaría encima de las faldas y me haría una bola… Subir encima de las faldas, hacerme una bola, dormitar oyendo hablar…Quedarme allí, quieto, ¡muy quieto!”.

E irremediablemente crecer.


A medida que su edad aumenta, su entorno se va haciendo más visible: “Desde aquí arriba, desde la cuesta que hace la calle de Alcalá, veo la vida”. Un Madrid en tensión. El reloj del Banco de España. La diosa Cibeles. La vida política marca el ritmo de La ruta, el segundo tomo. Los primeros apuntes literarios de Barea y, sobre todo, su experiencia en la guerra de Marruecos: Los primeros ideales y las primeras renuncias. Las vísperas de las, también primeras, batallas. Y su regreso de nuevo a Madrid, pero a un Madrid diverso:
“Existía un vacío de dos años entre mi familia y yo, entre Madrid y yo. Habíamos roto el hilo de la vida diaria. Si queríamos reanudar nuestras vidas juntas otra vez, teníamos que atar con un nudo las puntas rotas; pero un nudo no es una continuidad, es la unión de dos trozos con un roto entremedias”.
A su vuelta, Barea se encuentra con un Madrid alterado, con un decorado que se alimentaba de El Liberal, El Defensor, El Socialista, El Sol, ABC, El Debate… los diarios de la época.

Regresar a la Puerta del Sol. Y volver a marcharse, y seguir buscando su lugar.


Con La llama finaliza la trilogía. El relato de aquel 18 de julio de 1936, la más conmovedora descripción de los años de la guerra civil española y el exilio del escritor en Inglaterra.

Sencillo y preciso, detallista, Barea va describiendo su vida, mezclando los aspectos más íntimos -su matrimonio, sus hijos, el amor- con los más públicos, la descripción de su trabajo y de la vida social. El pulso a un país a punto de meterse en una guerra civil.

Con la ventaja de saber el final, de leer desde el hoy, vamos desmigajando el pasado. Comprendemos mejor aquella guerra atendiendo a los pasos previos, a las revoluciones de palabras y a los hechos. Barea describe explícitamente su visión de la guerra, lo que observa:
"Madrid estaba sufriendo hambre y los túneles del metro; al igual que los sótanos de Telefónica, estaban abarrotados por miles de refugiados”.
Hemingway. Las Brigadas Internacionales. Detalla su labor al frente del Comité de Censura durante la guerra, con sede en el edificio de Telefónica. Describe así:  
“Miré el montón de papeles y se me revolvió el estómago. Los sentimientos contenidos de muchos periodistas se habían volcado allí. Había textos que no disimulaban, entre malicias, la alegría de que Franco estuviera, como ellos decían, dentro de la ciudad”.

A finales de noviembre terminé de leer La forja de un rebelde. Hace no demasiado tiempo aprendí que el tiempo de lectura de un determinado libro no puede imponerse. Es preciso dejar fluir, esperar el momento preciso. Por eso he tardado en leer esta trilogía más de un año. Una lectura compartida con otros libros, libros que se interponían haciéndome aguardar los momentos y lugares idóneos. Hubiese sido imposible leérmelo de un atracón, leer en menor tiempo, leer de seguido. Si lo hubiese hecho así, no hubiese podido asimilarlo, no hubiese disfrutado con esta lectura tanto como lo he hecho.

El primer tomo tiene para mí un mayor grado de sensibilidad, tiene la fragilidad del niño, pero también su fuerza, la que nace de la inocencia. Posee el poder de la ternura, el que, irremediablemente, se desvanece cuando uno crece. Sin embargo, el tomo más intenso, más potente, el que más me ha calado, ha sido para mí el tercero. El choque con la vida, la esperanza y la derrota.
Esta novela autobiográfica de Arturo Barea es considerada una de las obras maestras de la literatura universal. La editorial inglesa Faber&Faber fue la primera en publicarla, entre 1941 y 1946. En 1951 se editó en español por la editorial argentina Losada.

