viernes, 29 de febrero de 2008

Ronda de preguntas

¿Son términos tan contrarios libertad de prensa y censura? ¿Qué tienen en común Periodismo y Política? ¿Y en algo se diferencian? ¿La palabra "Rigor" cuaja con la palabra "Historia"? ¿La libertad de expresión existe?

Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” (Art. 19. Declaración Universal de Derechos Humanos. Vigente desde 1948)

La esfera política está que arde. Careos, enfrentamientos, votaciones, traspasos de poder. A nivel nacional e internacional. Los medios de comunicación se hacen eco. ¿Pero lo reflejan, hacen "servicio al ciudadano" e informan, o entran en el juego formando parte implicada de las turbiedades?
Hace unos días los diarios digitales titulaban con las críticas recibidas en The New York Times por los ataques a McCain. ¿Hasta qué punto el Periodismo se expresa libremente?
Omitamos por un momento un pasado histórico turbulento de censuras, gacetas oficiales, propagandas y ansiosas ideas ilustradas. En la actualidad, realmente, los regimenes que oprimen, ¿caen bajo su propio peso?

En este ambiente de hermanos sucesores y políticas engañosas, mi Universidad (Carlos III) realizó el jueves 21 una conferencia con el periodista Ali Lmrabet como ponente. Lmrabet nació en Tetuán en 1959, ha estudiado en París y es periodista de El Mundo. Ha estado encarcelado por defender la libertad de expresión y prensa en su país. Sus críticas a la monarquía y su defensa de una cierta libertad le han llevado a ser tratado como un criminal. A pesar del calvario de la cárcel, de la huelga de hambre que llevó a cabo o de las calumnias, a pesar de que tiene vetado el ejercicio periodístico en su país, él ha continuado fiel a unos principios, a la necesidad de exigir la práctica de unos derechos humanos.
Marruecos tiene una monarquía constitucional y un rey, Mohamed VI, que ejerce control absoluto. El periodista eligió una estructura muy visual, unos ejemplos muy sencillos para explicar qué papel juega la libertad de prensa en su país: no existe, se ejerce un absoluto control sobre cualquier información contraria al régimen. Así nos lo explicó a un público joven (y un poco ignorante), algo iluso pero también crítico. Traía bien aprendido el discurso y le otorgamos absoluta credibilidad.

Con la ronda de preguntas llegó la polémica. Personalmente me dio la sensación de que preguntaran lo que le preguntaran, él estaba soltando discursos mecánicos. Entonces intervino una estudiante marroquí rebatiendo los planteamientos del periodista, defendiendo la existencia de cierta libertad en su país. Otra chica marroquí apoyó a la primera. La conferencia empezó a caldearse, a convertirse en un enfrentamiento personal entre las dos estudiantes y el periodista, en el cual no discutían sino que cada uno contaba "su película" sin tener en cuenta ni argumentar su visión ni escuchar al otro. Aparentemente sólo coincidían en que los tres defendían la libertad de expresión ¿pero acaso la practicaban entre ellos? La moderadora tuvo que intervenir y reconducir la conferencia.
Si la limitación de libertades en países como Marruecos o Cuba es un hecho como lo fue antes en el nuestro, como, prácticamente, lo ha sido en todos los Estados en algún momento de su historia, lo lógico sería que esa limitación se reconociera sin tantos matices, ¿o no?, si un hecho es verdadero ¿por qué algunos lo ven falso?

En el caso de este tipo de conferencias, a veces se insiste en que los “sembradores de incertidumbres” (en este caso las dos estudiantes) son enviados de las embajadas para distorsionar en el extranjero lo que realmente ocurre dentro de un país. No sabemos si es el caso. Si yo fuera ajena a la Universidad y desconociera quién ha organizado el encuentro, probablemente lo que pensaría es que las chicas no habían sido enviadas de su embajada sino enviadas por los organizadores de la conferencia para lograr con la polémica despertar un mayor interés entre los asistentes... al fin y al cabo, en más de dos horas de conferencia, nadie bostezo ni se levantó de su asiento… ¿qué papel juega la manipulación en todo esto?

Y de ahí podriamos saltar al tema de la semana:

El País: “Zapatero gana por la mínima”.
La Razón: “Rajoy gana la batalla de la confianza”.
Metro: “Rajoy gana en empuje y Zapatero, en aplomo”

Las páginas interiores hablaban de “un duelo agrio (…) repleto de acusaciones”, de ajetreo, actividad, ritmo, choques…. “conforme iban pasando los minutos…”, recrea uno de los periódicos echándole literatura y emoción al debate…
Pasan las horas, los días…entonces, escuchamos los debates post-debate, observamos las crónicas de los periódicos y las opiniones de todos… y la pregunta es ¿vimos todos el mismo debate? (¿Hablaban del mismo país el periodista y las estudiantes?).
A mí, en el debate, me entraron ganas de dormir.
Uno: “Que se vayan a dormir con la tranquilidad de que podemos encarrilar las cosas” (¿Qué se cree, que somos ovejas?).
Otro: “Buenas noches y buena suerte” (Qué estamos en España, majo).

Nada nuevo. Eso sí, alrededor del espectáculo tenían razón, sí se montó ese Gran Carnaval.

En definitiva:

Manipulación. ¿Hemos evolucionado mucho desde el S.XVII? ¿Hay “distorsión de la verdad al servicio de intereses” en las palabras de una estudiante marroquí? ¿Y en el discurso de un mediático debate político? ¿Y en la interpretación de la “realidad” que hacen los medios a posteriori?

