martes, 29 de abril de 2008

Venecia es un pez


Mi madre le sacó alas al coche y llegamos justo a tiempo para que el avión no despegara sin mí. Así, excitada e incrédula, volé hacia Milán; en una mano, un pack de autoaprendizaje de italiano, que durante los tres meses previos a mi viaje había permanecido inamovible sobre mi escritorio; en la otra, un tocho titulado Historia de la literatura italiana que pesaba casi 3 kg. El cristal de mi reloj se hizo añicos al pasar por el detector, era la señal inequívoca de que, desde ese momento, el mundo giraría a una velocidad diferente a la que marcaba el pasar de las horas.

Bérgamo-Miláno-Venezia St.Lucía. Afortunadamente llegué en tren. En la Ferrovia, la ciudad me recibió anocheciendo y me cortó la respiración. Es una desgracia llegar a Venecia en coche por Piazzale Roma. Hay que llegar en tren porque la experiencia es única. Única pero repetida plano a plano por cada uno de los amigos visitantes. Yo esperaba ansiosa el tren, mis amigos llegaban, aún ajenos a las maravillas que estaban a punto de presenciar, nos abrazábamos, comenzábamos a hablar apresuradamente mientras avanzábamos hacia la uscita (salida), y al llegar a la puerta de la estación y bajar los escalones, se hacía el silencio ante rostros boquiabiertos que contemplaban el puente de la Scalzi, las cúpulas verdes y el agua de los canales... Y entonces todos decían: "¡Ala! ¡Vamos a hacernos una foto, la primera...!". Fue un privilegio ser testigo de esas calcadas reacciones pero es difícil expresarla. Por eso no se puede llegar en coche, sería una ingratitud desperdiciar ese primer regalo que te entrega Venecia si vas en tren.

Esa estampa la guardo celosamente. Sin embargo, es difícil asociar a Venecia con una sola estampa, ni siquiera con Rialto o San Marcos; se entrecruzan muchas otras imágenes en un todo desordenado. Venecia es una ciudad de cuento donde cada paso esconde una sorpresa.


“¿Pero adónde vas? ¡Tira ese plano! ¿Por qué te empeñas en saber dónde estás en este momento? De acuerdo, en todas las ciudades, en los centros comerciales, en las paradas de autobús o de metro, estás acostumbrada a dejarte guiar por la señalización; casi siempre hay un cartel con un punto de color, una flecha en el mapa que te informa vistosamente: “Usted está aquí”. En Venecia también; basta con que levantes la vista y verás muchos carteles amarillos, con flechas que te indican: Debes ir por ahí, no te confundas, “A la estación de tren”, “A San Marcos”, “A la academia”. Pasa de ellas, ni caso. ¿Por qué luchar contra el laberinto? Por una vez déjate llevar. No te preocupes, permite que sea la calle la que decida por sí sola tu recorrido; que no sea el recorrido el que te lleve a elegir las calles. Aprende a vagar, a vagabundear.” (Venecia es un pez)

Ese desorden es parte del encanto de la ciudad y consecuencia de que las guías de viajes se queden insípidas y pretenciosas. Pero llegó a mis manos Venecia es un pez, de Tiziano Scarpa, y me enfrasqué tanto en su lectura que me fusioné con el libro. No era el único, en los últimos tiempos había leído otros textos interesantes y había tenido conversaciones sobre la ciudad, que me habían hecho recordar tiempo vivido y querer escribir sobre ello. Mi interlocutora en esas conversaciones, y dueña del libro, está ahora en Italia y quizás ese sea también motivo de decidirme a ponerme a ello. También puede ser que hoy he estado arreglando documentos de mi futura estancia Erasmus en Perugia y el olor mental a pizza me trae de vuelta mis tres meses en Venecia, hace ya un año.

Scarpa asemeja Venecia a un pez por su forma de lenguado, y porque está anclada en el mar. Hay que añadir algo: cuando llegas a Venecia te empiezan a salir escamas, escamas en sentido literal debido a la mala calidad del agua. Es por eso que la primera comunión con la ciudad es física, pero se soluciona con una buena crema hidratante. Es importante mantener en buenas condiciones el cuerpo así que no es extraño que el libro se estructure como las partes del cuerpo, y del mismo modo, es lógico comenzar por los pies. Comienza avisándote “nada de zapatillas deportivas” para atravesar los más de 400 puentes, pero yo como no conocía el libro, me pasé un mes con una distorsione di caviglia. Y como el reposo es imposible en ese marco, aún arrastro como recuerdo el dolor de tobillo, como una marca más de la ciudad que te atrapa.