Me ha acompañado durante un año y cinco meses. Por Madrid, Huelva, Italia, Galicia y nuevamente Madrid. Con subidas y bajadas. Páginas garabateadas hasta el extremo. Flores secas. Esquinas dobladas. Billetes de trenitalia. Notas al margen. Tarjetas de visita. Dudas. Miedos. Pasiones. Se me revuelven las emociones. Y al terminar el libro, como en los finales impuestos, como en las historias no resueltas, el desamparo.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Escribir

Escribir ante la duda. Escribir como pertenencia. Escribir frente a la desconfianza, pese a la vulnerabilidad. Escribir ante el olvido, y a pesar de la memoria. Escribir por los sueños efímeros, y por los perennes. Escribir ante el dolor, y para paliarlo. Escribir por ego, y para frenarlo. Escribir para resistir, para no hundirse, para resucitar, para salir adelante. Escribir ante las familias descompuestas, ante las amistades fracasadas, ante los amores muertos. Ante el estado de descomposición. Escribir como salida, como vía, como utopía. Escribir frente a la mediocridad. Escribir para encontrar sentido cuando no existe. Escribir para que no ganen las mentiras. Escribir para no caer en la hipocresía. Escribir para encontrar miradas al alzare la testa. Escribir por dignidad. Escribir como camino y no como meta. Escribir ante los sueños, ante lo imposible. Escribir por encima de la melancolía. Escribir para abrir los ojos y para frenar el miedo. Escribir como súplica, como deseo, como grito. Escribir para no hablar, pero tampoco callar. Escribir para no tener frío. Escribir para secar las lágrimas. Escribir para sacar la alegría. Escribir para ahuyentar a los monstruos. Escribir para atraer a las hadas y a los duendes. Escribir para no autodestruirse, ni inmolarse, ni oscurecerse. Escribir para fijar ideas. Escribir por no dejar de creer en la esperanza. Escribir para ordenar el caos. Escribir para no conformarse sólo con sobrevivir.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Luces en Madrid

Desde Gregorio Marañón hasta Banco de España. Camino por la Castellana y Recoletos para descubrir que hoy, precisamente hoy, esta ciudad ajena, contradictoria y cruel se llena de luces. Siete millones y medio de luces que alumbrarán 170 espacios hasta el seis de enero. Y tanta luz no hace más que deslumbrarme. Qué odiosamente bella está Madrid. Empieza la Navidad, y bajo tanta iluminación, aún es más difícil desaparecer.


jueves, 19 de noviembre de 2009

Arcadi Espada: "El periodismo se compra"


“El periodismo se compra”. Así de directo y enigmático nos lanza el periodista Arcadi Espada, actual colaborador del diario El mundo, una primera premisa de su nuevo medio. Un fondo en negro en una página de Internet y una sucesión de ideas: “El periodismo no se vende. El periódico nació de los ciudadanos y ha acabado viviendo del poder. Los hechos se han convertido en opiniones y las opiniones en hechos.” Y continúa. Alusiones poéticas. Aquellas dos Españas que helaban el corazón. 
Y concluye con una pregunta: ¿Estás satisfecho con el periodismo actual? La respuesta se presupone y la enigmática página te dice: “Déjanos tu e-mail y tendrás buenas noticias muy pronto”.
La curiosidad nos puede. Y le dejamos el e-mail.

Arcadi Espada, autor de libros como Periodismo práctico, ha iniciado de este modo el lanzamiento de un nuevo medio digital, que nace con un presupuesto inicial de 250.000 euros, y al que denominará Factual, en un juego de palabras entre ‘facto’ (hecho en latín) y ‘actualidad’.

Las redes sociales, los correos electrónicos e Internet son, a dos semanas de la apertura del medio, el vehículo para publicitarlo.

Pasan un par de días y un mensaje parpadea en tu correo. Es Arcadi. Una propuesta de contrato te invita a poner en práctica que el periodismo se compra. Su nuevo medio incita a los lectores potenciales a suscribirse al medio por un precio de 50 euros al año. Además, quien se suscriba antes de que el medio salga a la luz, está invitado a visitar la redacción durante los primeros 100 días desde su salida.

Entonces, recuerdas cómo se presentaba aquel libro de Periodismo Práctico en la contraportada. Leías: “Arcadi Espada lleva toda una vida preparando este libro, esto es, leyendo diarios a diario. Haciendo periodismo práctico”.

En ese momento y con la oferta del contrato aún parpadeando en tu correo, reflexionas: ¿el periodismo se compra? ¿Se está desvalorando el papel del periodista si no se paga la información que genera? ¿Conseguirá Arcadi que, en medio de esta crisis, futuros lectores paguen 50 euros por un medio que aún no existe?

