jueves, 31 de julio de 2008

Espacio y tiempo

... Aunque tú no encuentres tu sitio en este lugar, yo no puedo pensar en otro mejor en el que puedas estar... 31 de julio... de 2006

Nada es eterno... Ni siquiera la duda.

martes, 29 de julio de 2008

Las mañanas en el periódico (Dos canciones)

ESTA BOCA ES MÍA (JOAQUÍN SABINA)

Más vale que no tengas que elegir
entre el olvido y la memoria,
entre la nieve y el sudor.
Será mejor que aprendas a vivir
sobre la línea divisoria
que va del tendio a la pasión.

No dejes que te impidan galopar
ni los ladridos de lo perros
ni la quijada de Caín.
Que no te dé el insomnio por cantar
las gaviotas del desierto,
las amapolas de París.

Te engañas si me quieres confundir
esta canción desesperada
no tiene orgullo ni moral
se trata sólo de poder dormir
sin discutir con la almohada
dónde está el bien, dónde está el mal.

La guerra que se acerca estallará
mañana lunes por la tarde
y tú en el cine sin saber
quién es el malo mientras la ciudad
se llana de árboles que arden
y el cielo aprende a envejecer.

Y sal de ahí
a defender el pan y la alegría.
Y sal de ahí
para que sepan que
esta boca es mía.

CANSAD@S (SILVIA PENIDE)

Cansados...
nos enfrentamos al reloj de la mañana
nos levantamos de camino a la rutina
y dejamos nuestro sueño a la mitad.

Cansados...
salimos a la jungla de la vida
mientras la luna nos mira dormida
y llueve en el septiembre que respiras.

Cansados...
perdemos nuestros sueños por las curvas
del triste camino a la pesadilla
y vemos las pisadas de ilusiones.

Cansados...
dejamos que pasen las primaveras
mirando los cristales y a la espera
de una sonrisa que fotografiar.

Cansados, sí
pero a pesar de todo respirando
buscando solución al laberinto
la hora de salida casi .... llega.

Las tardes en el periódico (quizás)

Agosto está ya demasiado cerca como para eludirlo y una es demasiado mayor, y más aún cuando llega este mes, como para no ser coherente, como para sentirse demasiado niña o como para no ser consecuente con sus actos. Claro que el calor de la calle contrasta con el frío del aire acondicionado de la redacción. Y los contrastes, con sus matices, sus dudas y sus extremos se trasladan a la cotidianidad.

Sé que no hay nada perfecto. A priori todos lo sabemos pero llevarlo a la práctica es más complicado. Yo estoy en ello. Debo pulirlo, así como debo pulir una intuición que me ayude a no moverme demasiado a trompicones, a ir un poco más por los ecuadores.

Esas mitades poco nítidas y pretenciosas como lo es la que marca la mitad de un verano de prácticas, que como aprovechan los columnistas para cubrir en sus contraportadas, “no hay agosto que cien años dure” y la realidad no barre a los sueños provincianos.

Resulta además que otros aprendizajes sí los he adquirido este curso. Aprendí cuánto vale la paciencia y eso no lo voy a olvidar nunca. Así que cuando llueve sé que luego escampa, que sólo hay que esperar, y mientras, coger un paraguas, o ponerte un chubasquero, o mojarte.

También sé algo de constancia, mucho más que de generosidad, de autocontrol o de rabia, que aún no he aprendido a focalizarla en la dirección adecuada.

Y quedan esas cosas que no sé plasmarlas en el papel, que las presiento pero se me escapan, que se esfuman, que estallan como pompas de jabón antes de entender cómo o por qué las hice. Son por ejemplo, reacciones, no necesariamente malas, sino simplemente impredecibles, que por falta de costumbre, me descolocan, me dejan insegura, y suponen en sí mismas, un comportamiento que racionalmente no llevaría a cabo y que no sé si son menos yo o, en verdad, son yo en su ego más auténtico. No siempre podemos hacer uso de las palabras, a veces, incluso sabiéndolas utilizar, confunden.

Por la redacción vuelan también vanidades, excesivas vanidades que no tienen nada que envidiar a los duelos a espada que, de pronto, aparecieron en los apuntes de Historia del Periodismo de España. Egos que no tienen nada que ver con la búsqueda de la perfección, ni con una sana competitividad, ni con la ambición, sino con un olor a rancio y a podrido, y a envidias, que sirven de disfraz a algunos consagrados compañeros. Tampoco me gustan algunas actitudes, actitudes que también se me escapan, que no comprendo y que espero no comprender nunca, porque sería horrible convertirme en lo que ahora, sin entender del todo, detesto.