Pero lo que más me impresionó fue el sonido. Estamos tan acostumbrados a los coches que al prescindir de ellos nos inquieta el silencio, los tacones, el agua que susurra. “Debes acostumbrarte al silencio y al estrépito”. El ajetreo de las concurridas calles turísticas se convertía en un leve murmullo con la luna, camino a casa, atravesando la Fondamenta Tolentini hasta Campo della Lana 600 en el barrio de Santa Croce mientras la ciudad permanecía alerta.

No se trata sólo de la mítica fama de la ciudad sobre las aguas, esto además, convierte espacio y tiempo en unidades de medida ajenas al resto del mundo. Fuí consciente de ello en la primera semana, cuando tardé dos horas en llegar a casa de una amiga que vivía a tiempo real a quince minutos. Venecia es un laberinto que te deja indefenso. La hospitalidad veneciana es sincera.

Venecia, como Italia, es también sabores. Pero hay que descubrirlos allí. A mí me sabe a helado de gorgonzola o de chocolate en sus múltiples variantes de camino a casa de los caseros, a medias con mi compañera de piso, y me sabe a espaguetis con calabacines y a ensalada de mozzarella y a naranjas rojas y a cicheto de bacalao y a capuchinos a todas horas… Pero eso es a mí, Italia guarda sabores para todos. Y Venecia sabe, sobre todo, a su bebida más famosa: Spritz al aperol.

Venecia es un pez me lo había prestado quien desconoce físicamente (sólo físicamente) la ciudad. Los textos sobre la ciudad hay dos modos de leerlo: uno antes de visitarla, mientras la sueñas, otro después de visitarla, mientras la sueñas igualmente. La diferencia radica en pensar en abstracto o en concreto. Mientras curioseaba las frases y anotaciones que habían sido marcadas en el libro, pensaba en ello. Si me hablan de los pozos de Venecia, no puedo recrearlos en abstracto, se me viene a la mente el Campo S.Barnaba, por ejemplo, u otras plazas. Y pensar en plazas me deja jugando en Campo Santa Margherita un día que organizamos allí una yinkana. Y esa plaza, donde los venecianos compran la fruta, me recuerda al Mercado del pescado cerca de Rialto, y así… Torcello lo asocio al atardecer, Lido a la luz intensa del sol, y Murano a la noche… Asociamos los lugares a estados de animo, a luces… o a personas con las que compartimos esos momentos. Por eso, en los lugares que aún no conocemos, la fuerza está en las evocaciones bañadas por la fantasía, en los recuerdos prestados por otros, en las lecturas y las fotografías, en una esperanza más que en una añoranza. Yo no leo este libro de igual modo ahora, cuando justo hace un año, cuando los recuerdos buenos han borrado las horas de apatía y claustrofobia, que también las hubo, dejando en mi cabeza las alegrías reflejadas en instantáneas. No lo leo igual a como lo hubiese hecho antes de partir, antes de bajar cargada de dudas y esperanzas del tren, mientras anotaba todo en mi libreta morada.

Venecia es también un matrimonio mayor que pintaba sobre sus lienzos las columnas de una iglesia, es el día en que presencié una caravana de góndolas donde sólo faltaron las bocinas, es el San Marcos de relatos y salón de baile, es el lugar perfecto para comprender que fácil y dificil son términos relativos, que el alma y el cuerpo tienen que ir a la par, que las paranoias viajan contigo en la maleta, que la actividad, así como la inactividad, pueden ser tu mejor aliado, o tu más cruel destructor, que del sol a la lluvia, y viceversa, se puede cambiar en cuestión de segundos... Venecia son suspiros, son clases spagnolo-italiano, son canciones en los vaporettos, son las escaleras cargada con la bolsas amarillas del supermercado, porque incluso en Venecia, uno se hace con la cotidianidad.

La Fondamenta Zattere estaba olvidada de turistas y podías sentarte a leer de cara al mar, soy mujer de agua. Venecia tiene rincones inexplicables. ¿Para qué enumerar los lugares que aparecen en las guías? Es mucho más que San Marcos. Venecia es una cara de embobamiento permanente donde no hay argumentación posible.

Pero pensándolo bien, si aún no has ido, mejor que no vayas nunca. Rodéala, escabúllete de ella... una vez más. No entres en Italia, y si entras, ve a Roma, a Florencia, a Nápoles, ve a Milán o a Sicilia. No vayas a Venecia. Porque si vas, desde el momento en que salgas de la Ferrovia, en que bajes los escalones dirección a la Scalzi, en que la mires, aunque sea de reojo, buscándote en un reflejo imposible en sus canales, desde entonces, ya será irremediable, te habrá atrapado.