Sigues haciéndote preguntas: ¿qué papel juega el periodismo en la sociedad? ¿Estaríamos bien comunicados si la información solo fuese generada por ciudadanos en lugar de por profesionales? ¿Tendrá éxito esta premisa de vender el periodismo digital? Y mientras, en mi correo electrónico sigue Arcadi parpadeando.

martes, 17 de noviembre de 2009

Festival EÑE: Mejor leer que ver

“La lectura no soporta la voz imperativa”, apunta Fernando Savater citando a Daniel Pennac. Y luego lo compara con un cocido: "Por obligación puede resultar indigesto; bien asumido, exquisito".
Durante dos días, escritores, profesores, periodistas, filósofos y artistas varios han debatido en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre diferentes aspectos del mundo literario, en el marco del Festival Eñe.
Savater aconseja desvestir a la lectura de su valor instrumental y obligatorio para entregarla al placer. Y alguien, entonces, le reprocha lo absurdo del planteamiento argumentando que hoy, gracias a esa imposición, se lee más. “Se venden más libros que antes, pero se leen menos. –responde él– En Navidad se regalarán muchos libros… para decorar las estanterías”.

Pero del mismo modo que criticó la imposición, alzó la figura del mentor, del guía de lectura, del maestro. Y quienes hemos tenido la fortuna de, en momentos de nuestra vida, tener un “tutor de lecturas”, alguien que, sin imposición, y con sutileza, sepa colocarnos en las manos el libro que necesitamos justo en el momento adecuado, entendemos las palabras de Savater porque asumimos que aquellas "incitaciones" marcaron nuestra pasión literaria.
El escritor intentó contagiar entre los presentes el placer de leer, aunque reconociendo que son muchas las competencias a las que hoy se enfrenta la literatura, y continuando con referencias, citó a David Olson: “El habla nos hace humanos; la lectura, civilizados”.

Pero no fue la lectura el único tema que se debatió durante el festival. Muchos escritores quisieron quemarse en su propia hoguera de las vanidades y explicar en qué consiste la labor de creación de sus obras. Pero si no hay delicia comparable a leer un buen libro, no hay modo peor de alejar a los lectores que darles a conocer de primera mano a los escritores que habitan tras los libros. No ocurre siempre, pero a menudo tras un excelente escritor se esconde un mal orador. Considero que mejor le iría a la literatura si de sus autores sólo supiésemos el nombre, o a lo más, el mito, una maraña de anécdotas de las cuales no se sepan qué hay de real y qué de falso. Pongo un ejemplo (totalmente subjetivo), por muy buena literatura o periodismo que haga, me extraña que alguien sea capaz de leer agradablemente a Javier Marías si lo ha escuchado dar una conferencia. 

La lectura y el oficio de escritor desembocaron en temas más abstractos, en esas materias primas de las que se componen vida y literatura: de memoria y necesario olvido, de dolor y amor contrapuestos. De la verdad “que es una casualidad, que podría ser como podría no ser”, en palabras del poeta Antonio Gamoneda. Las palabras y el alma: se perdona o se maldice. Y alguien continuó hablando. El tiempo: “el presente es la premonición del pasado; el futuro, literatura”, recitó el fotógrafo Alberto García Alix en una magnifica mezcolanza de poesía, fotografía y erotismo.
La escritura como escape o como salvación. “Las palabras se quiebran cuando el lector las comprende", anotó Guillermo Fadaneli analizando la literatura como autodestrucción. ¿Es necesario que el lector comprenda el significado que el autor quiso expresar? ¿O es preferible que haga su propia lectura? Que empatice, que se emocione…

En otro tono, Soledad Puértolas añadió: “Mi oficio es contar historias. No tiene que ver con la cultura, sino con la fantasía”, y relacionó sus inicios con la enfermedad. “Estar enferma durante una gran parte de mi infancia, me regaló la literatura, pero me arrebató la confianza.”. Otro tema: Escritura y vulnerabilidad. Y el Festival Eñe concluye dejando las puertas abiertas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Y desapareció