Censura. ¿Dónde está el límite entre lo que coartan los poderes políticos (ya sea monarquía, ya sea Gobierno) y lo que uno se autocensura? ¿Son ya, aquí y ahora, los lobbies los que “manejan el cotarro”?

Verdad. ¿Significa algo esa palabra? ¿Qué pesa más la verdad o la fiabilidad? ¿La mentira o la desconfianza?

Libertad de… Opinamos, imprimimos, publicamos… ¿o la comunicación es un oasis en medio de un desierto?

Escepticismo. ¿Quién ha cambiado sus planteamientos previos tras el debate? ¿Qué pintamos cada uno de nosotros en medio de esta campaña electoral? ¿Qué y a quién podemos creer?…
y que soy enemigo de tener una ficha, un color, un partido…”

(… Y a pesar de todo, hoy es el Día de Andalucía… “Levantaos… Pedid… y libertad...”)

Probablemente, esto también sean discursos aprendidos, cuestiones resbaladizas que esconden la ignorancia de la neófita. Sé que hay algo que se me escapa, algo imprescindible.


martes, 26 de febrero de 2008

Bo

"Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu cancion
sabe a derrota y a miel."Dibujo una línea en la arena, es frágil, vulnerable. Una ola, incluso la más pequeña, se la lleva por delante. ¿Recordará la arena que un día fue lienzo de esa línea?Complicaciones... ¿Mentales?
Piedras.
Madrid. Ciudad incrédula. Albergó tantas utopías. Teatrales y adolescentes, otras luego, principescas, suicidas. Fondos de guión. Momentos estelares. Testigo fiel de batallas, no sé si perdidas o ganadas. Aunque lo presiento.
No, aún no la siento mía. Lejos de la realidad.
La ruleta de la vida sobre un papiro. Si todo fuese tan fácil.
Basta un mínimo suspiro. Desequilibrio. Y resurge como el Ave Fénix, pero no resurge tan fuerte, tampoco había cenizas.
Odiosa confusión. Miedoso miedo.
Aquel grillo que saltaba a la flor. Si fuera tan fácil explicarlo, si no te comprometiera. Tan natural como algunos lo ven, pensó el grillo. Saltó y se encontró ante un abismo.
Y mucho más. ¿Todo nace en un punto?
Helado de nata con pepitas de chocolate. Eso y mucho más.
Si no hubiese tantos escaparates.Si como el de la foto, todos pudiésemos desenroscarnos la cabeza, seguro que muchos lo haríamos. Pero seguro también que alguno la olvidaríamos en el metro."Amor no es literatura si no se puede escribir en la piel"Pero ni esto es música ni es literatura.
¿Nos pasaremos la vida esperando trenes que nunca llegan?

martes, 19 de febrero de 2008

Nuestra bella profesión

(La foto es de la Universidad de Bologna, la más antigua de Europa, de 1088)

Le plagio el título al periodista Jean Daniel.

Hace un par de años, en segundo de carrera, a mis compañeros les tocó hacer la asignatura de “Redacción Periodística”. Yo ya la había cursado tres años antes en otra Universidad y la tenía convalidada. Sin embargo, ávida de conocimientos, entré en la clase como una alumna más. Me habían hablado de aquel profesor. Como es habitual en esta carrera, era profesor asociado, es decir, ejercía el Periodismo al margen de la docencia, éste era el redactor-jefe del periódico local de la ciudad.

Tenía probablemente menos años de los que aparentaba, muchos de ellos de profesión, ejercía más de político que de periodista, y se presentó con sus artículos y sus consejos rimbombantes bajo el brazo. Comenzó la primera clase echando pestes sobre el Periodismo, desaconsejando ejercerla y sermoneando sobre las ventajas de cambiar de carrera “ahora que aún estáis a tiempo”.

No me resultó extraño pues ya llevaba más de una charla aguantada sobre la inutilidad y la falsedad de esta adorada y –no lo dudo– idealizada profesión por la que opté desde muy niña. Sin embargo, que no me resultase extraño no significa que no me resultasen inapropiadas y ofensivas sus reflexiones sentenciadoras en tal contexto.

Después de dar clases de Periodismo en tres Universidades diferentes he conocido a profesores y profesoras que le echan un rapapolvo a la profesión para después confesar su amor hacia ella, esa crítica constructiva es siempre aconsejable. Pero otros, como fue el caso, son periodistas-docentes resentidos que lanzan contra sus ilusos estudiantes las víboras y cuervos de la profesión que, seguro, también ellos amaron algún día, y por la que, como amantes despechados, se sienten traicionados.

Puedo aceptar que amigos y familiares vean con malos ojos esta vocación comunicacional, que los barómetros del CIS continúen situando esta profesión entre las peor valoradas, y que del mito, curtido de literatura y cine, poco quede. Pero no puedo aceptar (aunque en el fondo, quizás, sí comprender) que los que se presupone deben enseñarte la profesión quieran desmotivar a sus alumnos sin ninguna intención positiva ni reivindicativa.

He aprendido a aprender, valga la redundancia, sólo lo que me interesa, o mejor dicho, a no hacer excesivo caso de lo que no me interesa. No sé si eso será bueno o malo.

De aquel profesor aprendí que ir de “súper redactor-jefe” no significa ser un buen periodista, y que ejercer el Periodismo no es lo mismo que amarlo. Dándole otra oportunidad, acudí a una segunda, y creo recordar que a una tercera, clase con él. Pero lo que empezó mal, continuó peor, y después de algunas horas de prepotencias, machismo y vanidades no resueltas, no volví a aquella clase, alegrándome de haber tenido un buen profesor la primera vez que cursé esa asignatura. Ya satisfaría mis ganas de aprendizaje de otro modo y con otros referentes.