En el fondo, sé y callo, porque no todo lo podemos decir. Repito, intento ser coherente.

Luego le doy vueltas a la justicia, hago veredictos que se lleva el mar aunque esté lejos. Y al final, casi siempre veo medio llenos los vasos, uno tras otro, aunque a veces se me derrame el café al pasarlo del caliente al frío hielo.

No siempre encuentro palabras y equilibrios, nunca se me dio demasiado bien montar puzzles. No hace falta que cierres los ojos para saber quién eres y que sólo a ti te debes rendir cuentas. Puedes ser una esponja, pero el agua debe entrar y salir, porque si no se apulgara la esponja.
Y al final me agarro a las certezas, aunque sea porque sé que nunca son absolutamente ciertas.

lunes, 14 de julio de 2008

Ummmm...

La temperatura es perfecta, fuera y dentro. Aunque me cuesta abrir los ojos. De pronto me veo ante una tarde libre, sola para mí desde hace no sé cuánto. Una tarde de domingo. Escribo a dos bandas, la física y la mental, y no sé si tecleo las palabras antes de que pasen por mi cabeza o después. Son reacciones, impulsos.

Abro bien los ojos para no quedarme dormida y bebo un sorbo más de café. Andamos a salto de mata, vamos miedosamente por la cuerda del funambulista, y no sabemos si debajo habrá o no red, pero el caso es que vamos hacia adelante. Añorar el pasado es correr tras el viento, dice un proverbio. Es lo mismo añorarlo que pensar en lo que fue y no debió ser, en lo que no fue, y pensamos que qué hubiese sido de haber sido, en lo que dejamos por el camino. Para avanzar tenemos que decidir continuamente, da igual lo que no hicimos, importa lo que hacemos, lo que vamos conociendo, lo que vamos aprendiendo.

Otras veces pasamos las hojas demasiado rápidas y nos deja intranquilos el futuro, el qué será de nosotros bajo las lluvias futuras. Somos absolutamente absurdos, nuestros pensamientos se meten en caravana y nada más que escuchamos pitidos metiéndonos prisas para que metamos primera y arranquemos. Pero a veces nadie nos pita, sólo que teníamos la música demasiado alta y no escuchamos el ruido del motor, que nos dice fluye. Las presiones internas son las mayores barreras, la exigencia y autocrítica propias llevadas al límite. Claro que aún estamos a tiempo. La edad no importa.

Aprendemos a dejar lo innecesario pero también hemos de aprender a agarrarnos a lo imprescindible. Planificar un futuro, lejano o cercano, no tiene como objetivo llevar a cabo esos planes, ni mucho menos amargarnos si vemos que pasan los días y no cumplimos la agenda. El único motivo de hacer planes, de levantar la vista y fantasear con lo que podrá ser, con lo que podremos hacer, con la imagen de en lo que queremos convertirnos, la única razón de ello es disfrutar mientras lo hacemos, es adelantar la emoción y convertirla en goce por sí misma. Arrancarnos una satisfacción a nosotros mismos dejándonos llevar por los sueños.

Del mismo modo, recordar es maravillo porque es volver a vivirlo, pero es maravilloso, sobre todo, porque pasó y forma parte de nosotros. Somos quienes somos porque fuimos quienes fuimos. Y aún estamos a tiempo, siempre estaremos a tiempo, de ser quienes queremos ser, de ser, sin más, y con todo su sentido.

No podemos alejarnos de la vida, dimitir de ser felices, no podemos pasar de todo por que las cosas se pongan complicadas. Avanzar, soñar, superar, vivir. Y el contacto humano, el ser esponjas dispuestas a empaparnos, a recibir, a dar. No es posible ser burbujas. Y es imprescindible, sin embargo, ser lo suficientemente independientes. Porque sólo desde esa independencia tiene sentido y es verdad el contacto, el trato personal con nuestro mundo.

No es sólo el frío y el calor. Es la búsqueda constante de esa temperatura perfecta. Es parte de la vida ser críticos e inconformistas, es parte de ella estar muertos de miedo por perder las cosas que conseguimos, por no saber dónde buscar las que anhelamos. Está bien reírnos a carcajadas o llorar. Forma parte de nosotros darle mil vueltas a las cosas, equivocarnos y rectificar. Creer no ser lo suficiente, o incluso no serlo. Sentir emociones contradictorias.