No recordaba si aquellos ojos, en los que tan reflejado se sintió, le decían algo. O no quiso recordarlo cuando al mirarlos sólo halló indiferencia.
El corazón le latía cada vez más deprisa, la presión se le bajaba al estómago. No podía controlar el estado de nervios e inseguridad que le provocaba su presencia, ya fuera física o simplemente evocativa.
Incontrolables, numerosos instantes compartidos se le amontonaron en la cabeza en una secuencia que podría ser descrita de mil formas, excepto lineal.
Intentó hablar, pero no eran palabras lo que bajo aquella mezcla de sonidos, frialdad y entonación salieron de su boca.
No es que se rindiera. Tampoco que lo diese todo por perdido. Pero llevaba meses intentando hacer razonamientos y la lógica le había dado ya demasiados esquinazos.
Intentó sentir odio y rencor, culpar. Quiso así paliar la angustia. Pero sólo, y a pesar de todo, era capaz de sentir amor.
Volvió a encontrarse en el momento último: en el coche en el que las promesas presentían –antes de que ellos fueran conscientes– el final. Le ahogaban las sentencias que nunca se cumplieron, los reproches dibujados con tizas de colores, la ingenuidad en duelo, la irremediable y dolorosa pérdida.
Y continuó: El último balance, el olor tendido en la azotea, las cartas que nunca se mandaron, el libro interrumpido, la confianza ciega, los errores, las consecuencias imperdonables, los sueños que, eternamente, se quedaron dormidos.

Quiso decir: “te echo de menos”. Confesarle: “siento si te hice daño”. Recordarle: “me importas mucho”, “no olvides nunca que lo vivido, sí fue real”. Palabras, hechos…“te quiero”.
Pero no dijo nada.
Supo entonces que el cariño, que la noche, que el agradecimiento, que el aprendizaje, que el tiempo que muere en el pequeño reloj de arena, que los secretos y la fidelidad, que la comprensión y la paciencia, que la ternura, que precisamente eso, el amor, el amor en su expresión más amplia y más sincera, le acompañarían por el resto de su vida.
Le entraron ganas de compartir las pequeñas cosas, las tonterías: el “me encontré ayer con tal y cual”, o el “leí aquel libro que me habías dicho que me gustaría”, un simple “me hice de cena aquello”, o decirle tan sólo… “puse la radio y estaban hablando de nosotros”... Pero calló. No volvería a susurrar “te espero en nuestros lugares comunes”. Supo también que el haber compartido todo le obligaba ya, por siempre, a hacer solo el camino.
Alguien le dijo entonces: “se perderá tu vida”, y él pensó: “y yo me perderé la suya”.
Y supo, del mismo modo, que, irremediablemente, había llegado el momento. Y así lo hizo. Y desapareció.

lunes, 2 de noviembre de 2009

90 años



Los 90 años que nunca compartimos.
Las tetas que amamantaron sueños.
Tener ángel de la guarda a cambio de tu ausencia.
Hacerse adulta a base de golpes.
Quedarme sola o tenerte aún más cerca.
Ser eternas, las tres.


martes, 27 de octubre de 2009

El desaliento


El desaliento. Los cortes en las manos que no dejan de sangrar.

Manchas de tinta, borrones y la hoguera de las vanidades como única salvación.

Las sombras van aumentando, proyectándose en los túneles cada vez a mayor tamaño.

Pisadas, empujones y proyectos de polvo.

Canciones que habitan en la melancolía. El olvido que no existe, el fracaso, la traición traicionera.

La absurda y gris paciencia. La cuerda locura del deseo.

La incomprensión constante que lo abarca todo, que ahoga, que provoca de todo menos esa indiferencia.

Los pensamientos de negras vías acompañados de aullidos agudos de gatos abandonados.

Un nuevo intento, una nueva ilusión y un verso. Como si acaso, quedarse a dormir con la esperanza, no fuese una mentira.


"Me levanto temprano, moribundo. Perezoso resucito, bienvenido al mundo. Con noticias asesinas me tomo el desayuno. Camino del trabajo, en el metro, aburrido vigilo las caras de los viajeros, compañeros en la rutina y en los bostezos".

lunes, 19 de octubre de 2009

Kafka y la muñeca viajera

“Algún día, cuando deje de escribirte –continuó Franz Kafka– las dos sabremos que la una sin la otra no habríamos llegado nunca tan lejos”.


Era 1923, una fría tarde alemana. Franz Kafka acostumbraba, como cada día, a pasear por el parque Steglitz en Berlín. De pronto, algo le llamó la atención. Una niña, de unos siete años, lloraba desconsolada. Nadie parecía atender a su desesperación.

El escritor se acercó y le preguntó el motivo de su llanto. La niña, tímida pero, al mismo tiempo, confiada como todos los niños, le contó su drama: había perdido a su muñeca.