No, no vayas nunca. Aún estás a tiempo. Venecia es como un pez, y te come, y te agarra y ya no te libera.

miércoles, 23 de abril de 2008

Ella

¿Sensual y poderosa? No. Parecía que sí, quizás lo llegó a ser. Pero no, ya no.

Ahora está débil y quebradiza, agotada.

Nos necesitábamos. Rozaba cada zona de mi cuerpo, erizaba mi piel. Me transportaba. Y yo la humillé, la perseguí. La envíe hacia un destino oscuro, inadvertido, irremediable.

Ahora me arrepiento, ahora.

Su olor, su tacto, esa mezcla entre rugosidad y delicadeza, entre el caer del otoño y el despertar de la primavera.

Frágil. Eso sí. Lo que más me impresionó de ella fue su vulnerabilidad. Lo que más me martiriza ahora.

Nací en su cuna. La Tierra, su nombre, envenenando mis sueños. Me hablaron desde niña de su grandeza, de la elocuencia de su inmensidad. Pero se olvidaron de exigirme que la cuidara, de mostrármela desnuda, tal como es.

Ella se expone ante mí, llorosa, dubitativa, dolida, profundamente dañada por los que son como yo.

¿Qué puedo hacer ahora? Ella agoniza. La miro. La miro y huyo.

¿La Tierra quiso entregarme su vida o nosotros se la arrancamos a gritos?

miércoles, 16 de abril de 2008

Y ahora...

Puede parecer trampa pero no lo es. Cada uno se las apaña como puede para sobrevivir, de hecho, vivir no es otra cosa que sobrevivir continuamente. Hay días que intentamos hacer las cosas de otro modo, o que intentamos detener el mundo para bajarnos a respirar, pero es inútil. Tan imposible es frenar en seco como amarrar todos los cabos sin que se suelte ninguno, como hacer todo bien.
Y no se trata de unos conceptos judeocristianos de bien, de mal, de culpa. Es más simple y más abstracto. Aunque sea más concreto. Si tiendo a la abstracción es porque pienso que detrás de ella me protejo, aunque sé que es absurdo y que nos exponemos continuamente. Aún así, detrás de las palabras me siento mucho más protegida, como un payaso tímido que se esconde detrás de su nariz roja.
No sé si esta entrada de blog es una justificación, lo que sí sé es que no es una obligación. Ni es Periodismo ni es una imposición, sino más bien una necesidad de comunicación, o una vía de paranoias, o de inquietudes, que es lo mismo pero queda mejor.
Pero también sé cuál es el límite y esto no puede ser una carta abierta para comunicarme con quien no puedo ni para hacer más negros los días de lluvia. No vamos a sufrir por sufrir.
Hay veces que entre varios males, uno elige el mal menor, y en consecuencia de ello, el mundo se viene encima y los caminos se hacen todos peligrosos. Pero tampoco hay remedio, si hemos de pedir perdón, lo pedimos; si hemos de dar las gracias, las damos. Pero mejor mirándonos a los ojos, y en privado.
El viernes un poeta contó una estupenda definición del término “acontecimiento”. Ayer se rememoraba la proclamación de la II República, hoy se disputan las portadas Berlusconi y la nueva ministra de Defensa. Pero lo que venía a decir el poeta es que los acontecimientos no se miden por su trascendencia pública sino por la implicación con que cada uno los vive. Para mí es acontecimiento lo que bulle por mi cabeza, y eso no es ilícito, es más bien leal.
Las trabas que nosotros nos ponemos son, a menudo, más fuertes que las que nos ponen los demás. Y con estas palabras busco un impulso para cambiar el chip, para avanzar. No volveré a recrearme en ello, no aquí, éste no es el medio ni el receptor ni el modo. Ni muchas otras cosas.
Esto es sólo la transición, un “coger fuerzas” en la lucha contra la vulnerabilidad. Hay emociones que no controlamos, hay actos que justificamos aunque nadie los comprenda, hay hechos que te cambian, hay “acontecimientos” que te demuestran como todos nos hacemos adultos, y como a la vez, seguimos siendo tan frágiles como los fuimos de niños, y al mismo tiempo, tenemos la misma energía y la misma fuerza que teníamos entonces.
Hay muros que se caen y velos que se descorren, persianas que se levantan, y sí, el viento sigue soplando y cada uno se busca la vida como puede; y con el tiempo, el dolor se calma, y entre los recuerdos primarán los buenos. O a eso nos agarramos, al tiempo, esperándolo como solución a nuestra melancolía y a nuestra tristeza.
No sé como lo haré pero no aquí.
Tengo en duda demasiadas cosas, y sin embargo, hay otras que están más claras que nunca. Puede que ésta no haya sido una despedida de película, que no haya habido justicia ni música, y que ni siquiera estemos seguros de si el final es tan triste como parece, o si quizás contiene un resquicio de felicidad camuflado en que, al fin y al cabo, es auténtico, es puramente sincero.
Olvídate de los escaparates, olvídate de los reproches y de las inseguridades, y sigue adelante, quedémonos con el amor, en todas sus variantes, con la absoluta seguridad de lo que hubo fue real.
Aquí acaban las palabras, no busques más comunicación. Y para ser sincera, estas palabras no tienen más receptor que la propia emisora. ¿Y ahora qué? Ahora sólo queda seguir adelante.