Ojalá fuese capaz de encontrar las palabras adecuadas, pero sólo puedo esbozar pinceladas que engloben los pensamientos a medias entre la dispersidad, las intuiciones, lo implícito, lo general. Montañas rusas donde a veces todo está arriba y otras caemos empicados. Pero hay que seguir en los raíles y disfrutar. Se trata de eso, de que el sentido está en estar. Da igual ayer o mañana. Importa que sonrías ahora. Que tengas las suficientes ganas como para lanzarte, como para atreverte a ser feliz. No hay cuentos ni ingenuidades, es sólo que sigo si saberme explicar. Es vida. Es simplemente que a veces las cosas más sencillas son las más importantes de la vida, y que ya sé que suena a tópico, pero es así; de pronto, da igual el sueño, da igual que sea de noche y tenga que madrugar, no se oye nada. Ahí, en ese instante, está la temperatura perfecta. Entonces me acurruco y me siento feliz.

viernes, 11 de julio de 2008

Películas

Igual que las demás. Igual que todas esas chicas que habían pasado por la sala, terminé engatusada con los aires neoyorquinos de Sexo en Nueva York. Una a la que no le gustan ni los zapatos ni los bolsos, y que para saber cómo se escribe Louis Vuitton ha tenido que buscarlo en Google.
Ajena, pienso, a ese estampado floripondioso y principesco de ranas convertidas en máquinas sexuales.
Y a pesar de todo, exhausta, tiritando, perdida. Porque al final resulta que aunque no comporta nada con esos sueños, los hilos que hemos cortado son los mismos, los pétalos ilusos fueron sacados de la misma flor.
Que pensaba que ya estaba controlado, qué estúpida.
Quizás no debiera haber ido a ver esa película. Quizás. Si lo que debía de florecer debajo de la almohada se quedo en un verso de Miguel Hernández. Qué asco de asociaciones y de recuerdos.
Y vuelta a las preguntas, que querríamos plantearlas en voz alta pero no salieron las palabras.
Estereotipos que alimentamos y al salir no somos ni siquiera diferentes. Qué iguales, qué estúpidamente iguales. Demasiados secretos a voces. Demasiado mar, tanto que nos ahogó. Qué idiota.

jueves, 3 de julio de 2008

Los vientos del Congreso

Un viejo refrán dice que “no hay viento favorable para el que no sabe a qué puerto se arrima”. El viento, en la tarde del miércoles, en el Congreso de Diputados, no corría ni aún poniendo ventiladores.

El Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero se había decidido a comparecer en el Congreso de los Diputados para anunciar las medidas ante la actual situación económica que atraviesa España. Si esa decisión la había tomado “a regañadientes y prácticamente a rastras”, como ha dicho Rajoy en su comparecencia, daba lo mismo.

“En el periodo anterior, con el viento a favor, cumplimos el mandato electoral, y ahora, en condiciones adversas, también lo haremos”, auguraba Zapatero para terminar su discurso. Pero comencemos por el principio, cuando aún no había viento.

El Congreso, a las cuatro de la tarde, estaba a rebosar de políticos y periodistas. La expectación era máxima. Las miradas, las primeras, estaban, todas ellas, puestas en el léxico que utilizaría Zapatero ¿hablaría de crisis? ¿de desaceleración? ¿de desajuste económico?

Pícaro, altivo, y con corbata a rayas comenzaba su discurso, seguro de sí mismo, a las cuatro y cinco, duraría 55 minutos, y despertaría menos aplausos que su contrincante.

Los ministros le vigilaban desde primera fila, serios, taciturnos, aplaudiendo cuando marcaba el guión. Soñolientos. Ellas, en su mayoría, de blanco angelical. Las ausencias: Moratinos, Bibiana Aído y Elena Espinosa.

Mientras, al otro lado, sentada al lado de Rajoy, por primera vez desde su nombramiento, la secretaria general del PP, María Dolores Cospedal, seguía el discurso en silencio.

Rajoy, deslumbrado por su corbata naranja, miraba hacia el suelo. A su lado, la portavoz del PP, Soraya Saéz de Santamaría hablaba, jugueteaba con el móvil y removía papeles.