Ante la impotencia, Kafka utilizó su fantasía y le dijo a la niña que su muñeca no estaba perdida, sino que se había marchado de viaje, y que, de hecho, él era el cartero de muñecas y la suya le había dejado una carta.

La niña, que como a veces pasa, necesitaba creer, creyó.

Al día siguiente, Kafka le llevó a la niña la carta de su muñeca, en ella le contaba dónde se encontraba y qué maravillas vivía. Londres, París, América, la sábana africana... El mundo es ancho, pensaron Kafka y la niña. Y durante tres semanas, la niña recibió diariamente misiva de su muñeca.


Esta historia salió a la luz relatada por Nora Diamant, la compañera del escritor en aquella época, que explicó como Kafka para escribir aquellas cartas entraba “en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal". La ansiedad de escribir…

Durante años, el estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó a la niña, ya convertida en una abuela, que fuese la única destinataria de aquella obra epistolar. Nunca logró encontrarla, ni a la pequeña ni a aquellas cartas.

Tiempo después, el periodista César Aira trató el asunto en el Babelia de El País.

El escritor catalán Jordi Sierra i Fabra leyó aquel día el suplemento y, a raíz de aquello, llevó a la práctica su particular visión. Así nació el libro Kafka y la muñeca viajera, editado por Siruela. Fabra crea su propio Kafka, con la ternura y la innovación que acostumbra a usar en sus libros juveniles.

“El mayor absurdo depende de la sinceridad con que se cuenta”, dice el libro en un momento dado. A veces, sobre todo cuando nos vamos haciendo más mayores, es imprescindible leer con la misma intensidad que leímos los libros juveniles, conservar la exacta capacidad de asombro que tuvimos cuando fuimos niños... creer, sin prejuicios ni dudas, en las cartas de muñecas.

lunes, 12 de octubre de 2009

Llegando

Llegando. Y empieza con gerundio como un mal artículo. Si no fuera porque soy consciente de que estoy inmersa en una buena oportunidad profesional, cerraría los ojos y los abriría sólo cuando estuviera cerca del mar, de algún mar.
Esta ciudad llena de anhelos con la que no termino de llevarme bien. Gente por todas partes queriendo huir y, al mismo tiempo, con los pies pegados al suelo, atrapados. Intento pensar en positivo: infinitas actividades, amigos, oportunidades y bonitos cielos... pero se me esfuman los pensamientos: distancias largas, precios desorbitados y amigos que cuando les da la brisa madrileña se olvidan de lo sencillo y de que ayer nos quisimos.
Busco concienciarme, cambiar la pereza del inicio por la emoción de la novedad. Pero me sé este cuento y mis prejuicios y yo nunca nos sentimos demasiado cómodos atravesando la M30.
Me concentro en darnos una oportunidad pero cuesta tanto...
Madrid y yo podemos amarnos por un momento pero, como toda pasión, pasado el efecto de éxtasis, sólo queda la sangre que dejan las heridas hechas con los cristales rotos del fracaso. Y a los muy buenos momentos vividos en sus calles los tapa el ruido del metro y los gritos de todos los que nos sentimos fuera de lugar en la ciudad que se dice de sí misma ser la suma de todos.
Pero yo no sé qué número soy en esta cuenta de locos.
Vuelvo a Madrid. Vengo por un año.
Pensamiento positivo, fuerza y mucha paciencia, me repito mientras mi autobús va entrando en la estación sur. He llegado a Madrid.

viernes, 9 de octubre de 2009

Galicia

"Para que nada nos amarre
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana"
(Neruda)


O Cebreiro, Fragas do Eume, Betanzos, Costa da Morte, Pontevedra, Lugo, San Andrés de Teixido, O Grove, Cedeira, Santiago de Compostela, Playa de las Catedrales, Mondoñedo, Vilanova de Arousa, Sil, Monforte, Islas Cíes, Arteixo, A Coruña y más.
Cerca de 6.500 kilómetros. Tres meses. Galicia.

jueves, 1 de octubre de 2009

De prácticas (X): El cierre

El ciudades, un brindis con licor café. El vacío con-sentido. Un 3%, las explicaciones. Lo no dicho, por miedo, por vergüenza. Lo repetido. Lo congelado y lo derretido.

Un cuento, un goteo. Un abrazo. Dar las gracias, de corazón.

Debería estar, a estas horas, en Huelva. Y estoy, sin embargo, mirando al mismo mar de todo el verano. No sé si ha sido un fallo en la dirección asistida de un coche en préstamo o el subconsciente lo que me ata a este lugar. Se ralentiza la despedida.