Ahora que empieza un nuevo cuatrimestre, analizamos expectantes a los nuevos profesores, prediciendo con primeras impresiones y con anotaciones en los márgenes, cuatro próximos meses de duelo y aburrimiento ineludibles o, por el contrario, de interés y aprendizaje.

Si al que entra, aunque lo niegue, se le escapa un silbido enamorado, se le sonroja la voz o le brillan los ojos, yo le doy un primer voto de confianza, aunque a veces, terminado el cuatrimestre, al guardar los folios relea esas impresiones comprobando que no coincidieron.

Pero si el que entra, comienza su clase rugiendo odios, refunfuñando o alguna que otra peripecia similar, yo me acuerdo de aquel profesor de segundo y desconecto. Entonces, me agarro a algunas frases de soñadores y me centro en recordar que a pesar de lo horrible que pinten (o que incluso sea) este Periodismo, yo lo amo por encima de todo, y es que, como en los buenos amores, después de las tempestades, siempre llegan pasionales reconciliaciones.

sábado, 16 de febrero de 2008

Librepensador

No todo lo que parece es. Y sin embargo, a veces lo que sí es, no lo parece. Esta foto nunca me pareció real, y sí lo es, son ventanas de una calle cualquiera de Toulouse en una mañana de septiembre. Es sencilla, ventanas cerradas y ventanas abiertas, como en una obra de teatro de enredo. A eso, al enredo es lo que parecen estar jugando los políticos en esta pre-campaña electoral, y entre “pillados infragantis” y “tensiones creadas” a algún amigo le da por hablarme de la canción “Defender la alegría” de la Plataforma de Intelectuales Apoyo a Zapatero, y entonces veo el video y escucho la canción. Bonito poema el de Mario Benedetti, y bonita versión a muchas voces, pero ¿a cuento de qué?

Ya me ha quedado claro este año que los “intelectuales” más que voces del pueblo, lo son de los políticos y de los “mandamás”, que los acuerdos bajo cuerda son como las tasas sobre los CD´s vírgenes, y que de ingenuos nada… pero si mis adorados cantautores le tocan palmas al Presidente yo me siento estafada porque se venden al mejor postor. Pero sin música no podemos estar ni sin libros ni sin palabras. ¿La cultura no nos hacía libres? Porque si eso es también mentira, si es irreal…

Ya quisiera yo. (Ismael Serrano)

Ya quisiera yo ser librepensador,
no oír el rugir de tripas de tantos, ni su llanto, ni su dolor,
establecerme correcto, filósofo, neutral, independiente,
manejarme bien con toda la gente.

Ya me gustaría a mí alinearme con los no violentos,
regalar flores, descalzo, arrancadas de algún tiesto,
sin tener que poner la otra mejilla para nadie,
a no ser amenazado por ningún indeseable.

El caso es que me afectan las cotidianas tristezas,
la de los supermercados, la del metro y las aceras,
también las que me quedan lejos,
las de los secos desiertos, las de las verdes selvas.

El caso es que me parecen buena gente,
algunos luchadores del ocaso,
que se parten el pecho por ser escuchados,
que morirán en alguna esquina, tiroteados.

Quisiera ser más listo, pasar de largo,
saberme libre de culpa y limpio de pecado,
y ser alma caritativa, Maria Goretti o santa,
sufrir sólo un poquito, sólo lo que Dios manda.

No entender de política, ni de sus actualidades,
convencerme que es red de araña, nido de alacranes,
y mutilar mi alma y mi esencia de animal social,
saberme superior a tanta frivolidad.

El caso es que me afectan demasiado,
la tristeza de los suburbios, el drama urbano,
saber que seremos caníbales dentro de poco
y que no habrá carne suficiente para todos.

El caso es que me afecta, quizá más de lo normal,
tener tanto miedo al cruzar mi portal,
ver que arde mi ciudad o que sangra el asfalto.
Quizá debería ver menos el telediario.

Quisiera ser más listo, adoptar bien la pose,
librarme de etiquetas, hasta la de hombre,
y entender que sólo yo me entiendo
y que no me entiende nadie,
ser un buen ciudadano formal y respetable.

Omitir de mis canciones
palabras como: compañero, obrero,
justicia, guerrilla, paz, hambre o miedo,
y hablar del amor, de cosas bonitas, de mis recuerdos,
contar alguna anécdota graciosa
de cuando era quinceañero.

El caso es que me afectan las cotidianas tristezas,
la de los supermercados, la del metro y las aceras,
también las que me quedan lejos,
las de los secos desiertos, las de las verdes selvas.

El caso es que me parecen buena gente,
algunos luchadores del ocaso,
que se parten el pecho por ser escuchados,
que morirán en alguna esquina, tiroteados.

jueves, 14 de febrero de 2008

Carta de amor

Cariño:

Qué nervios sólo de verte. La cazadora nueva, regalo del novio de tu madre, te hace pareces aún más guapo. Y tú que sonríes… Mis amigas dicen que eres un tonto, un creído, un macarra estúpido. Pero te insultan porque son unas envidiosas y porque saben que tú eres el niño más guapo de todo el colegio. Aún no me miras pero ya lo harás.

Javier, ¡estoy enamorada de ti!; Alicia, 10 años.

Cariño:

Yo pensaba que el beso del otro día significaba algo para ti y hoy no me haces caso. ¿Por qué ya no me miras ni me hablas? Mis amigas dicen que me olvide de ti, pero yo me muero si tú no me quieres. Era mi primer beso y ahora la corriente me arrastra sin compasión hacia eso que llaman amor, hacia algo que no sé qué es ni cómo afrontarlo.