Entre los socialistas, se despertaban intermitentes aplausos ante un discurso que no aceptaba una crisis pero sí asumía: “una situación difícil y complicada”, pero “el Gobierno lo sabe y asume su responsabilidad”, para luego encajarla únicamente como consecuencia directa del “empeoramiento de la crisis del petróleo y de la crisis financiera de EEUU”, después de que los índices se situaran el martes en 143 dólares el barril del petróleo.

La “situación adversa”, las “serias dificultades”, la “crisis financiera internacional” son los términos que manejaba Zapatero. El patio estaba revuelto y el Presidente se andaba llevando algún que otro abucheo, especialmente, al asegurar que España está “en mejores condiciones de partida”. Hecho que, a fin de argumentarlo, se remontaba a datos de antaño, enumeraciones, juegos de palabras y sonrisas... Como buen político, o como político en sí.

En su turno, la oposición, apostaba, al completo, por el mismo caballo, criticar que Zapatero “niegue la realidad”. Rajoy iba también seguro, con ganas de juego, así que en plan coro griego, la cámara contestaba acusando “¡Zapatero!” ante las críticas preguntas, supuestamente retóricas, del popular al socialista.

La tarde avanzaba, la oposición se hacía piña ante el solitario Presidente, y todas las comparecencias incitaban a Zapatero a que actuara.

Medidas, suavecitas, las de los socialistas; afán de apoyo e intención critica de las oposiciones, ¿y los ciudadanos? Como siempre, al margen, pagando caros los limones, y aguantando las bofetadas del viento, que sólo parece correr desorbitado, fuera de la política.

(Foto Efe: Congreso en mayo)

martes, 1 de julio de 2008

Horas

1:48 horas. Madrugada del 1 al 2 de julio. Embajadores. Madrid. Estoy muerta de cansancio. Debería acostarme. Pero una mezcla de excitación y agotamiento recorre mi cuerpo.

(3 horas antes) 22:59 h. 1 de julio. En el coche Madrid – Aranjuez. Por última vez, en principio, viajo a Aranjuez. Sólo pensar en la mudanza me da sueño, sarpullido y me estresa. Tengo ganas de perderlas de vista, a Aranjuez y a la mudanza. Si cierro los ojos sólo veo cajas y tiestos, si los abro, también.

(4 horas antes) 22:15 h. Esperando al metro dirección Sol. Madrid. España está en deceleración y yo en aceleración. Estoy de ‘subidón’ y con una energía y un nerviosismo que me hacen andar de un lado a otro, tras un día agotador (quién lo diría sabiendo que llevo todo el día sentada leyendo periódicos). Debo hallar un punto intermedio entre la pasividad y la actividad, entre la calma y el entusiasmo.

(10 horas antes) 15:58 h. Cafetería en Hortaleza, en frente de las prácticas. Estoy en un bar tomando un café con hielo. Un grupo, seguramente de redactores, debaten sobre Javier Cámara, el cambio climático, Urkullu, Barcelona y Aído. En un rato vuelvo a la redacción, estoy emocionada.

(14 horas antes) 12:00 h. Tras la reunión con los jefes. Estoy flipada. Mañana vamos al Congreso a la comparecencia de Zapatero. Empezamos fuerte. La crisis es estupenda, no hay noticias más buenas que las malas noticias (por supuesto, periodísticamente hablando). Eso sí, tengo que ponerme a estudiar términos económicos y empresariales...

(15 horas antes) 11:00 h. ¡¡Tengo a Manuel Conthe escribiendo a mi lado!! (Después de caerme en el examen de Empresa…)

(35 horas antes) 15:00 h. 30 de junio. Redacción. Nos vamos a casa. La mesa de la entrada con montañas de periódicos me tiene impresionada. Algún día le haré fotos. No he conocido a mis jefes, sí a mis dos compañeros. Tengo ganas de hacer, de hacer, de hacer. De aprender. De ser periodista.

(38 horas antes) 12:00 h. Tenemos todos caras de asustados, somos un montón de jóvenes esperando a ser repartidos por las distintas secciones. Tenemos cara de miedo pero también sonrisas, nos sueltan un discurso de bienvenida, dando ánimos y fomentando la profesión periodística para que las jornadas de 11 horas nos las tomemos con emoción neófita. Pero venimos con ansias.

(Casi una hora después) 2:37 h. Madrugada. Me voy a la cama, ahora diría (y así justificaría la foto) : mi gato ya duerme. Pero a saber qué hace él…