La última firma y un café con una tarta de almendras. El olvido. El recuerdo. Las empanadas que sustituyeron a las croquetas del primer día. Las comidas con discusión incluida en el menú.

Bajar al contenedor de reciclaje cerca de tres bolsas llenas de periódicos. Esa es la señal del ineludible final.

Pero hay más: La actualidad, la vocación, los consejos susurrados (o a gritos), la emoción.

No hubo ruedas de prensa, no hubo demasiada calle, vale. Pero hubo mucho más. Me sentí arropada. Me sentí integrada. Me sentí periodista.

Cafés de máquina en rondas de sección. Páginas enviadas. Páginas recibidas: Textos. Fotos, ecuadres, apuntes.

Titular, antetítulo, subtítulo, entradilla, sumario, filete, ladillo, paquete, columna, robapágina. ¿Un "stig" 20?

Entre llamadas de teléfono y testimonios vas apartando la vanidad en forma de aprendizaje, de observación constante.

Leer entre líneas una mirada. Sentarse en la mesa y reír. Cotillear, pasearse. Pelearse y estresarse. Ahogarse en un vaso de agua. Mojarse bajo un chaparrón. El infinito y los porcentajes extraídos de un boletín oficial. Presentir y callar. Editar páginas.

Galicia, sección y país. Imaginar...

Una lista que habla de entrevistas, de tiempos muertos, de entrecomillados, de ideas ambiguas, de colores. Cambios de mesa, escritos desordenados, ilusiones.

Un mapa que ya no necesito porque ya sí sé donde queda cada lugar. Un autopista con parada cerca del corazón y, por supuesto, de peaje. Un diccionario y un libro de estilo. Recortes.

El azar, los ciclos, la oportunidad.

El cierre, el último cierre.

El PERIODISMO, así, en mayúsculas.

Y una única voz, La Voz en la que me he sentido tan a gusto.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Haciendo maletas

Tres, seis, nueve o doce meses. Paso un tiempo en la ciudad perfecta y después, al despertar, la perfección es tan sólo la imagen deformada de una utopía. Vuelvo a hacer maletas, aunque ni por esas aprendo. Me duele el estómago y las despedidas saben a aguacero. El efímero hoy no será mañana nada más, ni nada menos, que un bonito recuerdo. Todo es pasajero, nada ni nadie permanece. No juro amor eterno porque creo en el amor pero no en la eternidad. A las promesas sólo les salva la noche y el alcohol, que son las mentirosas que mejor mienten. Ni encontré las respuestas que buscaba ni me deshice de mis miedos pero vi amanecer y anochecer mirando al mar, entre naranjas y azules.
Dentro de poco, este tiempo transcurrido sólo será un recuerdo de esos de "me parece que fuese hace un siglo", y al mismo tiempo, como aprendí a disfrutar de cada mentira, ocupara un lugar especial en mi trayectoria. Supongo que es también una especie de maleficio y malicia gallega, que te abren el alma, y luego cuesta cerrarla.

domingo, 27 de septiembre de 2009

De prácticas (IX): De Primera

"Es que cualquier cosa le hace ilusión", le dice, refiriéndose a mí, mi jefa a Pablo (mi redactor favorito) mientras él se burla un poco de mí. Y es que lo cierto es que me emocionaba muchísimo ir a una reunión "de primera" del periódico.
Cada día, a las 19.30 de la tarde, suena una campana y los jefes de sección se reunen con subdirector, adjuntos, director y demás personal de despacho para "cantar" (explicar, dar titulares) sus temas y debatir entre todos que irá al día siguiente en la portada del periódico.
Durante todo el verano he estado escuchando esa campana y viendo a mi jefa ir y venir de esa sala en la que yo nunca había entrado. Así que llegó el momento de entrar.