Alberto, yo estaba enamorada de ti; Alicia, 13 años.

Cariño:

Soy feliz, ¡soy feliz!, quiero gritarlo. Estos tres meses junto a ti han sido los mejores de mi vida. Tus caricias, el modo en que me besas el labio inferior, cuando paseamos por el parque y me abrazas de repente; cuando te miro y tú ya llevas un rato observándome. No importa que mi madre me diga que soy joven, que he de concentrarme en los estudios, ya no me importa nada si tú no estás. Me gusta como resuena tu risa por toda la habitación, como aprietas tu cuerpo junto al mío para que nada nos separe. Prométeme que nadie nos separará.

Daniel, estoy profundamente enamorada de ti; Alicia, 16 años.

Cariño:

Me dejas notas en el coche que cuando leo ya están medio borradas por la lluvia que cae. Te acercas y me invitas a cenar. Y a mí sólo se me ocurre la excusa absurda de que tengo que estudiar, aún cuando quedan meses para los exámenes. Me adulas, crees que me conoces y ansías estar conmigo. “Preciosa, guapa, amor...” son sólo palabras sin sentido cuando las dices con tanta facilidad. Las palabras y los besos también pueden gastarse. No se pueden forzar las cosas, no se puede querer a quien no se quiere, aunque me digas que nadie me va a querer como tú me estás queriendo. ¿Qué hacer si sólo podemos ser amigos?

Pedro, no puedo enamorarme de ti; Alicia, 21 años.

Cariño:

Se descorchó el amor aquella noche. El sudor y los besos se esparcieron por la habitación. Los ojos hambrientos nos miraban, el suelo pareció tambalearse cuando se unieron nuestros fugaces cuerpos. El espejo de mi cuarto reflejó el deseo que nos guiaba, nos lanzó ardientes a la vida, nos enseñó qué mundo escondía dentro. No fue la primera ni la última vez pero nunca te había sentido tan cerca. Algo cambió en nosotros.

Pablo, no sé si esto es sólo estar enamorada; Alicia, 25 años.

Cariño:

Tu mirada me busca culpándome. Me pides que te de lo que ya es imposible, el tiempo de los dos se nos pasó. Gritar “lo siento”, podría ser. Decir “fue un desliz, un inocente beso, unas caricias, una noche de alcohol”, podría ser. Jurar que fue para olvidar, para comprobar si había algo más, para evadirme de nuestros problemas, podría ser. Llorarte pidiéndote perdón, “te quiero a ti, no a él, no sé por qué pasó”, podría ser. Podrían ser, tal vez, pero no son. No sé si a él le quiero, pero a ti sí sé, amor, que te dejé de querer.
Andrés, no sé por qué dejé de estar enamorada de ti; Alicia, 28 años.

Cariño:

Nuestra relación andaba a pasos cortos, con empujones de saliva y caídas libres. Lo nuestro era una historia de duchas frías y remojones calientes. Hoy no podía vivir sin ti e imaginaba qué pasaría si te dejara un hueco en mi armario, mañana podía odiarte y gritarte estúpido aunque soñara con besar tu piel. Vivo sin saber qué papel juego.

Eduardo, no sé si debo estar enamorada de ti; Alicia, 31 años.

Cariño:

Me daba temor vivir junto a ti: compartir la taza de café del desayuno, el vaso de agua al mediodía, la cerveza de la cena. Mezclar nuestros anhelos creando un hogar a la medida de los sueños que anuncian en televisión, no entraba entre mis planes de cigarro y humo. El tiempo, la distancia, los miedos que siempre me persiguen, compartirlos contigo... qué horror me daba tanto compromiso. Y sin embargo ahora, despertarme a tu lado, meter dos tazas en lugar de una en el microondas que nos regaló tu madre por nuestro aniversario, me hace ver el cielo más azul, me hace reír a cada paso.

Roberto, esto sí que es estar enamorada; Alicia, 36 años.

Cariño:

Tito y Alba crecen a un ritmo desenfrenado. Sus ojos se abren más cada día. Sus vidas me pertenecen menos cada instante. Los hijos que tenemos no son cómo soñamos, lo han superado. Frente a ellos, todos los obstáculos se desvanecen con sólo soplarlos, caen como van cayendo las velas de sus cumpleaños, y de los nuestros. Cómo iba yo a saber aquella tarde que un torpe encontronazo con nuestros coches, hace ya tantos años, me traerían al amor de mi vida envuelto en escayolas, dejándome un aroma a colonias infantiles. Hemos creado juntos una vida, una vida en la que ya no caben sólo dos personas, palpitan juntos cuatro corazones.

Roberto, esto va más allá de estar enamorada; Alicia, 45 años.

Cariño:

No quiero, no puedo asumir lo que está pasando: la sopa ya no tiene estrellitas, ahora tiene piedras que se lanzan contra mí a cada cucharada. Los rumores, el hueco que encuentro en nuestra cama, tu olor a otros jardines, tu “tengo trabajo en la oficina”, el tiempo que pasas junto a otras, los sueños que ya no compartimos, los niños – no tan niños- que siguen preguntando por papá. Te he dedicado más renglones que a nadie porque llenaste mi vida, y sin embargo, ahora comprendo que la bola de nieve nos aplasta y que este adiós debe ser definitivo.

Roberto, ya no puedo estar enamorada de ti; Alicia, 57 años.