miércoles, 9 de abril de 2008

Música

CANCIÓN

Título: Carta sin destino
Grupo: Azul
Año de publicación: 1999

Perdona que te escriba otra carta, de esas que duelen tanto,
será que no me atrevo a decírtelo a la cara por si te hago daño,
hace tanto tiempo que me callo, que no puedo más.

Ya sé que estás muriéndote de miedo, también me muero yo,
pensé en dejarlo todo y olvidarlo de algún modo, pero no podría
las olas de la vida, son tan fuertes, que me arrastran más.

Aunque sé que el silencio nos hace llorar,
dime Dios, si es la vida o es tu voluntad,
porque si es tu palabra, alejarme de ella
romperé las cadenas del alma que me ataron a ti.

Y si aún estamos juntos, por qué lloras
prometí nunca dejar tu orilla sola, tendremos que ser fuertes los dos.

LA ESPERA SE ROMPIÓ COMO UNA OLA
QUE PIERDE EL RUMBO Y SE EQUIVOCA
Y SE GOLPEA EN UNA ROCA
Y SÉ QUE SUFRE PERO NO LA VI LLORAR
APRENDERÉ A SER OLA, A EQUIVOCARME, A GOLPEARME,
HASTA EL ÚLTIMO SUSPIRO DE MI VIDA,
Y AL BESAR TU ORILLA SENTIRÉ QUE AÚN SIGUES SIENDO MÍA

YA NADA ABRIGARÁ SI TENGO FRÍO,
AUNQUE ME ARROPEN LOS RECUERDOS
SÉ QUE SEGUIRE PERDIDO
MAR ADENTRO, DONDE NO LLEGA NI EL SOL,
INVENTARÉ OTRA OLA NAVEGANDO SUSPIRANDO,
ALUMBRADO SOLO CON LA LUZ DEL ALMA,
Y AÚN SABIENDO QUE ELLA LLEGARA A TU ORILLA, VOLVERÁ AL MAR.

La arena del reloj sigue cayendo, sobre nosotros dos,
hoy sobran las palabras si al mirarme tú me hablas con el corazón.
si te enredas en el hilo del destino, como lo hago yo.
Dame tu mano o la vida, que me falta
cuando la tormenta se desate como el lazo que una vez nos amarró,
como aquella vez se desató la ira de la vida que se llevó el corazón.

lunes, 7 de abril de 2008

La ciudad

(Texto extraido del libro: Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxebarría.)

"No intentes enterrar el dolor: se extenderá a través de la tierra, bajo tus pies, se filtrará en el agua que hayas de beber y te envenenará la sangre. Las heridas se cierran, pero siempre quedan cicatrices más o menos visibles que volverán a mostrar a molestar cuando cambie el tiempo, recordándote en la piel su existencia, y con ella, el golpe que las originó. Y el recuerdo del golpe afectará a decisiones futuras, creará miedos inútiles y tristezas arrastradas, y tú crecerás como una criatura apagada y cobarde. ¿Para qué intentar huir y dejar atrás la ciudad donde caíste? ¿Por la vana esperanza de que en otro lugar, en un clima más benigno, ya no te dolerán las cicatrices y beberás un agua más limpia?

A tu alrededor se alzarán las mismas ruinas de tu vida, porque allá donde vayas llevarás a la ciudad contigo. No hay tierra nueva ni mar nuevo, la vida que has malogrado malograda queda en cualquier parte del mundo.

Tengo veintidós años y hablo por boca de otros.