Una mesa ovalada gigante, sillones forrados, fotografías de nuestra historia en las paredes y una pantalla hacia la que todos miran. En ella se proyecta la maqueta provisional de la portada del periódico. Mientras, un hombre va escribiendo los temas que se van proponiendo en el espacio en el que quizás podrían ir.
Habla la jefa de economía. La temen todos. A mí me encanta (será porque nunca la tuve de jefa). Tiene fuerza, garra. Van colocándose sus temas hasta llegar al más polémico. Lo que finalmente quedará metido en la parte inferior de la página bajo el titular de "La Xunta se opone a que Caixanova se integre en una alianza con cajas no gallegas", da que hablar. El director no termina de verlo claro y pide que llamen al redactor que ha escrito la información. Ambos mantienen una explicativa charla, en la que el periodista da cuenta detallada de las fuentes utilizadas y del proceso de elaboración del artículo. El director se queda satisfecho, me mira a mí, espectadora pasiva de la escena, y me dice: "para que veas lo en serio que aquí nos tomamos el contrastar fuentes". Yo, que continuo emocionada, sonrío y asiento.
La jefa de economía sigue con sus temas. Canta: "Europa autoriza a Zeltia a vender en el Yondelis como fármaco contra el cáncer de ovario". Así queda, pero realmente no lo cuenta así. Hasta que la noticia se fija con ese titular pasan mil enfoques, mil palabras y hasta el debate sobre si el tema es de Economía o debería haberlo llevado Sociedad. La jefa de economía defiende, con uñas y dientes, que es de su competencia. Si ya decía yo que era una mujer potente...
Luego se cuela el jefe de Nacional. Va rápido, la información gallega prima sobre historias nacionales. Poca cosa interesante en Deportes, accidentes repetidos y glorias locales.

Y llega mi momento esperado, el de ver a mi jefa en acción, defendiendo lo suyo.
He de decir que tiene al poder de su parte, la sección de Galicia es el corazón de La Voz. "Te estamos reservando la portada", le dice el director. "Como a mí me gusta", responde ella.
Zona cero del incendio, Educación, Feijoo... No hay tema claro. Llaman al editor de fotografía.
Las instalaciones portuarias están como primera opción. Pero las fotos, demasiado políticas con el primer plano de Feijoo, no convencen al director. Optan por una foto del incendio, 18 horas después de originarse aún siguen los bomberos apagando fuegos. Finalmente, aunque cuando yo salí de aquella sala, el fuego quedaba colocado en la foto de portada, a la mañana siguiente era la foto del puerto la que reinaba en primera. El incendio, eso sí, quedaba en titulares, finalmente así: "El incendio de la fábrica de Boiro continuaba activo anoche tras más de 30 horas".
Decidida la foto de portada, la atención se centra en la noticia principal. Mi jefa canta sus temas hasta que, de pronto, el director, con una sonrisa de satisfacción, señala y dice: "Ahí tenemos la noticia de portada".
Después de varias vueltas -no hay nada tan complicado como escribir titulares-, se queda en "Feijoo quiere dejar para el 2010 el debate sobre la titulación de Medicina en A Coruña y Vigo" (Aunque el Vigo también desapareció en algún momento).

Prácticamente, la portada está hecha. Antes de la reunión de primera, ya ha habido a lo largo de todo el día un montón de reuniones y todo el mundo sabe más o menos bien qué está pasando en el mundo y qué y cómo el periódico va a contarlo.
Mi jefa abandona la reunión y yo, con ella. He podido comprobar en primera persona como la portada es un trabajo de todos. Como el director tiene la última palabra pero es fácil de convencer siempre y cuando se le den los argumentos correctos y razonados. He visto como cada jefe, a pesar de sus apariencias, metidos en acción defienden a sus noticias, y a sus cachorros, como si el líder de una manada se tratase.
La calidad y el cuidado esmero que se pone en cada mínimo detalle es una de las cosas que más han llamado mi atención haciendo prácticas en este periódico. Y la labor de realizar la portada es prueba evidente de ello. Razonamientos, debates, y lealtad se han conjugado. Y salgo de la reunión creyendo en el Periodismo, totalmente ilusionada. Será eso, que me ilusiono con cualquier cosa.

martes, 22 de septiembre de 2009

¡¡¡Licenciada!!!


Con un “ya puedes relajarte” recibido en un e-mail en la mañana del domingo, me informaban de que –extraoficialmente- tenía aprobado el dichoso examen de inglés, y que, por lo tanto, ya era licenciada en Periodismo. Mi hermano y mi amiga Cristina estaban conmigo, y yo, que pensaba que este idioma pendiente me perseguiría por los siglos de los siglos, no podía aún creérmelo. En shock aún, llamé para dar la noticia a mi madre, que paso de mí, y a mi abuela, que se me puso a llorar...