Cariño:

Me miras y me oculto. Parecemos adolescentes exaltados y son muchos los años que arrastramos. Sentí contigo anoche como si aquel viejo restaurante de al lado de mi casa, donde me invitaste a cenar, hubiese sido creado para nosotros en ese mismo momento, como si jamás antes lo hubiese visitado. Volví a experimentar esas sensaciones, aquellos cosquilleos que nunca pensé volver a tener: el dolor de estómago, la carne de gallina. Los años no me hacen ser más sabia. Los años me hacen sentir más insegura.

David, me estoy enamorando de nuevo; Alicia, 68 años.

Cariño:

El sol esta mañana sólo ha despertado un cuerpo: mi viejo cuerpo. El tuyo ha seguido durmiendo en mi cama, de la que ayer te quejabas porque te hacía daño en la espalda. Hoy has preferido seguir durmiendo, despedirte del mundo junto a mi, no despertar. El mundo se te acaba y yo me quedó aquí, en nuestra cama. Pero la muerte no rompe el amor. La muerte no nos separará.

Ni la muerte. Ni el camino. Ni los insultos de los niños, ni tu indiferencia, ni tus halagos; ni mis decepciones, ni tus avances. Ni los olvidos, ni los suspiros; ni la pasión ni el desencanto. Ni los padres ni los hijos. Ni el sol, ni la luna, ni nuestra estrella. Ni lo vivido. Ni lo perdido ni lo ganado. No sé si sé qué es estar enamorada pero afirmo que el amor existe, y que nada ni nadie puede ni podrá acabar con él. Cariño, te quiero.

Fdo. : Alicia, 81 años.

(2006)

martes, 12 de febrero de 2008

Yo pisaré las calles nuevamente

Último fin de semana de estudio. El correo electrónico está que arde: e-mails masivos con frases suicidas, signos de desesperación entre los internautas que se agarran a las palabras como última defensa, algún apunte perdido buscando lector y ánimos que consuelan a muchos y no siempre tontos. Suspiros de gente a las que aún no atinas a conectar nombre con cara. Será que los exámenes unen, o que adoramos perdernos para diluir en fantasía las horas de estudio.
...Nombres repetidos, historias turbulentas, famas, rumores feroces, el examen más comentado por los pasillos... y más temido por la mayoría. Consecuencia: muchos deciden dispensar antes de subirse al barco... ¿qué resentido se ha propuesto sembrar el pánico?...
...y quinielas... coincidencias casi unánimes entre las preferencias y las manías. Confusión entre lo que se prevé y lo que se desea. Caerá... Mañana veremos.
Mientras, mi gato ha terminado arrancándome mi mapa de la pared (ha aprendido a quitar chinchetas) y en su lugar, volviendo a las tácticas de selectividad, he empapelado la habitación de apuntes... cuento con la ventaja de que es más atractivo estudiar algo que gusta y motiva, y con la desventaja de tener una traicionera fantasía que me despista.
Me he contracturado la espalda, consecuencia de estar sentada frente a las letras. Sólo quedan dos exámenes y saldremos a tostarnos al sol, que al invierno, se le olvidó llegar.

El lunes llegó. Cuando sonó el despertador pensé que no era real, he pasado toda la noche soñando con huidas por la ventana, libelos difamatorios y llamadas extrañas... Así no descansa nadie. Nervios. He acabado desesperando a Andrea y a Guillermo... En el 1º examen estaba tranquila... lo llevaba demasiado "con pinzas" (y así me fue... cuarto de carrera para acabar suspendiendo...yo que empezaba a creer en la inmunidad... no había tal suerte). Aquí sí estaba atacada. Presión personal. Y no cayó mi tema fetiche... ohh... y el pliego se terminaba...y el reloj perseguía...
Sólo queda uno, eso es lo importante, y el miércoles...

"Yo pisaré las calles nuevamente...
...retornarán los libros, las canciones...
Un niño jugará en una alameda
y cantará..."

jueves, 7 de febrero de 2008

Historias de autobús y canciones de jueves

HISTORIAS DE AUTOBÚS:

IDA: Cuatro mujeres discuten por conseguir plaza en el autobús. Acuerdan un orden. Se reparten las plazas. Dos entran y dos no. Las que se han quedado fuera no les parece justo el reparto. Gritan, aúllan. Forman el escándalo.

VUELTA: Descanso en un área de servicio perdida. Retorno. Falta un pasajero. “La persona de mi lado no ha llegado aún”, le advierten al conductor. “Que le jodan”, le falta contestar. Parten sin ella. Quince minutos después, llamada del jefe: “Te has dejado aquí a un pasajero”. Respuesta del conductor: “¿Sí? Qué raro, pues nadie me advirtió, y los había contado. Vaya… bueno, yo he salido…”. (Me lavo las manos)

(Y aún dicen por qué me llevo mejor con los animales que con los humanos…)

CANCIÓN DE JUEVES:

Otro jueves cobarde (Joaquín Sabina/Iván Noble)

Otra tarde como las demás
sin amores rotos de casualidad,
otro jueves de esos que no se dejan besar.
No eran las esquirlas del rencor,
eran telarañas en el corazón,
un adiós con pestañas,
un desamor sin amor.

Hoy que no me encuentro la nariz,
hoy que no me va con ser feliz
no le pongas miel a la verdad,
que si ando muerto es de tanto resucitar.

Otra tarde que no arde, esta tarde sin pasado mañana.
Otra tarde tan cobarde, esta tarde que no prueba manzanas.
Otro jueves que no sabe bajarse ni los pantalones.
Otro jueves que anda dando lástima por los rincones
de esta tarde en coma dos.