Estas mismas palabras que repito las he leído en libros. Algunas se escribieron hace mil años, otras se publicaron hace dos. Porque al fin y al cabo todo lo que se escribe acaba por ser una nota a pie de página de algo escrito antes. Existe un solo tema, la vida, y la vida es siempre la misma: una misma radiación impregna el universo entero y no está asociada a ningún objeto en particular. Todos nuestros actos, todos nuestros amores, son repeticiones de otros ya acaecidos y por eso siempre encontraremos en un libro la respuesta a alguna de nuestras preguntas. El problema radica en que no entenderemos nada de lo escrito en tanto no lo hayamos vivido de un modo u otro y me parece que yo ahora empiezo a comprender frases leídas hace tiempo.

Ahora comprendo que la ciudad me sigue, que camino siempre por las mismas calles, y que hace falta desenterrar la angustia para que no se pudra bajo mis pies. Por esta razón dejo una ciudad y regreso a otra, porque sé que en el fondo habito siempre en la misma. Creí dejar atrás el sufrimiento y he comprendido que lo llevo conmigo, y ahora vuelvo a la misma ciudad que odiaba tanto."

jueves, 3 de abril de 2008

¿Por qué?

“¿Por qué?”. Inventé un código secreto y escribí con él “¿Por qué?” en la última página de un cuaderno estando en el colegio. Dibujé al lado una nube y la coloreé de negro. Eso he recordado hoy mientras veía una película. De eso hace más de diez años. La película de hoy era Zodiac, narra crímenes impulsados por mensajes cifrados. Si tuviese la capacidad y la cordura de crear un código secreto con la misma soltura que a esa edad, lo haría: un código que ni siquiera mi parte adulta y racional fuese capaz de descifrar, escribiría con ese código con una parte de mí y la otra parte no sería capaz de leerlo.

¿Y si no puse “por qué” y sin embargo sí lo he recordado así? Jean Piaget, psicólogo, especialmente vinculado a teorías de desarrollo cognitivo relacionadas con la infancia, narraba frecuentemente los recuerdos que tenía de cuando, siendo bebe, intentaron secuestrar el carrito en el que su niñera lo llevaba. La imagen se le quedó grabada en la memoria, incluidas las imágenes de los arañazos con los que su niñera volvió a casa. Años más tarde, su niñera le confesó que esa historia jamás había sucedido, que ella se la había contado mil veces, pero que jamás ocurrió realmente. Piaget había creado un recuerdo implantado, un recuerdo imaginado.

En la película Olvidaté de mí, Jim Carrey interpreta a un hombre que se somete a un proceso por el cual borrar de su memoria todos los recuerdos. Recordar viene del latín recordis, formado por re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar no significa tener en la memoria, quiere decir “volver a pasar por el corazón”. Ayer no pude leer, hoy he leído 150 páginas de periodismo de guerra: Más allá de la batalla de Mercedes Gallego. La periodista quiere olvidar, yo quiero olvidar. No escribimos para recordar las cosas sino para olvidarlas, para deshacernos de ellas. Mañana en la batalla piensa en mí de Javier Marías. No me he leído ese libro y además, le tengo manía a su autor. Pero el título ha aparecido en mi cabeza. ASOCIACIONES inconscientes. Piensa en mí, canción con la voz de Luz Casal. ¿Qué da más miedo olvidar o recordar? Llevo toda la tarde escuchando sonar el teléfono y mi hermano empieza a pensar que se me va la cabeza. Pero no creo que suena el teléfono, escucho que suena el teléfono. Pero ahora ya no lo escucho, es demasiado tarde. Cuando el reloj pasa de la medianoche ya da igual que sea la una o las cinco, tras pasar las doce, toda la madrugada discurre sin preocuparse de qué hora es. Son las 2.12 pero da lo mismo, da igual esa hora, da igual cualquier hora. Mañana no tengo clase, puedo dormir. Hubo una etapa en la que me empeñé en recordar mis sueños, para ello preparaba en la mesilla una libreta y un boli, si me despertaba, escribía aturdida mis sueños. A la mañana siguiente me costaba descifrar mi letra. Fui soñando cada vez más, recordando cada vez más. Tuve que alejar la libreta, no quería recordar mis sueños, tenía la sensación de no descansar ni aún dormida. Hoy no quiero soñar.

Si tuviera ese código secreto escribiría otra cosa. No escribiría tren ni escribiría frío. No escribiría memoria ni batalla. Ni tampoco mar. ¿Será "Por qué" lo que escribí en aquel cuaderno?