Luego, mandé algún que otro mensaje, que con lo pesadita que he estado con el inglés, tenía que darle la noticia a mis amigos. Después me fui a mi universidad, quise compartir cara a cara la alegría con quien ha influido mucho, entre otras muchísimas cosas, en que me saque la carrera. Luego me fui pasillo arriba-pasillo abajo, Madrid arriba-Madrid abajo.

Comprendí dos cosas. Una es que un día te regalan un moleskine y te crees periodista y única, y luego resulta que al monje no lo hace el hábito, y además, único no hay nadie por muy únicos que seamos todos. Los moleskine también pueden comprarse en pack de tres, aún tengo mucho que aprender y hay demasiada competencia.

Lo segundo, más que comprenderlo fue ratificarlo. Esa sensación de desierto e incertidumbre ante no saber qué hacer, ese agobio por haber acabado la carrera del que me hablaban mis amigas, yo, como supuse que pasaría, no sólo no lo tengo, sino que ser hoy más periodista que nunca, a mí sólo me provoca alegría y seguridad. Y no hay nada que pueda amargarme el día: Estoy feliz.

He empezado por el lunes. Pero ahora, retrocedo un poco al viernes. Fue bajar en Chamartín y empezar a notar sarpullidos, alergia a la capital... ufff... pero luego se fue suavizando. Así que el sábado, salí feliz de mi examen y aquello del pensamiento positivo borro todo sarpullido inicial e incluso me plantee entre una de las posibilidades, regresar por algunos meses a este lugar de amores y odios tan extremos.

A mediodía, compartí exceso de comida y esperanzas; y por la tarde, compartí café y alguna cosa más. Llegué a casa contenta y huyendo de la masa que acogía la noche en blanco madrileña.

El domingo caminé desde Atocha hasta el Santiago Bernabéu. Consejos, suspiros, recuerdos e ideales. Una vuelta ciclista, porque todo gira. Un caballero colocando la chaqueta a su esposa, una limosna, un montón de esperanzas. Paseantes abrigados en calor. Y un verso de Ángel González: El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento. Comida, merienda y cena: Amigos. Y la noche acabó desvelando secretos con forma de palabras.

Y así, el lunes desayuné nervios con café hasta que el “ya puedes relajarte” me llegó en forma de ilusión, de esfuerzo, de motivación y de ganas. ¿Tu mejor cualidad? Me preguntan esa misma tarde en la sala de juntas de un periódico. La insistencia, respondo. ¿Y qué ha sido lo mejor de la carrera? Lo mejor, sin duda, las personas que he conocido. La foto es de primero, la fría Segovia. Me he sacado la carrera por pesada y porque he estado acompañada de gente maravillosa.

Del preábulo al epílogo: sin los abrazos, sin las regañinas, sin las palabras, sin los cafés, sin las fiestas, sin los apuntes, sin mi moleskine regalado, sin los ánimos, sin las fuerzas, sin los mimos, sin los amigos, no hubiese sido posible. A veces me tachan de fría pero esta es mi forma de expresarlo: me siento enormemente agradecida y muy alegre... feliz, feliz.


jueves, 17 de septiembre de 2009

Marmorkuchen

Placas blancas en la garganta. Dolor de oído intenso. Reflejos, una vez mas, de que todo se acaba. Pero también, de que todo tiene sus consecuencias, y sus recuerdos. Las risas que marcan las patas de gallo. Los gritos que acaban en afonía. Los llantos que no logran dejar seco ningún mar por mucho que creas que se te acaba el mundo.

Tarde de pasteles alemanes, de clases de inglés, de despedidas. Veíamos lejano el final y, nuevamente, cada cual se aleja remando sin compañía su propia barca. Adverbios y preposiciones mezclados con harina, azúcar y chocolate. Pastillas con pacharán. Condicionales que suben la fiebre. Los Good luck! y los Cheer up! que van a necesitar polvos de los de Peter Pan.

El regreso a la ciudad sin mar, el lugar al que retorna, o eso dicen, siempre el fugitivo. Los nervios en el estómago que no puedo remediar, como me pasa con las cosas que no controlo, ni aunque estén en español. Las miradas que lo dicen todo porque ya no dicen nada. Lo que aprendí y no puedo olvidar. El pasado perdido, y el futuro, igual de oscuro.

Las ocho horas de tren que me esperan y las lluvias sin paraguas. No sé qué meter en la mochila y el oído me va a estallar a pesar de la sobredosis de ibuprofeno. Porque el momento siempre acaba llegando, y no sé si eso es present continuous o futuro o pasado o qué...