Otro jueves como los demás
demasiado martes
demasiado igual.
Ni te declaro la guerra ni tú me firmas la paz.
Y el planeta baila su gangrena,
y otra vez volvieron a embarrar la fiesta
los idiotas en celo
y las sopranos con tos.
Y hoy me quedo mudo para oír lo que nunca te supe decir.
No perfumes tanto la verdad
que hasta a los muertos nos cansa resucitar.

Otra tarde que no arde, esta tarde sin pasado mañana.
Otra tarde tan cobarde, esta tarde que no prueba manzanas.
Otro jueves que no sabe abrocharse ni los pantalones.
Otro jueves que anda dando lástima por los rincones
de esta tarde en Fa menor.
Y hoy que no me encuentro la nariz,
hoy que no me sale ni dormir,
no maquilles tanto la verdad
que hasta a los muertos nos excita resucitar.

Otra tarde que no arde, esta tarde sin pasado mañana.
Otra tarde tan cobarde, esta tarde que no prueba manzanas.
Otro jueves que no sabe bajarse ni los pantalones.
Otro jueves que regala lástima por los rincones
de esta resaca sin vos.

viernes, 1 de febrero de 2008

DUBLÍN

Dicen que un viaje empieza unos meses antes de realizarlo, cuando la idea entra en tu cabeza y comienzas a organizarlo todo, a decidir la ruta, las cosas que te gustaría visitar, a hojear páginas de Internet o a hacer la maleta. Pero en este caso no hubo tiempo para planear nada. Yo llevaba tres meses viviendo en Venecia, era un martes del mes de mayo, y sin saber muy bien cómo, en pleno arrebato, me encontré a mí misma llamando a Alejandro para sugerirle una escapada a… donde fuera. “El apaño que te hace a ti Ale y lo inofensivo que es”, me dice siempre mi abuela, y es verdad, pero no sólo es eso, Ale, mi mejor amigo, es además el único capaz de decirme que sí sea a lo que sea. “Ale, nos cogemos un avión, tú desde Madrid y yo desde Venecia y nos vemos en… ¿Londres?, viaje fin de semana”, le dije sin darle más explicaciones en una breve llamada de teléfono Italia – España. “¿Hablas en serio?”, fue su respuesta. “Creo que a Dublín salen vuelos baratos, ¿no lo prefieres?”, preguntó con parsimonia. “Vale”.

Y así, en una conversación de menos de cinco minutos, en el anochecer de un martes decidimos reencontrarnos en Dublín. Esa misma noche, vía Messenger, compramos los vuelos y en poco más de una hora habíamos planeado nuestro viaje a Irlanda. El viernes a las 6 de la mañana cogí el avión y en dos horas había cruzado media Europa. Cuando Ale apareció en el aeropuerto y nos abrazamos, caí en la cuenta de lo “liantes” que podíamos llegar a ser cuando nos juntábamos. Él, que se suponía debía estar ya estudiando para los exámenes de junio, ni siquiera le había dicho a su madre que estaría en Dublín, y yo que podría estar disfrutando del país de la bota, me había dado el impulso de salir volando… si por algo nos dice su madre que cuando nos juntamos somos un peligro. Afortunadamente, Ale es estudiante de idiomas porque yo no he vuelto a hablar inglés desde que salí del instituto, y me iba a hacer falta, y mucho, aún no sabía cuánto.

Nuestro albergue estaba en Temple Bar, el maravilloso barrio situado entre el Río Liffey y Dame Street, calles del siglo XVIII, con los bares y pub más emblemáticos de la ciudad. Nuestro equipaje se basaba en una mochila con un par de cambios de ropa, un pijama, un chubasquero, una toalla y las cosas de aseo, además de un libro para las horas de espera del aeropuerto, una libreta donde apuntábamos todo y la cámara de fotos. Poco más. Entramos en el albergue, dejamos las mochilas y nos fuimos a descubrir y a empaparnos de Dublín. Pero a empaparnos en sentido literal, porque fue salir a la calle y el flamante sol que había cuando llegamos, se convirtió en un montón de nubes lluviosas.

The Spire es el monumento por excelencia de Dublín, una barra de 120 metros de altura situada en O´Connell Street, que según nos contaron es un símbolo de unión del pueblo irlandés. Desde allí paseamos por las calles circundantes, nos fotografiamos con la estatua de James Joyce, y como estudiantes que somos, paseamos por el Trinity Collage. El viaje había empezado bien y para celebrarlo nos bebimos unas Guinnes en Temple Bar, y como buenos turistas, nos hicimos la característica foto en las puertas rojas del mítico pub irlandés. Tras cenar el que sería nuestro menú habitual (bocadillo de atún con tomate, es lo que tiene viajar sin un euro) buscamos un locutorio para que Alejandro pudiese llamar a su madre, así que mientras desde el mostrador escuchaba como Ale decía “mamá, llevo toda la tarde estudiando, hace un frío aquí en Madrid”, yo, dispuesta a practicar algo de inglés, buscaba en mi memoria como formar alguna frase con sujeto, verbo y predicado para decírsela a la dependienta, la cual, ante mi tímido “excuse” me dijo “tranquila, soy de Salamanca”, y nos señalo en el mapa todos los lugares que no podíamos perdernos de Dublín.

Así que esa noche, fuimos tachando en nuestro mapa cada bar que pisábamos, entrábamos, nos echábamos un baile, veíamos el ambiente y salíamos en busca del siguiente. Los pubs irlandeses me enamoraron, especialmente por la música en directo, la gente afable y simpática, (quizás porque llevaban bebiendo desde las cinco de la tarde) y además, ambiente para todas las edades, quinceañeros divertidos con parejas de cincuentones brindando en la misma mesa por la felicidad del ahora.

El sábado, anduvimos Dublín calle arriba, calle abajo, desde el Writers Museum y el Garden of Remembrance hasta el Wellington Monument, que anda que no nos costó encontrarlo… a más grande, más lejos parecía estar, y por fin, tras subir escaleras y atravesar un verde campo apareció ante nosotros como una imponente torre. Parques muy verdes, puertas de colores, museos de entrada gratuita y St. Patrick´s Catedral, el monumento más emblemático de la ciudad, que si ya de por sí no puedes despedirte de Dublín sin antes visitarla, con más razón aún cuando es el patrón del nombre que llevó portando en los 22 años de mi existencia. Me gustó el escudo que colgaba a la entrada y detesté la catedral. Bonita era, no lo dudo, pero lejos de ser un emblema religioso o artístico, era una sala diáfana donde el espacio lo compartían los bancos de los feligreses con los puestos de dedales, rosarios, estampas, camisetas… vamos, que la catedral olía a negocio que echaba para atrás, y que estar disfrutando de Dublín me llenaba los pulmones de libertad, pero estar allí metida entre euros y merchandising religioso me daba ganas de gritar.

Como remedio, salimos de allí y nos fuimos a buscar a Oscar Wilde, que siempre un soplo de literatura te sube a los cielos más intensamente que un templo del dinero. Y lo encontramos, tumbado en la piedra de los deseos. “Puedo resistir todo menos la tentación” así que una a una, le hice a Ale que me tradujera todas las citas del escritor que sobre dos monolitos había escritas. “Todos estamos en la basura, pero alguno de nosotros miramos las estrellas” era una de esas frases maravillosas, y así, mirando si no las estrellas, sí el atardecer, nos quedamos atrapados en el parque, hasta que de pronto sentencié cuando me hallaba más a gusto: “Qué bien estoy, no quiero saber qué hora es…”. “Yo tampoco…” – añadió Ale. “¿Miro la hora?” – le pregunté. “Sí”. Así eran nuestras conversaciones de besugos, y así son.

En esas, llegó una señora y algo nerviosa, en un inglés tan malo como el mío y en un acento gallego profundo, me soltó algo así como “Can you make … fotografía?”. “No se preocupe, que a una andaluza como yo, le queda más cerca Galicia que Dublín”.

El tren Dart nos llevó en la mañana del domingo destino a Bray y por la tarde hacia Howth. El primero con su playa de piedras y su montaña con preciosas vistas, el otro con su muelle pesquero; y entre mares fríos, árboles frondosos, marineros, sonrisas, helados y chubasqueros pasamos un feliz domingo filosofando, en una de esas conversaciones intimistas que tenemos Ale y yo cuando nos juntamos y huele a lluvia. Ese día redescubrimos la belleza de lo sencillo y la fuerza de las amistades inquebrantables, como la nuestra.

Y en ese estado de armonía abandonamos Dublín con la creencia, qué ingenuos, de que nos estábamos despidiendo de la ciudad. Mientras desde el autobús camino al aeropuerto veíamos pasar las calles irlandesas, místicamente le dije a Ale (¡en qué momento se me ocurriría!) dos sentencias: la primera, “me encantaría montarme en uno de estos coches que conducen al revés, qué gracia”; la segunda, “me ha encantado, no quiero marcharme de Dublín”. Y es que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque a veces, se convierte en realidad.

Las próximas horas estaban claras: noche en el aeropuerto y vuelo de regreso. ¡Qué lejos de lo que ocurriría! Cuatro y media de la madrugada. Vamos a por el billete, primero el de Ale y después el mío. Le doy mi DNI a la azafata y ella me entrega el billete, me vuelvo, subimos a la segunda planta, y antes de llegar a la cafetería, me doy cuenta de que no me ha devuelto el DNI. Volvemos, se lo pido, dice que no lo tiene. Nunca más apareció. Y ahí comienza el NO retorno.

Nos envían de un lado a otro, llaman por teléfono y los minutos avanzan. La recepcionista de la empresa de vuelos le dice a Ale que no podré coger el avión, y Ale me lo transmite. Yo le respondo entre gritos, y Ale, más serenamente, se los va traduciendo. La hora de coger el avión se acerca y nadie nos soluciona nada, “a Italia no puede volver porque es española, a España no puede volver porque su billete era para Italia”, insiste la chica. “¿Pero qué dices? ¿Y la Unión Europea? ¿Y mis derechos? ¿Y mi DNI? Que me quiero ir a mi casa, que no puedo quedarme aquí… que no sé hablar inglés”, refunfuño entre histérica, impotente y desolada, entre español e italiano, y sin que la chica entienda una sola palabra.

Mientras ella, lo único que sabe decirle a Ale es “señor, va a perder su avión también usted”. Ale que dice “me quedo” y yo, orgullosa como mi madre, le digo “no, vete”, y así, mientras se me van saltando dos lagrimones y mientras sostengo entre mis manos un papel en el que está escrita la dirección de la embajada española en Dublín, y la frase “I lost…”, presencio como Ale desaparece entre el bullicio de pasajeros.

Dichosa Torre de Babel... no me entero de nada y acaban llevándome en coche policía (que claro, no era a esto a lo que yo me refería cuando decía lo de querer montarse en uno de esos coches, que es muy diferente no quererte ir de un lugar a que no te dejen salir). Y de allí de vuelta a Dublín, y no hacía ni doce horas que había hecho el trayecto inverso.

En O´Connell Street les enseñaba a todos mi papel con la dirección de la embajada preguntando qué autobús coger. Y al fin, en un caserón enorme, divisé ondear al aire una bandera roja y amarilla, quién iba a imaginarse que yo, enemiga de banderas, me iba a poner tan feliz al ver la de mi país... En la embajada me trataron bien pero su respuesta fue “el pasaporte provisional tardará dos o tres días, vete buscando un alojamiento y ya te llamaremos”. Con esas desesperantes expectativas me encontré a las dos de la tarde, comiéndome un paquete de patatas fritas, sin saber dónde pasaría la noche, sentada a orillas del River Liffey y sin saber muy bien, si echarme a llorar o si tirarme al río.

No sé cuantas horas pasé allí contemplando el agua e intentando terminar de leer el libro que llevaba en la mochila. Pero ni lo uno ni lo otro, yo sólo pensaba “esto no puedo estar pasándome a mí”, mejor dicho, “estas cosas sólo me pasan a mí”. Incrédula de que estuviese aún allí, me negué a buscar alojamiento, así que vagué por Dublín, y sin saber muy bien cómo, pasada las cinco de la tarde, volví a encontrarme en la embajada, que como toda institución oficial, permanecía cerrada por la tarde. Golpeé una y otra vez la puerta, y ésta se abrió. Dentro, no sé bien por qué, se encontraba la mujer que me había atendido en la mañana. Al verme, reconociéndome enseguida, me dijo “tengo una buena noticia, tus papeles acaban de llegar así que pásate mañana temprano, que ahora está cerrado”. ¿Cómo? ¿Mi pasaporte hecho y no podía irme? Ni loca… No sé si fue porque le di pena o porque estaba deseando perderme de vista pero antes de las 7 de la tarde, yo estaba llegando, otra vez, al aeropuerto.

Feliz con mi pasaporte, pedí el billete a Venecia. “El próximo es el viernes”, me contestó sonriendo la chica (estábamos a lunes), y yo me quedé en shock. Ante mi cara de espanto, la azafata intentando animarme me dice “bueno, a las ocho sale un avión a Pisa”. Y sin darme tiempo a reaccionar porque si no perdía el vuelo y sin saber muy bien si lo que me estaban explicando en inglés era exactamente lo mismo que yo estaba entendiendo… qué alegría, me hallé despegando hacía un país en el que, aunque no fuese el mío, más o menos (sólo más o menos) entendía cuando me hablaban. Aún me quedarían horas y horas hasta entrar por la puerta de mi casa. A media noche llegaba al aeropuerto de Pisa. Luego, un autobús y un tren hasta Florencia. Después, cerca de tres horas en mitad de la noche sentada en la puerta de la estación (que ya podrían abrir la puerta de las estaciones también de noche), tren a Bologna, y otro a Venecia.

Cuando cerca de las diez de la mañana escuche eso de “Prossima fermata: Venezia. Sta Lucía” y percibí el rumor de los canales, la sensación de alivio venció al cansancio y al sueño.

Llegué a casa. Me tumbé en la cama y pensé “hasta el próximo viaje”.

A pesar de todo, Dublín me había parecido una ciudad extraordinaria; el ambiente muy bueno, compartir con Ale, un placer, y cualquier viaje, una experiencia. Eso sí, tomé dos determinaciones, una: para el próximo viaje llevaré DNI y pasaporte; y dos: en cuanto llegue a España, me pongo a estudiar inglés.

Mayo 2007

El mundo...

Cuentan que cuando Henry M. Stanley, periodista del Herald, encontró, después de muchos meses de búsqueda, al explorador Livingstone, desaparecido por África, éste le preguntó “¿Qué pasa en el mundo?”. Juan Luis Cebrián dice que esa curiosidad constante es la que mueve a los lectores a abrir cada mañana un periódico… Pero además, probablemente, es también la que mueve a los periodistas a escribirlo.

“Peregrino no es sólo aquel que visita por devoción los lugares sagrados para conseguir su salvación, es también el que emprende un viaje a tierras remotas y extrañas para conocerse a sí mismo”. (Cristina Morató)

He dejado a medias por exámenes un libro de Cristina Morató titulado Viajeras intrépidas y aventureras editado en 2001. Si hay algo que me guste más que el Periodismo, es viajar. Quizá porque ambas cosas sean la misma. Y es que hay tantos lugares por conocer... (y la fantasía decora todo tan bien... )

“La mayoría de nosotros lleva enquistado, desde siempre, un viaje, que no es una visita ni una vocación, sino un sueño. Y que se va forjando poco a poco, mediante una delicada arquitectura. Es una amable melancolía, y desarrollamos un alambicado proceso para ponerla en pie: sin pasajes de avión, sin tiempo, sin dinero. De párpados a adentro. Un viaje de ese tipo se ceba de lecturas, de tarjetas postales, de mapas, de fotos, de personas que irrumpen con noticias, de aventuras que otros viven y de las que uno participa, en la oscuridad de una sala de cine o en casa, a solas frente al televisor. Pieza a pieza se va asomando el paisaje que reproduce esa realidad que no se puede tocar, se va trabando el vínculo que une al cortejador con su amante secreta. Es una suerte de peregrinación que tiene que ver, me parece, con el lugar al que, de una manera misteriosa, amasada en los genes, sentimos que queremos pertenecer” (Maruja Torres)

…Pero, ¿qué pasa cuando ese lugar ansiado no es uno sino que son muchos, cuando las fronteras sólo las pone la cabeza?